Al presidente Miguel Alemán le gustaba lo bueno, pero dentro de lo mejor los Cadillacs. A la pregunta de por qué había permitido los negocios de sus amigos, esta es la presunta respuesta: “Yo he sido un leal amigo. A uno de mis amigos (Jorge Pasquel) le gustaban, como a mí, las muchachas bonitas, el beisbol, el golf y los Cadillacs. Este amigo mío, que todo México sabía era de mis favoritos, también le gustaban los negocios: se presentaba habitualmente en la aduana de Nuevo Laredo con un convoy de 50 Cadillacs para importarlos. Le hizo saber al funcionario de la aduana que eran encargos al más alto nivel.
—Yo no supe de un jefe de la aduana de Nuevo Laredo que pidiera instrucciones al director general de aduanas. Tampoco si el director general de aduanas consultó con el subsecretario de ingresos, ni si este funcionario lo hizo con el secretario de Hacienda y jamás el secretario de Hacienda y Crédito Público se atrevió a preguntar si eran mis instrucciones. Si lo hubiera hecho, le hubiera contestado afirmativamente, pues de haberlo negado, hubiera abollado el poder del Presidente”.
Realidad o leyenda, lo cierto es que los Cadillacs estarán nuevamente en el imaginario nacional. Checo y Cadillac: más que una carrera. Volvió Checo. Y lo hizo en un Cadillac, una marca que en México siempre se identificó con el lujo, la distinción y la etiqueta, nunca con la velocidad. Ahora, ese mismo emblema quiere reinventarse como protagonista en la Fórmula 1.
El reto es enorme: transformar un auto de elegancia en una máquina de competencia. Y la tarea recae en Sergio Pérez, Checo, el piloto más querido del país. No se trata solo de ganar carreras, sino de romper percepciones y colocar a Cadillac en un terreno inexplorado: el de las grandes marcas de la velocidad.
Detrás de este movimiento hay una historia de paciencia y visión. Carlos Slim Domit, Jimmy Morales y Guillermo Fernández Rionda soñaron con tres imposibles: un piloto mexicano en la F1, un Gran Premio en México y un campeón mundial. Dos ya se cumplieron. El tercero está en juego.
Pero este regreso también es político y económico. La industria automotriz es uno de los motores de la relación con Estados Unidos, y Checo, con su carisma, puede ser un embajador inesperado en tiempos complicados. Su llegada a Cadillac simboliza la capacidad de México para adaptarse y seguir siendo un jugador clave frente a la competencia global, en especial la de China.
Vale recordar que México produce más de tres millones de autos al año, exporta la mayoría a Norteamérica y vende en casa cerca de un millón. Un mercado diverso que exige desde vehículos económicos hasta eléctricos y de lujo. En ese contexto, Cadillac no solo corre en las pistas: también busca redefinirse en un sector que se transforma a gran velocidad.
Imaginemos si Checo hubiera terminado en una escudería china. El mensaje sería otro: la amenaza de la competencia asiática. En Cadillac, en cambio, su papel representa confianza en la alianza con el socio más importante de México y un recordatorio de que el talento mexicano puede brillar en la élite mundial.
Como en los 60, cuando Ford desafió exitosamente a Ferrari en Le Mans, hoy Cadillac quiere demostrar algo más que velocidad: su fuerza industrial. Y con Checo al volante, esa narrativa adquiere un rostro mexicano.
Más allá de los resultados, la Fórmula 1 es ya parte del ADN deportivo del país. Y en un México marcado por la incertidumbre, las historias de éxito no son un lujo: son una necesidad.
Porque cada vez que Checo cruce la meta con su Cadillac, no solo gana él: también ganará México.
Profesor de la UNAM drmelgar@ccn-law.com