Los hechos violentos registrados durante la marcha de la Generación Z (GZ) el pasado 15 de noviembre constituyen un golpe reputacional significativo para el joven gobierno de Sheinbaum. La evidencia de tensión con una ciudadanía que se manifestó en varias entidades de la República es el inicio de la formación de una tormenta perfecta para el régimen.
La extensa cobertura internacional, la juventud movilizada, la inédita brutalidad en el uso de la fuerza y el grave tema de fondo —violencia, corrupción e impunidad— son los ingredientes que pegan debajo de la línea de flotación en la manipulación de la narrativa oficial.
Este golpe reputacional no necesariamente significa que su mandato está en crisis inmediata, pero sí enfrenta un punto de vulnerabilidad en materia de percepción, legitimidad y relación con los jóvenes. De continuar en el micrófono mañanero manejándose con un nulo control para gestionar las emociones sólo comprometerá el juicio, el comportamiento y la toma de decisiones.
La nutrida marcha del 15N ha sido un catalizador del hartazgo social. El asesinato de Carlos Manzo fue el disparador de un largo conflicto latente entre ciudadanía y autoridades. No hay manera de matizar ese relato.
La amplificación del contenido como proceso mediante el cual los símbolos, estímulos visuales y narrativas alcanzan un impacto mayor al de una convocatoria orgánica local, rebasaron por completo al gobierno. Los efectos y secuelas concretas, le han dado una visibilidad que se expandió exponencialmente y donde la errática postura ha sido aumentar la respuesta institucional con el potencial de desencadenar aún más las dinámicas de polarización. Un clásico error táctico-estratégico que debilita a la presidenta en medio de un torbellino que crece con los detalles que van emergiendo sobre el actuar desmedido en el uso de la fuerza pública.
La narrativa está fuera del control del régimen. El fracaso de los asesores presidenciales —inmersos en el microcosmos de sus conflictos internos— en gestionar la crisis ha sido, además, gasolina en la pradera bilateral que hace meses arde en el ánimo de la Casa Blanca. El episodio en el Zócalo capitalino del desorden, violencia y represión encaja perfectamente en el marco de la narrativa preexistente sobre un gobierno mexicano inestable y corrupto. Logrando que prominentes actores republicanos usen el mecanismo clásico de política internacional; la crisis del vecino sirve como argumento doméstico.
El error de la respuesta de Sheinbaum ante los hechos en la Plaza de la Constitución ha beneficiado al magnate no por la existencia de un vínculo directo sino porque le genera contrastes que Trump explota comunicativamente. Es un fenómeno de geopolítica narrativa, no de causalidad política directa.
Las tensiones que atraviesa el gobierno mexicano ante el caos de violencia en regiones enteras enmarcado con la fotografía del Zócalo de un régimen represor se amplifican en Washington para proyectar autoridad y lanzar amenazas creíbles: “No estoy contento nada contento con México”
El desorden interno en el gobierno de Sheinbaum —que no está logrando recuperar el relato— le está permitiendo a Trump colocarse como el defensor de un vecino “caótico”. El contraste no es factual sino emocional. Y la narrativa mexicana aderezada por ese Zócalo violento, se vuelve funcional a las decisiones estratégicas estadounidenses.
Lo demás son distractores y politiquería barata.

