Hace unos días, en Yemen, un grupo separatista del sur —el Consejo Transicional del Sur (STC), apoyado por Emiratos Árabes Unidos (EAU)— lanzó una ofensiva relámpago y tomó el control de provincias clave como Hadramaut, la región más grande y rica del país. El problema es que esta ofensiva desplazó a facciones alineadas con Arabia Saudita y debilitó al gobierno yemení reconocido internacionalmente. Además, provocó la retirada de tropas saudíes de Adén y, en la práctica, el colapso de la autoridad del gobierno en el sur. Con frecuencia se habla de las monarquías del Golfo, como Arabia Saudita y EAU, como si fueran aliados incondicionales. Sin embargo, la rivalidad y la competencia entre ambos países es profunda. Yemen es uno de los escenarios donde esto se hace evidente. Sudán es otro. Pero hay mucho más de fondo. Este tema representa un enorme reto para Trump y la visión que tiene para esa región y muchas más. Revisemos algunos apuntes al respecto.

1. En el centro de la rivalidad se encuentra la competencia estratégica por puertos, comercio y espacios de seguridad. Ambos países se autoperciben con las capacidades y el poder necesarios para jugar el rol que, a su juicio, este momento histórico les exige. En este terreno, las personalidades importan. El actual presidente de EAU, Mohamed bin Zayed (MBZ), emir de Abu Dabi, mantuvo durante años una relación cercana —incluso de mentor— con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman (MBS). Sin embargo, a medida que ambos fueron acumulando poder en sus respectivos países, la relación se volvió más tensa y crecientemente competitiva. Bin Zayed, por su parte, no acepta de manera automática el liderazgo saudí ni quiere aparecer subordinado a la agenda de MBS.

2. Ese distanciamiento alcanzó un punto muy visible en 2024, en un episodio muy comentado que fue leído como una señal política deliberada de MBZ frente a MBS, más que como un simple problema de agenda. Arabia Saudita había organizado en Riad una reunión de alto nivel con líderes árabes y socios internacionales, centrada en Gaza, la seguridad regional y el reposicionamiento saudí como eje diplomático del mundo árabe. A diferencia de encuentros previos —en los que MBZ solía estar presente—, el presidente emiratí no asistió ni envió una delegación de primer nivel. Esto contrastó con la fuerte visibilidad que MBS buscaba proyectar como líder regional indispensable. La ausencia fue interpretada como un gesto calculado. Para entonces, las tensiones entre Riad y Abu Dabi ya eran evidentes: competencia por liderazgo regional, diferencias sobre la guerra en Gaza, desacuerdos económicos (OPEP+, inversiones, sedes regionales) y, más profundamente, dos modelos distintos de ejercicio del poder. MBS apuesta por grandes cumbres y protagonismo público; MBZ, por una influencia más silenciosa y redes propias.

3. El punto central es que esta pugna y este distanciamiento se expresan de manera concreta en conflictos como Yemen o Sudán, donde ambos buscan controlar costas, puertos y recursos estratégicos clave como petróleo, oro y tierras agrícolas.

4. El caso de Yemen. Sin detenernos demasiado en un conflicto que en este espacio hemos cubierto ampliamente desde 2011, basta recordar que, desde que los houthies —apoyados por Irán— tomaron la capital, Sanaa, en 2014, Arabia Saudita salió al rescate de su aliado, el presidente Hadi, y del gobierno yemení reconocido internacionalmente, que tuvo que huir a la capital del sur, Adén. Riad encabezó entonces una coalición internacional para combatir a los houthies, integrada por varias monarquías del Golfo —incluidos los EAU— y otros países, con el respaldo de Washington. Una lectura simple sugería que una coalición sunita, liderada por Arabia Saudita y apoyada por Estados Unidos, combatía a los aliados chiítas de Irán, algo que encajaba bien con la lógica regional de ese momento. Sin embargo, la realidad era más compleja. Los emiratíes apoyaban a otro actor local: el Consejo Transicional del Sur, que efectivamente también combatió a los houthies, pero que atravesó distintos momentos de distanciamiento e incluso choques con la coalición liderada por Riad. Aun así, EAU se mantuvo formalmente dentro de la coalición hasta que sus fuerzas sufrieron varios ataques en 2018. Ya en 2019, Abu Dabi comenzó a retirarse del conflicto, anunciando una reducción y repliegue significativo de sus tropas. No fue, sin embargo, una salida total: mantuvo influencia indirecta a través de las milicias del sur que apoyaba, así como una presencia limitada en puntos estratégicos.

5. El episodio de la ofensiva del Consejo Transicional del Sur, apoyado por EAU, de hace unos días, exhibe con claridad la fractura saudí-emiratí. Aunque ambos países afirman respaldar al mismo gobierno y combatir a los houthies, en la práctica, como dije, apoyan a actores con objetivos distintos. Riad busca un Yemen unificado y una salida negociada del conflicto; Abu Dabi, en cambio, respalda a fuerzas separatistas para asegurar influencia territorial, control de puertos y acceso a recursos, utilizando el terreno yemení como un escenario más de su competencia estratégica regional.

6. El caso de Sudán. En Sudán, la tensión entre Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos se manifiesta de forma similar a lo que ocurre en Yemen, aunque con actores distintos. Ambos países utilizan la guerra civil sudanesa como un escenario de competencia estratégica. EAU respalda a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) de Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, una de las dos partes enfrentadas en el conflicto. Se trata de un actor que controla minas de oro, rutas de contrabando y zonas clave del país, y cuyo comercio —en particular el oro— fluye en gran medida hacia Emiratos. Como dato revelador, el precio del oro ha subido alrededor de 66 % en solo un año, lo que da una idea de la relevancia económica del tema. Según The Guardian, incluso habría mercenarios colombianos contratados por EAU combatiendo en Sudán a favor de este bando.

7. Arabia Saudita, por su parte, respalda al ejército regular sudanés (SAF), comandado por el general Abdel Fattah al-Burhan. Riad busca preservar un estado formal con el cual pueda negociar estabilidad, seguridad en el Mar Rojo y control de rutas marítimas estratégicas. Basta con observar un mapa para entender la relevancia geográfica de Sudán: acceso a costas, puertos y recursos en un punto clave entre África, el mundo árabe y las rutas comerciales globales.

8. La guerra en Sudán es, sin embargo, una de las mayores crisis humanitarias activas del planeta. A lo largo de más de dos años de conflicto se han negociado decenas de ceses al fuego, y todos han colapsado. El país parece hoy materialmente dividido en dos: una zona controlada por las SAF, apoyadas por Arabia Saudita, y otra bajo control de las RSF de Hemedti, respaldadas por EAU. En este contexto, el príncipe saudí MBS está buscando involucrar a Trump en la negociación de un cese al fuego definitivo. Algo que, sin duda, sería encomiable, pero que también operaría en favor de los intereses saudíes en su disputa geopolítica con Emiratos, y que por lo mismo enfrentará más de un obstáculo en el camino, dadas todas las variables en juego. Esto nos lleva al siguiente tema: Trump.

9. El problema de Trump. Los dos casos que he señalado son apenas una muestra de lo que está en juego en la rivalidad saudí-emiratí. Hay mucho más. Desde Gaza o Siria, hasta la relación con Irán. Desde el Golfo de Adén y el Mar Rojo, hasta Egipto o Libia, por mencionar solo algunos frentes. El punto central es que esta pugna choca de manera directa con la visión de Trump. El presidente estadounidense concibe Medio Oriente como una región donde él puede intervenir para producir una estabilidad duradera: paz en Gaza, acuerdos de normalización con Israel, una Siria unificada, un Irán neutralizado como amenaza, y, por supuesto, grandes negocios para todos —especialmente para empresarios estadounidenses, incluidos miembros de su propio entorno familiar—. El quiebre entre Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos tiene, en cambio, un alto potencial desestabilizador, no solo en Yemen o Sudán, sino también en las demás arenas mencionadas. Una competencia sana entre potencias regionales es esperable; un enfrentamiento entre reinos a través de terceros convierte esos espacios en zonas de disputa y genera incentivos claros para alimentar la inestabilidad.

10. Para Trump, este no es un tema menor. Ambos países formaron parte de la primera gira internacional del mandatario durante esta gestión, enviando una señal clara de la relevancia estratégica que les asigna. En el pasado, cuando estas monarquías protagonizaron su disputa con Qatar, Trump optó por respaldar a Arabia Saudita y a sus aliados, contribuyendo al aislamiento del emirato. En el caso de la rivalidad saudí-emiratí, Washington ha preferido, por ahora, no tomar partido abiertamente por ninguno de los dos y, en cambio, intentar equilibrar la relación de la manera más fluida posible. Sin embargo, las tensiones siguen creciendo y sus consecuencias chocan cada vez más con los planes de Trump. Por ello, el presidente estadounidense terminará teniendo que elegir entre mediar de forma activa entre ambos, o bien favorecer a uno de los dos —muy probablemente Riad— y neutralizar los obstáculos que se interpongan en su camino.

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