A partir del próximo primero de octubre, el grupo de nadadores, clavadistas y waterpolistas que representaron a México en los Juegos Olímpicos de 1968 iniciará una serie de tres actividades para conmemorar el 67 aniversario de aquella histórica justa.

Encabezados por el licenciado Luis Niño de Rivera, este grupo ha demostrado, año con año, que el verdadero legado olímpico no está solo en las medallas, sino en la memoria y la unión de quienes lo hicieron posible.

Antes, estas reuniones se realizaban cada cinco años. Hoy, conscientes de que el tiempo apremia y de que “cada día somos menos”, como ellos mismos dicen, se llevan a cabo anualmente. No se trata de nostalgia, sino de gratitud y de resistencia ante el olvido.

La primera actividad será el lanzamiento de un boleto conmemorativo de la Lotería Nacional, gestionado por su directora, la licenciada Olivia Salomón. Un símbolo que circulará por todo el país llevando impreso el orgullo acuático del 68.

Después, el 12 de octubre —fecha exacta de la inauguración de aquellos Juegos—, se realizará una carrera atlética en Zona Esmeralda, abierta a todo público y con distancias para todas las edades y familias.

Finalmente, como cada año, habrá una comida de hermandad entre los protagonistas de aquellas hazañas, un espacio para revivir anécdotas que ni el tiempo ni la historia oficial han logrado borrar.

Es importante dimensionar lo que representa este grupo. No son simplemente exatletas veteranos reuniéndose por costumbre; son testigos vivos del momento deportivo más glorioso en la historia de México.

En un país que suele descuidar la memoria y abandonar a sus héroes, ellos mismos han tomado la responsabilidad de contarse, reconocerse y celebrarse. Lo hacen sin subsidios millonarios ni reflectores masivos. Lo hacen con voluntad, con disciplina y, sobre todo, con amor a una bandera que defendieron en el agua hace más de medio siglo.

Vale la pena recordar lo conseguido por este grupo: dos medallas en natación: Felipe “El Tibio” Muñoz en 200 metros pecho y una más de Maritere Ramírez en 800 metros libres, además de siete finalistas, entre ellos Laura Vaca, Rafael Hernández, Guillermo Echeverría y Juan Alanís.

En clavados, el ingeniero Álvaro Gaxiola (q.e.p.d.) obtuvo plata y Luis Niño de Rivera logró un meritorio cuarto lugar. Todo esto en medio de un 1968 convulso para el país, marcado por el dolor del 2 de octubre, pero también por la grandeza de unos Juegos Olímpicos que aún hoy son referencia mundial.

No hay que perder de vista que estos festejos no existirían si México no hubiera protagonizado una de las actuaciones más memorables de su historia olímpica en 1968. Aquella cosecha perfecta de nueve medallas —tres de oro, tres de plata y tres de bronce—, no solo significó resultados deportivos, sino orgullo nacional, inspiración colectiva y un legado que aún resuena más de medio siglo después. Cada evento conmemorativo, cada reunión y cada reconocimiento se sostiene sobre ese logro irrepetible que puso el nombre de nuestro país en lo más alto del deporte mundial.

La reflexión es inevitable: estos hombres y mujeres no solo compitieron; construyeron identidad. Ellos mantienen vivo un legado que el Estado suele recordar solo en aniversarios cerrados o discursos oficiales. Ojalá su ejemplo contagiara a otras generaciones de atletas y dirigentes. Porque el verdadero triunfo no es ganar una medalla, sino evitar que el tiempo entierre la gloria. Y en eso, este grupo sigue siendo campeón olímpico.

Profesor

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