No hay estrategia comunicativa que funcione sin reconocer el daño. En comunicación política, aceptar errores no es una opción táctica sino la condición sine qua non para reconstruir credibilidad.

El gobierno de Sheinbaum ha perdido el control de la narrativa pública con la ejecución en Uruapan del presidente municipal Carlos Manzo.

Las omisiones, mentiras y corrupción detrás del asesinato del edil y la pésima gestión de la crisis han abonado a la convergencia de un malestar ciudadano que ya muestra la punta del iceberg. La negación, el silencio y los pedestres distractores de los propagandistas del régimen profundizan la desconfianza y ya no tienen fondos en el banco del ánimo de millones de mexicanos. Subestimar las señales los exhibe con esa soberbia que suele nacer de la confusión entre autoridad y superioridad moral.

La presente administración piensa que la narrativa puede reemplazar la realidad. Las balas de Uruapan mostraron el impacto del aterrizaje forzoso al México controlado y cogobernado con el crimen organizado. La dupla Sheinbaum-Palenque ha desarrollado estructuras verticales y cerradas que castigan la disidencia interna. Así que el error no se corrige; se oculta, se maquilla y se justifica.

Esa soberbia institucional se disfraza de “disciplina” cuando en realidad es el miedo al desmoronamiento del relato. El problema —del punto de inflexión del asesinato de Manzo— es que la sociedad está percibiendo esa desconexión causando que la narrativa morena se vacíe de legitimidad. La paradoja es que mientras más intenta Sheinbaum controlar la verdad, más pierde el control de la misma.

El riesgo además del relato de la corrupción en este gobierno no es un problema de imagen, sino de institucionalidad. La crisis estructural tiene que ser enfrentada para la reconstrucción de la narrativa.

Sin embargo, los asesores de la Presidenta no están haciendo un atinado cálculo de la ebullición social. Una de sus manifestaciones es la marcha convocada por la Generación Z (GZ) que está marcando la conversación pública, exhibiendo un tufo de temor en la burbuja del poder, además de redefinir los valores sociales. Confundir juventud con ingenuidad y subestimarlos, es no entender el cambio de época. La GZ construye legitimidad desde la conciencia colectiva. Buscan no sólo participación sino exigen coherencia, autenticidad y ética.

Ejemplos de sus respuestas a la presidenta Sheinbaum sobran en las redes sociales donde lo digital, es real. La torpeza de un discurso presidencial que camina con los pies del siglo XX en un territorio que ya es del siglo XXI muestra una retórica vertical, paternalista, mas bien, maternalista y monocorde frente a una ciudadanía horizontal, crítica y digitalmente empoderada.

El genio que impulsó la estrategia de desacreditar la manifestación de la GZ desde el micrófono mañanero ignora que es un arma de doble filo, porque refuerza exactamente lo que el poder intenta negar proyectando miedo y arrogancia y validando la indignación ciudadana.

Invisibilizar genera alianzas inesperadas y la coyuntura no le es favorable a este régimen que además intenta timar a la sociedad con cifras sobre la reducción de los homicidios todo enmarcado en el cochinero michoacano y el Plan para recuperar la narrativa.

Quizá en el gobierno deberían acusar recibo que desacreditar no apaga la rabia, la organiza. Y está por verse si la muralla del palacio detiene un algoritmo.

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