Hemos hablado incansablemente sobre cómo el proyecto de la llamada Cuarta Transformación pretende concentrar el poder mediante el control de los contrapesos y el debilitamiento de las instituciones democráticas. Pero hay un elefante en la habitación que crece día con día. Un problema más profundo que nos llevaría a entender las causas de esta regresión antidemocrática. Hablo de la devaluación de la democracia en grandes porciones de la ciudadanía. De cómo se ha perdido la confianza en los resultados de la democracia al punto en que el oficialismo ha logrado —en el mejor de los casos— convencer a la ciudadanía de que su proyecto es legítimo (e incluso democrático) o —en el peor de los casos— ha convencido a sus mismos opositores de que la solución a este embrollo no está en la democracia. Ambos fenómenos son igual de graves y obedecen a las mismas causas.
Lo primero que tenemos es la realidad a la que nos enfrentamos los mexicanos todos los días y que da pocas razones para confiar en las instituciones. Cuando uno experimenta los efectos de la carencia y la violencia a través de los sexenios difícilmente confiará en el sistema de base. Cuando la ciudadanía se enfrenta a los servicios públicos deficientes, ¿cómo le podemos pedir que confíe en las instituciones? Si tu contacto con el gobierno es un sistema de salud rebasado, un sistema educativo abandonado, unas calles peligrosas y una falta de protecciones ante los desastres naturales, ¿cómo te convenzo del valor que tienen la división de poderes, los organismos autónomos y otros entes abstractos? Resulta francamente absurdo intentar conectar ambas esferas: la cara de un gobierno deficiente con el ideal de un Estado democrático.
Ante esta realidad incuestionable se introduce el discurso populista con los “atajos” que ofrece para acortar esa brecha entre los resultados del gobierno y la complejidad de los procesos democráticos. Si uno ve que los resultados de la democracia son ineficientes —por decir lo menos—, fácilmente puede apoyar una propuesta que se venda como menos democrática pero más eficiente. Hay razones para decir háganle como quieran, pero por favor hagan algo. Cristina Lafont los llama “atajos” porque consiste en presentar la destrucción de la deliberación democrática como una forma de eficiencia o simplificación de algo que es inherentemente complejo, costoso y tardado.[1] La democracia es eso, son demasiadas juntas, demasiadas voces, fricciones y procesos lentos. No le podemos dar la vuelta si no es de forma autoritaria. Sólo cuando una fuerza concentra el poder puede tomar decisiones expeditas sin rendir cuentas ante la inevitable oposición que encontraría en una sociedad plural. De ahí que México no sea el único caso de una regresión democrática, sino que es un fenómeno global.
La ciudadanía, en todas las latitudes exige resultados y está en su derecho de hacerlo. El problema es que en ese reclamo se esconde un sentimiento antidemocrático que ha ido ganando terreno en los últimos años a lo ancho y largo del planeta. Ante este escenario, las fuerzas opositoras a los regímenes populistas han contribuido en la ruptura de los arreglos y las formas democráticas. Lo dice David Brooks sobre el caso de Estados Unidos: tanto republicanos como demócratas contravienen las reglas del juego porque la ciudadanía ya no valora tanto la democracia como sí valora la capacidad de los políticos de lograr resultados, de manera que acumular el poder se convierte en el principal objetivo. En palabras de Brooks, “la gente está acostumbrada a la idea de que el juego ya está amañado”, “la gente renuncia contenta a sus derechos y su poder cuando logra encontrar a un hombre o mujer fuerte dispuesta a tomarlo”.[2]
En México, la conjunción de un gobierno incompetente con el discurso populista del oficialismo no ha llevado a la oposición a unirse por la democracia, sino a esa búsqueda de poder antidemocrática. Esto se ve en el alejamiento del PRIAN de las necesidades de la ciudadanía: no ofrecen empujar las 40 horas, ni atender la crisis de desapariciones o mejorar el sistema de salud. No invitan a la ciudadanía, sino que se limitan a ofrecer retomar el poder, con discursos populistas. Para muestra un botón: ¿quién le dijo al PAN que la ciudadanía reclama “libertad, patria y familia”? Su desconexión con la realidad y la ciudadanía, así como su apropiación de un lema del fascismo italiano (“Dios, patria y familia”) lo que nos quiere decir es que, al igual que Morena, ya no apuestan por la democracia, sino que apuestan por una simple lucha de poder. Creen que la ciudadanía ha perdido la fe en la democracia y me temo que hay buenas razones para creerlo.
Aun así, un movimiento político auténticamente democrático no puede ceder ante este clima antidemocrático, sino que tiene que buscar conectar el valor de los procesos democráticos con los resultados del gobierno. Tiene que ir a la ciudadanía, escuchar sus demandas, abanderarlas y hacerse cargo. La campaña de Zohran Mamdani por la alcaldía de Nueva York es un buen ejemplo de que sí se puede, de que los valores democráticos no están perdidos del todo.
[1]Ver Lafont, Cristina, Democracy Without Shortcuts. A participative Conception of Deliberative Democracy, Oxford University Press, 2020.
[2] Brooks, David, “The Rot Creeping into our Minds”, The New York Times, octubre de 2025, disponible en: https://www.nytimes.com/2025/10/23/opinion/shutdown-democracy-democrats.html

