Las políticas económicas de Donald Trump están diseñadas para enriquecer más a los más ricos y fortalecer todavía más a esta oligarquía, empezando consigo mismo, Y todo ello, con cargo a las clases trabajadoras, la clase media y los más pobres. Por ejemplo, en la ley bautizada como BBB: “Big Beautiful Bill” (Grande y Bella Ley Presupuestaria) enviada y aprobada en el Congreso por la mayoría republicana, se recortaron 600 billones de dólares de impuestos (11,082,060,000,000 de pesos mexicanos), al minúsculo segmento del 1 porciento más rico del país. La cantidad provino del recorte a la Affordable Care Act (ACA), conocida como Obamacare, un programa de asistencia médica para los pobres, mas recortes en otros programas semejantes, que reducirán la capacidad de atención en salud para 15 millones de los estadounidenses de a pie. Hasta uno de los seguidores más conspicuos de Trump, como fue Elon Musk, criticó a la nueva legislación por considerarla un enorme riesgo económico, lo que condujo a su ruptura pública. La pelea entre Trump y Musk, ambos impresentables en cuanto a su aspiración a un poder absoluto es interesante, pues muestra que el poder político tiende a doblegar al económico. Así, Trump ha amenazado con cortar los contratos estatales para Space-X, empresa orientada a viajes espaciales de Musk. En todo caso, es claro que los 600 miles de millones son bienvenidos por los ultrarricos, quienes, en su mayoría, rinden pleitesía al inquilino de la Casa Blanca, hoy redecorada con incrustaciones de oro en su interior.

Algunos de estos multimillonarios, sin embargo, comienzan a dudar del camino autocrático trazado por el gran provocador, ya que sus políticas emblemáticas se asientan en un mar de irracionalidad. Dicha irracionalidad es tan grande, que prácticamente asegura, sostenemos, su propia autodestrucción. Si no se producen pronto cambios radicales, la dinámica del trumpismo arrastrará al país entero a un deterioro social y económico profundos. Analizaremos a continuación cuatro de sus políticas más emblemáticas: uno, la política de imponer aranceles selectivos al comercio exterior; dos, el asalto a las universidades; tres, el ataque indiscriminado hacia los migrantes atendiendo fundamentalmente al color de su piel, y cuatro, el ajuste de las reglas del mercado financiero interno, de acuerdo a la voluntad presidencial. Las tres primeras son políticas atractivas para los electores que pertenecen a la mayoría blanca más conservadora y que abarca a diferentes grupos sociales. Son políticas que le atrajeron a Trump votos y es esa su principal razón de ser, ya que ¡por segunda ocasión!, le llevaron a la Casa Blanca. La cuarta parece más un capricho personal, ad hoc con las finanzas personales de los más ricos. Todas entrañan, repetimos, contradicciones profundas.

Consideremos la obsesión con los aranceles. La aplicación de impuestos a las importaciones extranjeras se basa en la ilusión de que estos generarían ingresos para el gobierno que compensarían la devolución de impuestos para los más ricos. Es probable que, en la cabeza de sus asesores, los aranceles compensarán el crecimiento del déficit en el gasto público, a cuenta de los ingresos provenientes de los socios comerciales del exterior. ¿Cuáles son los problemas de esta lógica? Para empezar, la imposición unilateral de Tarifas desde la presidencia es ilegal. Esto ha sido confirmado tanto por la Corte Federal de Comercio como por la Corte Federal de Apelaciones. Más allá de lo que la sumisa Corte Suprema de Justicia señale, dichas tarifas son ilegales, por la sencilla razón de que sólo el Congreso tiene el poder de fijar impuestos. Cabe recordar que la Corte Suprema cuenta con una mayoría conservadora, impuesta durante el primer periodo presidencial de Trump, que incorporó a tres jueces ultraconservadores ad hoc, (de los nueve asientos) en su primer mandato.

La razón de que sólo el Congreso de los Estados Unidos pueda acordar modificaciones a los impuestos es que ello exige una deliberación detallada, y los aranceles -que son impuestos a las mercancías importadas- no han recibido un trato así en absoluto. Una deliberación seria hubiera apuntado a que, si todos los factores involucrados en el comercio permanecieran iguales, los aranceles elevarán los precios, y generarán respuestas compensatorias (la imposición de aranceles sobre las exportaciones de los Estados Unidos). Todo ello equivale al principio de una guerra comercial, como ocurrió de manera trágica durante la Gran Depresión de los años treinta. Más aún, las barreras comerciales reducen la eficiencia económica, el crecimiento y el empleo, además de tensar las relaciones internacionales entre los países involucrados. ¿Quién optaría por una estrategia así? Un maniático nacionalista esperanzado en destruir la globalización, y enriquecerse en el camino. Solamente un loco.

¿Y qué decir del asalto a la autonomía universitaria y a la libertad de cátedra? Durante los pasados doscientos años las industrias líderes en los Estados Unidos fueron, consecutivamente, los ferrocarriles y sus locomotoras, los automóviles y sus carreteras, la industria petrolera y la energía eléctrica. Hoy en día se trata de la industria de la computación y de la inteligencia artificial (IA). Fueron estas industrias, interrelacionadas, las que generaron la demanda altamente calificada de personal técnico y de los equipos científicos y tecnológicos que crecieron con la expansión de la red nacional e internacional de universidades de alto nivel. Así, la consolidación del llamado Silicon Valley en California, un eufemismo de la Universidad de Stanford, como uno de los núcleos de innovación mundial, no fue un accidente. Otros centros emergentes de redes de investigación en IA no se comprenden sin el apoyo de universidades como Harvard o Berkeley. Hasta la Universidad de Texas en Austin tiene su propio auge tecnológico a su alrededor. Atacar la autonomía de pensamiento y de gestión del conocimiento científico, que parece ser el proyecto de la Casa Blanca para las grandes universidades, afectará gravemente a la economía de los Estados Unidos, colocándola detrás de sus competidores principales, sobre todo China. ¿Quién decidiría optar por esa ruta? Solamente un loco.

¿Y qué decir de la ofensiva en curso contra los migrantes a lo largo y ancho de los Estados Unidos? No sólo se trata de una evidente contradicción de la historia migratoria de los Estados Unidos desde el siglo XIX, sino una receta segura para profundizar el mito de la culpabilidad de los migrantes de baja calificación como causa de la pobreza de la población blanca (o negra), desplazada en muchos agrícolas y de servicios. La población de origen latino ya ha desplazado a la población negra como primera minoría en los Estados Unidos. Lo que ello revela es justamente la notoria necesidad de la misma para el funcionamiento de la vida en común. Atacar ese balance constituye una autoagresión al mercado laboral desarrollado durante décadas y al pacto social implícito entre clases, regiones y culturas. ¿Quién fomentaría esta aventura de guerra civil disfrazada contra un “enemigo interno” que le resuelve al país necesidades específicas apremiantes en diversos servicios? Solamente un loco.

Por último, analicemos las iniciativas y presiones en el sector financiero a favor de Trump y su círculo más cercano, iniciativas que amenazan la productividad, las ganancias, el empleo y los salarios de la economía entera. Primero, la explosión inducida de las criptomonedas, que dependen exclusivamente de su demanda (de ahí su volatilidad), sin un respaldo de activos físicos. Dos días antes de ocupar la silla presidencial, Trump lanzó su propia criptomoneda, bautizada “$TRUMP”, que recaudó millones, y poco más adelante salió la de su esposa, con su propio nombre: “$MELANIA”. Meses después, son los hijos de Donald quienes administran los fondos digitales de la familia. La consigna más general parece la de un ludópata, que arriesga constantemente su patrimonio, sólo que en este caso se trata del patrimonio de un país, con financiamiento deficitario y gasto improductivo creciente, como el ligado a la “caza de migrantes”, el patrullaje internacional contra el narcotráfico, o la provisión de material bélico para la guerra de Ucrania.

Trump ha iniciado también una campaña para despojar a la Banca Central de los Estados Unidos (la Reserva Federal), de la autonomía indispensable para regular el mercado financiero. Ha intentado destituir a una alta funcionaria, Lisa Cook y busca sustituir al Presidente del banco, Jerome Powell, con el fin de imponer una reducción de la tasa de interés. Esta reducción bajaría en el corto plazo las presiones de la deuda pública, pero abriría la puerta, como ha apuntado Paul Krugman, el premio nobel, a una mayor inflación, dado el ambiente de inestabilidad (mayores aranceles, freno al desarrollo tecnológico, menor demanda interna). ¿Quién promovería este camino sin retorno? Solamente un loco.

La suma de estos “ingredientes” parece una receta inmejorable para el desastre o, por lo bajo, la reaparición de la estanflación, el fenómeno simultáneo de estancamiento económico e inflación, y una posible caída significativa de Wall Street. Este escenario de irracionalidad que relatamos se ha sostenido en parte por el crecimiento alcanzado los cuatro años anteriores y el boom en la aplicación de la Inteligencia Artificial, pero el tiempo se acorta y más temprano que tarde dichas medidas conducirán a una crisis. Aprieten sus cinturones, que el camino está lleno de baches. Y recordemos el sabio dicho popular: Cuando los Estados Unidos enferman de catarro, a México le da pulmonía.

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