Por Soledad Durazo
El reciente discurso de recepción del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, a cargo del laureado autor franco-libanés Amin Maalouf, no fue un mero agradecimiento. Fue una lúcida y urgente llamada de atención disfrazada de oda al progreso. Tuve la fortuna de leerlo completo gracias a que la compañera columnista de Opinión 51 y gran editora Consuelo Sáizar de la Fuente lo compartió. Desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Maalouf nos invitó a abrazar la dualidad de nuestro tiempo: estar, al mismo tiempo, “inquietos y maravillados”.
En estas palabras se esconde la gran paradoja del siglo XXI: la humanidad ha cumplido sueños milenarios gracias a la ciencia y la tecnología, pero ha permitido que sus valores éticos y sociales tropiecen, se desvíen e incluso, como él tristemente señala, “atraviesa una verdadera regresión”.
Maalouf, con la nostalgia viva del periodista que escribió sus primeros artículos a mano y recuerda el olor del plomo en las imprentas, nos confronta con la velocidad de la transformación. La comunicación instantánea, el acceso al conocimiento universal al alcance de un dedo, las conferencias transcontinentales sin salir de casa: todo esto era ciencia ficción en su juventud. Es una “utopía mágica” ya cumplida.
Esta fascinación, sin embargo, contrasta dramáticamente con sus decepciones. La justicia, la paz, la democracia y el universalismo, que él creyó se extenderían inevitablemente, han sido reemplazados por el retorno brutal de la guerra, la erosión de las organizaciones internacionales y, en sus palabras, la ominosa “law del más fuerte”. Nunca imaginó que la democracia estaría amenazada incluso en países de larga tradición.
El punto central de su tesis es irrefutable: la fascinación reside en el ámbito de la ciencia y la técnica; la decepción, en la evolución de nuestras mentalidades.
Maalouf no se detiene en diagnosticar la brecha, sino que subraya una aceleración dentro de la aceleración, propulsada por la inteligencia artificial. Esta nueva era ha hecho que la distancia entre la capacidad de perfeccionamiento tecnológico y nuestra capacidad moral para gestionarla sea un abismo.
Aquí está la advertencia más seria del autor:
“Nuestra evolución moral no solo avanza más lentamente que la evolución científica y técnica, sino que hoy en día atraviesa una verdadera regresión.”
La regresión del universalismo, la democracia y el Estado de derecho exige de nosotros una conciencia auténtica del bien común. Es una exigencia de Maalouf que la humanidad se eleve a un nivel moral que esté a la altura de los desafíos que enfrenta la propia supervivencia. El riesgo de descontrol en la IA o el uso imprudente de biotecnologías no son amenazas del futuro; son riesgos inminentes que exigen una respuesta ética inmediata.
Para Maalouf, el desarrollo científico y tecnológico es irresistible e irreversible: “un descubrimiento lleva a otro”. No necesita de una decisión humana para avanzar. Las mentalidades, en cambio, no avanzan por sí solas. Los progresos morales solo ocurren si actuamos, y son, por desgracia, reversibles.
Esta observación, tan simple como real, nos obliga a reconocer que el desafío no es tecnológico, sino de voluntad y acción. La única respuesta sensata, nos dice Maalouf, es acelerar, en paralelo, la evolución de nuestras mentalidades.
Y es aquí donde la literatura, el motivo de su premio, se convierte en la herramienta indispensable para reparar el presente e imaginar el futuro. Maalouf le asigna tres misiones cruciales a la palabra escrita en el siglo XXI:
- Hacernos conscientes de la complejidad del mundo: El primer deber de una persona libre es entender hacia dónde va el mundo.
- Convencernos de nuestro destino común: “O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos.”
- Arrojar luz sobre los valores esenciales: Dignidad, libertad, respeto mutuo y convivencia armoniosa.
El mensaje de Maalouf es un eco de su propia obra, un llamado a la lucidez y la responsabilidad. No podemos caer en la resignación ni en el lamento de que “antes era mejor”. Debemos apropiarnos del progreso tecnológico, sí, pero con un compromiso firme para ponerlo al servicio de la dignidad humana. La literatura, al iluminar las complejidades del alma y la historia humana, se posiciona como el faro que debe guiar nuestra evolución moral a la misma velocidad que avanza la inteligencia artificial.
Si el progreso es inevitable, que la sabiduría sea nuestra elección.

