Cada junio, muchas marcas se visten de arcoíris. Lo hacen en escaparates, redes sociales, empaques e incluso en sus registros de propiedad intelectual. Se habla del "pink money", se lanzan ediciones especiales y se protege lo que se considera vendible. Pero este año, algo cambió: la presencia corporativa fue mucho menor que en años anteriores, no solo en la Marcha del Orgullo en Ciudad de México, sino a lo largo de todo el mes. Sin escándalo, sin reclamos, simplemente menos.
Más que un vacío, podría ser una señal. Una pausa que invita a repensar la relación entre la comunidad LGBTQ+ y las marcas, y a explorar cómo la propiedad intelectual (PI) puede ser una herramienta más poderosa cuando nace desde dentro de la comunidad, y no como un accesorio de temporada. La PI no debería ser solo una forma de capitalizar símbolos, sino una vía para protegerlos con dignidad.
Porque no es un secreto que el mercado rosa tiene peso: en México, se estima en más de 51 mil millones de pesos anuales. Y si a eso sumamos que alrededor del 10% de la población mexicana se identifica como parte de la comunidad LGBTQ+, no solo hablamos de un bloque de consumo relevante, sino de un universo de creatividad, talento e innovación que merece respaldo real. Por eso resulta tan llamativo que este año muchas marcas optaran por no participar. ¿Estrategia más cuidadosa? ¿Temor a críticas? ¿Desgaste? Las razones pueden ser varias, pero la oportunidad sigue estando ahí.
Hay empresas que han intentado registrar frases como “Love is love”, íconos de arcoíris, triángulos invertidos o expresiones de inclusión, lo que plantea debates sobre la línea entre visibilidad y apropiación. La pregunta no es si las marcas deben participar, sino cómo lo hacen, con qué intención y con qué permanencia. ¿Qué sucede cuando el signo registrado no representa a quien lo ostenta, ni beneficia a la comunidad que lo inspiró?
Frente a eso, hay una ruta distinta: diseñadores, artistas, activistas y emprendedores LGBTQ+ que ven en la PI algo más que un trámite. Protegen sus marcas, sus lemas, sus diseños como parte de un proyecto de identidad y permanencia. Sus signos no aparecen una vez al año, sino que forman parte de una narrativa constante y auténtica. En lugar de subirse a la marcha, la encabezan.
Ese respaldo no solo debe medirse en campañas de junio, sino en acciones que duren todo el año: acompañamiento legal, financiamiento, espacios en ferias, inclusión en catálogos de innovación o cultura. Si la PI tiene una función social —y la tiene— también debe servir para reducir desigualdades y garantizar que el talento diverso tenga oportunidades reales de ser reconocido y remunerado.
Que este año haya habido menos marcas no es necesariamente una mala noticia. Puede ser un momento de transición. De abrir paso a lo auténtico, a lo que no depende de modas ni métricas de mercadotecnia. Que el orgullo no sea rentable es lo de menos; lo que importa es que sea propio. Y eso, en el lenguaje del derecho, también se llama titularidad.
Especialista en propiedad intelectual y protección de innovación, socio de ECIJA México
X: @MA_Margain