Cuando hablamos de nearshoring en México, lo hacemos con entusiasmo legítimo: la cercanía geográfica con Estados Unidos, la ventaja del USMCA, las cadenas de suministro que buscan mayor resiliencia y menores distancias. Sin embargo, ese entusiasmo corre el riesgo de convertirse en promesa incumplida si no damos el siguiente paso: abrazar el smartshoring. El smartshoring es una evolución: va más allá de trasladar operaciones a un país cercano (nearshoring) o únicamente a uno más barato (offshoring). En pocas palabras: no se trata sólo de que la fábrica venga a México, sino de que venga la fábrica más inteligente, con ingeniería, automatización, I+D, suministros locales, talento técnico y exportación de mayor valor agregado.
México ciertamente está en posibilidades de hacerlo. La formación bruta de capital fijo —indicador clave de inversión en infraestructura, maquinaria y equipos— representa aproximadamente 24.2 % del PIB. Pero ahí vemos dos advertencias: la primera, esa cifra está lejos del 30 % + observado en economías que han logrado dar el salto estructural (Asia-Pacífico, Europa del Este). La segunda, el componente cualitativo de esa inversión (tecnología, encadenamiento, capital humano) no aparece con claridad suficiente en los datos públicos. Expertos en nuestro país ya advierten que ahora urge crear un ecosistema bajo el concepto del smartshoring para poder lograr la sinergia industrial con proveedores locales con las empresas extranjeras que se están instalando. Además, un análisis reciente subraya que México es territorio ideal para el crecimiento del smartshoring que significa mejores fuentes de trabajo, y sobre todo más eficientes, que hagan una operación inteligente en su desarrollo.
El reto para México no es solamente atraer más inversión extranjera, sino elevar la calidad de esa inversión. Algunas líneas de tensión clave: Talento técnico y especializado: montar una planta ensambladora es útil; desarrollar una planta que diseñe, automatice y exporte es otro nivel. Encadenamientos locales y proveedoría: muchas inversiones llegan, pero sin que las pequeñas y medianas empresas locales participen en los procesos de valor. Esto limita el impacto multiplicador. Infraestructura “invisible”: energía confiable, logística avanzada, datos, conectividad y marco regulatorio estable. Si esos factores no están resueltos, la inversión inteligente contempla pagar más por mayor riesgo. Valor agregado y exportación de conocimiento: México puede dejar de ser simplemente “sitio de ensamblaje” si invierte en diseño, I+D, patentes, servicios de ingeniería.
¿Cómo podría México construir su estrategia de smartshoring? Empezando por zonas inteligentes de inversión: regiones que ya cuentan con clusters tecnológicos (por ejemplo Guadalajara, Querétaro, Monterrey) pueden convertirse en polos de smartshoring donde convivan manufactura avanzada, centros de desarrollo y exportación de servicios. También con incentivos al valor agregado mayor: no basta con atraer fábricas; deben condicionarse incentivos (o mejorarse los marcos) para que las inversiones incluyan I+D, proveedores locales, digitalización. La educación es clave, a través de capacitación técnica y alianzas universidad-empresa: el capital humano es central. México debe multiplicar iniciativas de educación técnica dual, bootcamps, formación en IA/automatización. El marco legal debe atenderse con facilitación regulatoria y confianza institucional: las empresas globales valoran cada vez más la seguridad de la cadena de valor y los tiempos de respuesta. Un marco ágil y predecible es clave. Si México proclama “nearshoring” sin evolucionar a “smartshoring”, corre el riesgo de quedarse en el segundo acto: más empleos, pero de bajo valor, y poca mejora en productividad, innovación o salario real. La inversión vendrá, pero no tendrá el efecto multiplicador necesario para cambiar el perfil productivo del país. Y eso, para un país que busca crecer sostenidamente, es una oportunidad desperdiciada.
Para quien dirige una empresa manufacturera, un activo de lujo o una startup tecnológica, la visión estratégica es clara: no se trata de estar donde va la inversión, sino de estar donde va la inversión que cambia el modelo. El valor mayor no está en la proximidad geográfica (que es importante) sino en la proximidad al conocimiento, al diseño y a la cadena de valor inteligente. México tiene la clave: ubicación, tratados, tamaño de mercado. Ahora falta llevar esas ventajas a una dimensión superior: el smartshoring. Si lo hacemos, no sólo seremos el destino de fábricas, sino el centro de industrias que piensan, diseñan y exportan. Y esa será la verdadera transformación.
@LuisEDuran2

