“¡Cállate cerdita!“. Así le contestó el presidente de Estados Unidos hace unos días a la corresponsal de Bloomberg en la Casa Blanca, Catherine Lucey. Como no encontró una respuesta luego de que ella lo cuestionara sobre la apertura de los archivos del caso Epstein, pues le respondió con un insulto.
No es la primera vez que sucede. De hecho, hay un muy largo historial de ofensas y agresiones verbales de Donald Trump en contra de mujeres; lo mismo periodistas y activistas, que actrices y hasta rivales políticas.
Lo de “cerdita” es recurrente. Lo ha usado muchas veces para burlarse de mujeres por su peso. Así se refirió a la actriz y comediante Rosie O'Donnell, a la ex miss universo Alicia Machado, y a muchas otras. A Hillary Clinton la llamó “mujer asquerosa”, a Nancy Pelosi "desquiciada, maligna y nerviosa", y a Kamala Harris “loca, perezosa y estúpida”.
Ese mismo término lo volvió a usar recientemente para referirse a la periodista Nancy Cordes. En pleno Dia de Acción de Gracias, al presidente estadounidense le molestó un señalamiento y simplemente la llamó persona estúpida.
Las agresiones a la prensa no han sido solo verbales. Ha desmantelado medios públicos y ha cerrado oportunidades para los independientes; ha expulsado a reporteros y corresponsales incómodos, y ha vapuleado a todo aquel que lo cuestiona.
Ya desde julio pasado, la organización Reporteros Sin Fronteras denunciaba que Donald Trump se había convertido en una figura central de un movimiento político mundial contra el periodismo. Su ejemplo empodera a otros líderes autoritarios y abre caminos para atropellar a las libertades en otras latitudes. Por eso sus agresiones no pueden normalizarse ni pasarse por alto. La prensa libre pone límites al poder, por eso es crucial defenderla.
Donald Trump ha sido verbalmente hostil incluso con otros mandatarios. Es parte de su estrategia de negociación. Como empresario lo hizo siempre y lo presumió con orgullo. Esa tendencia agresiva sumada a su arraigada misoginia, obligan a que la comunicación con mujeres como la presidenta Claudia Sheinbaum, deba manejarse con especial cuidado. Ese es uno de los muchos retos en la complejísima relación bilateral. A la migración, el narcotráfico y la renegociación del T-Mec, hay que agregar estos ingredientes retrógradas e imprevisibles. Si a eso sumamos el fuego amigo de este lado de la frontera, vislumbramos lo difícil que será 2026 para Palacio Nacional.
@PaolaRojas

