El gobierno federal cerró el sexenio pasado con un aumento acumulado de 20% en la recaudación tributaria. Considerando que no se impulsó ninguna reforma fiscal estructural, es una cifra elevada. En 2024, la recaudación total alcanzó los 4.95 billones de pesos, según cifras oficiales. De ellos, un billón correspondió a lo que la autoridad denomina “eficiencia recaudatoria”.

A primera vista, parecería una historia de éxito. Pero cuando se observa el entorno económico general —una de las tasas de crecimiento más bajas en décadas—, surge una pregunta legítima: ¿la recaudación tributaria en México ya se disoció del desempeño de la economía?

No todos los crecimientos son iguales

Algunos celebran que la recaudación haya crecido mientras la economía se estancó. Yo invito a la cautela. Antes del aplauso, hay que desagregar la recaudación y analizar de qué componente proviene el crecimiento. Porque no todo aumento en ingresos fiscales significa más recursos reales ni fortalece necesariamente la sostenibilidad fiscal.

El pastel fiscal: mucho glaseado, poca masa

Pensemos en la recaudación como un pastel. La masa es la recaudación primaria: es decir, la que está vinculada al dinamismo económico y al cumplimiento voluntario de los contribuyentes en el plazo establecido por la ley.

El glaseado es la recaudación secundaria: se compone de ajustes posteriores al calendario del pago de impuestos, como revisiones fiscales (sin judicialización), pero también de devoluciones negadas y compensaciones bloqueadas. Este último componente se conoce como recaudación secundaria virtual, y no representa ingresos líquidos, aunque se contabiliza como si lo fuera.

Al evaluar los datos del informe de Estadísticas Oportunas de la Secretaría de Hacienda, se revela que, entre 2018 y 2024, la masa o recaudación primaria apenas creció 0.5% respecto a 2018. En contraparte, el glaseado —la recaudación secundaria— creció un 308%. Y lo más relevante: la recaudación secundaria virtual aumentó 771% respecto a 2018. Es decir, el crecimiento de la recaudación tributaria del sexenio pasado se explica principalmente por ingresos que son resultado de decisiones administrativas de la autoridad tributaria y no por el impulso de la economía.

¿Qué pasó con la recaudación primaria en 2024?

Lejos de crecer, la recaudación primaria cayó -1.0% en 2024 respecto al año anterior. Esto confirma que no hay desacoplamiento entre la recaudación y el desempeño de la economía. Más bien, confirma que el componente más representativo del comportamiento fiscal se estancó, igual que las finanzas del país. Por eso, decir que la recaudación crece mientras la economía no lo hace es engañoso si no se analiza cuál componente de la recaudación es el que crece.

Aún más: la recaudación secundaria líquida —es decir, la que sí ingresa a caja— también se redujo -1.9%. Esto sugiere que el “éxito” recaudatorio de 2024, al menos en parte, fue sostenido por ingresos virtuales que no queda claro si garantizan el flujo fiscal del gobierno y la liquidez del Estado.

2025: la tendencia se mantiene

En el primer trimestre de 2025, la recaudación total creció 17.8%. Sin embargo, la recaudación secundaria fue de nuevo el motor del crecimiento, con un alza del 32%. Dentro de ella, el componente virtual creció 69%, mientras que la líquida apenas aumentó 13%. La proporción entre ingresos reales y virtuales sigue inclinándose a favor del glaseado, no de la masa.

Implicaciones preocupantes

La recaudación del Estado no debe crecer a costa de estrangular la liquidez del sector productivo. Cuando las devoluciones son postergadas, las compensaciones son negadas o las reglas cambian sin previo aviso, sin razón clara o arbitrariamente, se introduce un factor de incertidumbre. Esto debilita la capacidad de decisión de las empresas y mina la confianza en el sistema tributario.

Más preocupante aún: la creciente dependencia en la recaudación virtual no es sostenible. La hacienda pública no puede financiarse de forma duradera sobre la base de ajustes administrativos y medidas que, aunque muy posiblemente son legales, reducen la predictibilidad del sistema. Si los contribuyentes no saben si recibirán una devolución o si podrán aplicar una compensación, se rompe el principio de certeza fiscal, con efectos negativos para la inversión y la productividad. Esta práctica tributaria puede deprimir a la economía, sino es que ya lo hizo.

¿Reforma sin reforma?

Esta política de presión fiscal indirecta se ha convertido en una especie de reforma fiscal encubierta, sin pasar por el Congreso, sin consensos sociales y sin garantías de equidad. La carga se ha concentrado en los sectores cautivos, que ya soportan altos niveles de cumplimiento y ahora enfrentan reglas cada vez más restrictivas y discrecionales. Con esta estrategia, el gobierno en realidad se permite postergar un programa de reformas fiscales —así como su costo político—. Es una asignatura pendiente para ampliar la base tributaria del país y dar viabilidad a las finanzas públicas.

La sostenibilidad fiscal exige transparencia, predictibilidad y, sobre todo, un crecimiento económico que amplíe la base recaudatoria. Apostar por ingresos virtuales es apostar por un pastel que luce bien en la vitrina, pero posiblemente no tiene buen sabor.

La gran pregunta

¿Es esta la mejor manera de fortalecer la capacidad financiera del Estado mexicano? No se trata de descalificar la labor de las autoridades fiscales, sino de reconocer que la recaudación sostenible no puede basarse en medidas excepcionales. Debe surgir del crecimiento económico y de la confianza del contribuyente. Y ésta se construye con reglas claras y transparentes.

Porque sólo con más masa —más actividad económica— podremos tener un pastel fiscal que realmente alimente el desarrollo del país.

Directora de México Evalúa

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