Cuando en 2019 analizamos este tema, la situación global era marcadamente distinta. Guaidó se autonombraba presidente legítimo de Venezuela—con el impulso de EU y varias naciones más—justo en enero de ese año, precisamente un mes después de que Maduro visitara Rusia, se anunciara que Moscú incrementaría sus inversiones en Venezuela, dos aviones bombarderos estratégicos rusos Tupolev Tu-160 (con capacidad de transportar armas nucleares) aterrizaran en el aeropuerto Simón Bolívar y se informara que el Kremlin estaba considerando el despliegue de largo plazo de dichos bombarderos estratégicos en Venezuela. Así, mientras la Casa Blanca escalaba su ofensiva mediante sanciones y buscaba más apoyo de otros países para Guaidó, Putin seguía enviando señales de soporte a Maduro, incluida la invitación y visita a Moscú de la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Adicionalmente se informaba que se estaba incrementando la presencia de contratistas rusos de Grupo Wagner para garantizar la seguridad de Maduro. Por si eso no bastaba, unos días después, el Kremlin enviaba a Caracas dos aviones con unos 100 militares incluido el general Vasily Tonkonshkurov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Tierra, además de 35 toneladas de equipo militar. Pero seis años después muchas cosas han cambiado para varios de los aliados internacionales de Maduro. El respaldo que entonces encontraba, hoy podría ser muy diferente. Revisemos los casos de Rusia, China e Irán.
1. En primer lugar, el tema es relevante porque, según reporta The Washington Post, Maduro está buscando activamente el apoyo de esos países ante la posible realización de operaciones militares estadounidenses en territorio venezolano. En el pasado, el respaldo internacional de países como esos —entre otros— fue clave para generar en Maduro la percepción de contar con suficiente apoyo interno y externo como para resistir una ofensiva orquestada desde la Casa Blanca. Esa sola percepción bastaba para negarse a negociar o ceder espacios. Por ello, examinar la postura de esos países en 2025, a diferencia de lo ocurrido en la década pasada, resulta especialmente relevante.
2. El caso de Rusia es quizá el más revelador. Como señala el Washington Post, hace unos días “un Ilyushin Il-76 —uno de los aviones rusos sancionados en 2023 por Estados Unidos por participar en el comercio de armas y el transporte de mercenarios— llegó a Caracas”. También es cierto que, aunque Moscú evitó comentar el reporte del diario, el Ministerio de Asuntos Exteriores declaró que Rusia apoya a Venezuela “en la defensa de su soberanía nacional” y que está “lista para responder de manera adecuada a las solicitudes de sus socios ante las amenazas emergentes”, además de haber ratificado un tratado estratégico vigente con Caracas. Sin embargo, todo esto debe analizarse en el contexto de otros asuntos globales que ayudan a entender mejor su significado, algunos de los cuales señalo a continuación.
a. Como sabemos, Rusia lleva más de tres años y medio librando su guerra contra Ucrania. Aunque es cierto que Moscú mantiene la iniciativa, sus posibilidades de lograr avances significativos se encuentran actualmente limitadas. El costo en vidas humanas, armamento y economía ha sido devastador. A ello se suman las recientes sanciones impuestas contra su sector energético, probablemente las más severas desde el inicio del conflicto, y los ataques ucranianos a infraestructura energética dentro del propio territorio ruso, que han alcanzado grandes distancias. A pesar de todo, Rusia podría continuar la guerra durante al menos 18 meses más, según algunas estimaciones —e incluso más, según otras—, aunque el costo de sostenerla seguirá aumentando con el tiempo.
b. En este contexto, Rusia se ha visto obligada a priorizar sus intereses globales, definiendo en qué países aún puede invertir sus recursos limitados y en cuáles ya no le resulta viable hacerlo por ahora.
c. El mejor ejemplo de ello es Siria, un país que en su momento fue mucho más estratégico para Moscú que Venezuela. Rusia mantenía allí una base naval, una base aérea y una elevada presencia militar. Siria era su puerta de salida al Mediterráneo y su vía de entrada a Medio Oriente. Durante décadas, Moscú fue el principal proveedor de armas del régimen de los Assad y, desde el inicio de la guerra civil, mostró una determinación férrea por defender a su aliado a toda costa, tanto para evitar la injerencia occidental en su zona de influencia como para demostrar poder y resolución ante sus rivales. Pero todo esto ocurrió en la década previa, antes de su invasión frontal a Ucrania.
d. Ya en 2024, cuando su aliado Bashar al-Assad fue amenazado por la ofensiva más letal contra su régimen, encabezada por la milicia Tahrir al Sham —grupo con el que Moscú había combatido durante años—, Putin concluyó que Rusia debía elegir sus batallas, y Siria ya no era una de ellas. Es cierto que la ofensiva fue sorpresiva y veloz, pero la realidad es que los recursos de Moscú hoy están mucho más desgastados y concentrados en la guerra contra Ucrania, lo que le impidió ejecutar operaciones de defensa en apoyo a Assad como lo hizo en la década anterior.
e. El otro caso que seguimos de cerca es el del Sahel, una región africana en la que Moscú ha invertido enormes recursos en los últimos años. Aun en medio de su guerra en Ucrania y tras la insurrección del grupo de contratistas militares privados Wagner, Rusia ha continuado apoyando a países como Malí, buscando mantener cerca a las juntas militares que gobiernan la región y evitar la influencia de Washington en esos territorios. Sin embargo, en la actualidad, los contratistas rusos —ahora bajo control directo del Ministerio de Defensa— se han mostrado altamente ineficaces para contener las insurgencias. Hoy, Malí está al borde del colapso: su capital se encuentra sitiada por una rama local de Al Qaeda, con la cual la junta militar intenta negociar desesperadamente. Y, por lo que se observa, Moscú no parece dispuesta a redoblar sus esfuerzos para sostenerla; pero incluso si lo deseara, difícilmente tendría hoy la capacidad para hacerlo.
f. Por tanto, la cuestión no radica en si Rusia considera estratégico respaldar a Maduro ante una eventual operación militar estadounidense en suelo venezolano, sino en reconocer que 2025 no es 2019. En este momento, el Kremlin se ve obligado a actuar a nivel global con apoyos limitados —cuando los hay— hacia sus aliados. Esa limitación será insuficiente para Maduro, con todas las implicaciones que ello conlleva.
3. Luego, está el caso de Irán, otro de los países que durante muchos años —como ocurrió en la década pasada— respaldó activamente a Caracas, brindándole apoyo financiero, cooperación energética y militar, además de respaldo político y diplomático. También hemos documentado en este mismo espacio la estrecha colaboración entre Venezuela y Hezbollah, la milicia libanesa aliada de Irán, así como la presencia de sus miembros en Venezuela y Colombia, donde han estado involucrados en redes de financiamiento, lavado de dinero y narcotráfico. Pero todo esto cambió radicalmente desde el inicio de la guerra entre el eje proiraní e Israel que inició en 2023.
El año pasado, Hezbollah sufrió una derrota estratégica profunda de la que le ha costado mucho recuperarse: perdió arsenal, infraestructura militar, decenas de miles de combatientes y a gran parte de su liderazgo, ese mismo liderazgo que mantuvo una relación cercana con Maduro durante años. Irán, por su parte, también ha enfrentado pérdidas severas tras su enfrentamiento directo con Israel de este año: daños a su programa nuclear y de misiles, destrucción de infraestructura crítica y la pérdida de líderes clave. Todo ello ha dejado a Teherán concentrada en su propia reconstrucción interna y en la de su eje regional de aliados, limitando su margen de maniobra en otras regiones como América Latina.
4. Finalmente, está el caso de China. A diferencia de Rusia o Irán, Beijing no atraviesa una fase de debilidad comparable, pero su estrategia global de influencia es muy distinta. En lugar de recurrir a la confrontación o al apoyo militar directo, China ha optado por expandir su presencia a través de grandes proyectos de inversión, financiamiento e infraestructura, tejiendo lazos de dependencia económica y acuerdos de cooperación a largo plazo con numerosos países. Solo en casos muy específicos establece bases navales o militares. Por eso, incluso en 2019, era difícil imaginar que Beijing respaldara militarmente a Maduro. En esa ecuación, Moscú asumía el rol militar —con mercenarios, aviones y barcos—, mientras el apoyo chino se mantenía en los terrenos diplomático y económico.
Dicho esto, es cierto que ninguno de estos países ve con buenos ojos los despliegues de Washington en las cercanías de Venezuela, y buscarán apoyar a Maduro en la medida de sus posibilidades. No obstante, ya sea porque sus capacidades actuales son mucho más limitadas que en la década anterior, o bien porque necesitan priorizar otras actividades y regiones, es difícil que estas potencias funcionen hoy para Caracas como sí funcionaron en el pasado. Por ello, es poco probable que hoy representen para Caracas el mismo respaldo estratégico que ofrecieron en el pasado. Como he señalado antes, no se trataba solo del apoyo material o la protección personal que Maduro recibía, sino de la percepción —crucial para él— de que su régimen descansaba sobre pilares internacionales sólidos que no permitirían su caída. Hoy todo eso necesita ser replanteado.
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