Vivimos una era donde la incertidumbre dejó de ser una excepción para convertirse en la norma. Crisis geopolíticas, disrupciones tecnológicas, cambios regulatorios y transformaciones sociales se suceden con tal velocidad que la planeación estratégica de cinco años hoy parece un lujo del pasado. En este entorno, la figura del líder vuelve a ocupar el centro de la escena, no como héroe solitario, sino como arquitecto de claridad en medio del caos.
En épocas turbulentas, el liderazgo no consiste en predecir el futuro, sino en construirlo paso a paso, con convicción y propósito. John Wooden, el inigualable entrenador de básquetbol de UCLA, solía decir que “las cosas resultan mejor para quienes hacen lo mejor de cómo resultan las cosas”. Esa frase, aparentemente simple, encierra una de las mayores verdades del liderazgo moderno: no controlamos el entorno, pero sí nuestra actitud, nuestras decisiones y, sobre todo, la cultura que sembramos. Porque al final, más que productos o estrategias, los líderes crean culturas. Los buenos líderes construyen culturas ganadoras, donde la gente se siente valorada, escuchada y parte de algo más grande que sí misma. En esas organizaciones, la exigencia convive con la empatía, la disciplina con la confianza, la ambición con la colaboración. Son lugares donde el talento florece porque hay propósito y justicia. Los malos líderes, en cambio, engendran culturas tóxicas: entornos donde reina el miedo, se castiga la iniciativa y se premia la obediencia ciega. Culturas donde el talento se apaga lentamente y los equipos se limitan a sobrevivir. En ellas, la incertidumbre externa se multiplica por la incertidumbre interna. No hay nada más destructivo que un ambiente sin confianza.
Las organizaciones más resilientes que conozco —desde empresas hoteleras hasta startups tecnológicas— comparten un patrón común: líderes que saben equilibrar visión con empatía, exigencia con humanidad. En tiempos difíciles, los equipos no siguen al más inteligente, sino al más íntegro. Al que transmite calma, da dirección y, sobre todo, inspira confianza. Un buen líder no es aquel que nunca duda, sino quien sabe transformar la duda en reflexión y la reflexión en acción. Los caballeros de la Orden de Malta —tema que me ha ocupado en mis escritos sobre liderazgo histórico— enfrentaron en el siglo XVI el asedio del Imperio Otomano sin superioridad militar, pero con algo más poderoso: carácter y propósito compartido. Esa combinación los hizo resistir y prevalecer. Cinco siglos después, el principio es el mismo: el carácter sigue siendo el verdadero escudo del líder.
Hoy, muchos líderes empresariales enfrentan su propio “asedio”: inflación, competencia global, desalineación interna o presión de inversionistas. Pero la respuesta sigue siendo la misma: liderazgo con sentido. No basta con reaccionar; hay que dar sentido al cambio. No basta con adaptarse; hay que inspirar adaptación colectiva. Peter Drucker, el gran genio del management moderno, advertía que “la mayor amenaza en tiempos de turbulencia no es la turbulencia en sí, sino actuar con la lógica del ayer”. Liderar en tiempos inciertos exige repensar todo: estructuras jerárquicas, métricas, incluso la noción misma de éxito. Hoy el éxito no se mide sólo en rentabilidad, sino en resiliencia, en reputación, en capacidad de mantener cohesionado un equipo cuando todo parece fragmentarse.
En las empresas que he tenido el privilegio de dirigir, he comprobado que la verdadera diferencia la hacen los líderes que saben escuchar, comunicar y sostener la moral en los momentos más difíciles. La gestión puede ser técnica; el liderazgo, en cambio, es profundamente humano. Quizás ese sea el aprendizaje central de esta época: no lideramos para imponer, sino para inspirar. No para controlar, sino para coordinar. No para brillar, sino para iluminar el camino de otros.
El mundo no se volverá más predecible, pero los buenos líderes sí pueden hacerlo más habitable —y pueden lograr que los equipos alcancen juntos lo que jamás lograrían solos—. Porque, al final, como en el mar, el capitán no elige el viento; sólo decide hacia dónde orientar las velas.
@LuisEDuran2

