“Hay caminos que no se deben tomar. Hay ejércitos que no se deben atacar, hay ciudades que no se deben asediar, hay terrenos que no se deben disputar, hay órdenes del soberano que no se deben obedecer. El general que conoce las ventajas de las nueve variaciones sabe manejar el ejército. El general que ignora las ventajas de las nueve variaciones, puede conocer la forma del terreno, pero no aprovechar sus ventajas.”
Sun Tzu, El Arte de la Guerra, Editorial Ariel, 2024.
Este fin de semana, Oriente Medio se profundizó como epicentro regional de guerra.
No se trata de una guerra más.
Se trata de la economía de guerra presidencial que anticipa la recesión de la economía estadounidense.
La decisión emitida el sábado 21 de junio por la Presidencia de Donald Trump de ordenar bombardeos estadounidenses contra varios objetivos de instalaciones proto nucleares (a través de misiles cruceros lanzados desde submarinos y bombas anti bunkers lanzadas desde bombarderos furtivos), confirma cómo la administración Trump se vió en la necesidad imperiosa de girar todas sus posiciones diplomáticas, retractarse de su compromiso con la paz y planear este momento delicado contra Irán.
Es la nueva fase de su “revolución del sentido común”: la guerra perpetua, por el poder político.
Se trata de dar una demostración más al mundo de que los guiones de guerra y paz sean ahora de confección y autoría trumpiana y sean dictados únicamente desde Washington.
Esta guerra contra las instalaciones nucleares iraníes, después a favor del cambio de régimen, es una expedición urgente de petición, de pacto cupular neoconservador con el ala judía de la política exterior, de auto preservación de los intereses estratégicos estadounidense-israelí.
“Los tiranos de Teherán piden la destrucción de Israel”, dijo el Primer Ministro Netanyahu. “Irán, el matón de Oriente Medio, debe ahora hacer las paces. Si no lo hacen, los futuros ataques serán mucho mayores y mucho más fáciles durante 40 años. Irán ha estado diciendo muerte a América. Muerte a Israel”, manifestó Donald Trump.
Hay incluso uno y el mismo y unificado argumento propagandístico entre ambos mandatarios.
Dado lo anterior, Trump y su gobierno pueden esperar cualquier escenario, o una represalia militar a gran escala o una planificada respuesta selectiva contra objetivos de cualquier índole israelí o estadounidense.
Lo importante es que como es producto de la ocasión, de la necesidad del espectáculo para distraer al respetable elector estadounidense, como no se planificó a profundidad -sí militarmente pero no estratégicamente con suficiente antelación- no fueron previstas sus consecuencias desestabilizadoras en la región.
Tan es así que en la Cumbre G-7 en la bella Kananaskis Alberta, Canadá, debió abortar su presencia, para mostrar a un Trump supuestamente ávido negociar la paz, dubitativo, vacilante, incómodo con la posibilidad de decidir la guerra.
La confianza auto complaciente de los gobiernos de Estados Unidos e Israel deriva de los efectos asumidos por los masivos ataques de los últimos diez días de Israel sobre Irán, que han ocasionado conmoción social y acreditado -por el eficiente servicio secreto del Mossad- capacidad de localizar y asesinar a líderes y estrategas militares del más elevado rango iraní, acontecimientos que condujeron al líder supremo Alí Jamenei, a decidir con carácter de urgente el nombramiento de tres posibles sucesores en caso de morir.
Esa es ya la primera respuesta y el primer fracaso político de la guerra israelí-estadounidense en Irán: el líder Jamenei sigue en pie hasta ahora y sus sucesores han sido nombrados. El régimen ha renovado su duración.
El segundo fracaso puede resultar en la consecuencia más anunciada antes de la intervención estadounidense: Irán está valorando bloquear el estrecho de Ormuz, de gran significado porque por ahí atraviesa aproximadamente el 20% del petróleo mundial y un universo significativo del gas natural, de modo que la primera en pagar el precio de la guerra de petición es Europa -al importar petróleo y gas natural licuado (GNL) de los países del Golfo (Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos)- pero las consecuencias directas podrán ser sobre los precios mundiales del petróleo, que se elevarían con la consecuente escasez de energía en el mundo, especialmente en los países dependientes del combustible de Oriente Próximo.
Por su parte, la Rusia de V. Putin y de China con Xi tienen la misma posición a favor de Irán y su régimen, buscando deslegitimar la guerra de Trump al apuntar que está centrada en las presuntas instalaciones nucleares iraníes.
En medio de los acontecimientos de Oriente Próximo, V. Putin mantiene su apuesta de más terror con la guerra sobre Ucrania, amenazando con tomar ciudades clave, mientras Xi Jinping desplegó el viernes pasado (justo antes de la expedición trumpiana en Irán) un aumento de la presencia aérea militar china a través de aviones de combate, bombarderos, drones y helicópteros sobre el estrecho de Taiwán y su autoproclamada Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ taiwanesa).
El tejido del Nuevo Orden Mundial y particularmente en Oriente Próximo, se labra sobre los escombros de la disfuncionalidad de los organismos internacionales de paz, la inoperancia del Consejo de Seguridad de la ONU y de la propia ONU y por ende, de la violación de las normas del derecho internacional, el silenciamiento de los medios masivos de comunicación y el desmantelamiento de políticas y estándares básicos de acompañamiento y protección humanitaria de poblaciones enteras, derechos de migrantes y víctimas de conflictos internacionales.
En medio, con aparente menos visibilidad y espectacularidad, crecen las protestas de las generaciones jóvenes contra las guerras, se movilizan activistas y voluntariado, se despliegan caravanas desde el norte de África y Europa a favor de poblaciones en conflicto y desplazadas y para desbloquear los obstáculos políticos que impiden que fluya la ayuda humanitaria, pero que son también la otra cara de la vida internacional, más allá de la política y la diplomacia de la indiferencia reinante.
Todo esto nos lleva a México en medio de estas encrucijadas geopolíticas y políticas electorales de guerra.
El acertijo geoestratégico para México es la energía.
México posee grandes yacimientos de gas natural en Coahuila y de petróleo en aguas profundas de Tabasco y Campeche aún de grandes dimensiones.
Necesitamos inversión directa para explotar estos recursos, que deberán provenir del sector privado nacional y extranjero derivado del posible estado de quiebra de Petróleos Mexicanos.
A su vez, necesitamos fortalecer la Secretaría de la Defensa Nacional, sobre todo la Fuerza Aérea Mexicana, con mayores recursos presupuestales.
Desde ya por la guerra ruso-ucraniana pero ahora sobre todo por la guerra y la conflictividad reinante en Oriente Próximo, los desenlaces serán decididos por drones y aeronaves no tripuladas ordenadas por Inteligencia Artificial, por lo que ésta cibertecnología es imprescindible para el futuro de nuestra Fuerza Aérea.
Es tarea inmediata de la SHCP y de la Cámara de Diputados asignar de manera extraordinaria y urgente mayores recursos para estar en condiciones de vigilar y defender el espacio aéreo mexicano.
Nuestra alianza geopolítica, fáctica e incuestionable con los Estados Unidos de América, por lo que representa para México y por lo que representa para sus enemigos declarados en el mundo, nos obliga a estar alerta y tener capacidad de respuesta ante cualquier circunstancia futura.
Avanzamos en velocidad y conflictividad vertiginosa de la policrisis a la poli guerra mundial (guerras que cada vez se vuelven más perpetuas para sus perpetradores), hacia una nueva era en la que los códigos, las reglas y los límites que se dan a sí mismos los gobiernos y autocracias patrimonialistas que gobiernan las potencias mundiales.
Por ahora es claro que el diseño de un futuro de paz pertenece cada vez menos a la humanidad.
Pedro Isnardo De la Cruz es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales y profesor en la UNAM. Publicó en 2017 Decisiones estratégicas presidenciales en EUA: El aprovechamiento de la ocasión en crisis de Seguridad nacional y Terrorismo. George W. Bush y Barack Obama (2001-2012).
Juan Carlos Reyes Torres es Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana, con estudios en Ciencia Política y Administración Pública por la UNAM y profesor de Teoría del Estado.
Coautores de Para entender la 4T (2019), con el sello editorial de Stonehenge México.