“Una sociedad que penaliza a las mujeres por ser mujeres no puede llamarse justa.”

—Angela Davis

Vivimos en un país obsesionado con recaudar.

Nos hablan de “impuestos saludables”, de gravar el azúcar, las bebidas, los cigarros y hasta los videojuegos, todo lo que suene a placer o exceso, a pecado.

Dicen que es por nuestro bien, que así se corrige la obesidad, que así se cuida la salud pública. Es una mentira.

El gobierno necesita dinero y busca obtenerlo de los cuerpos que consumen esos pecados.

Cuerpos —cansados, sobreexplotados y mal pagados— que siguen siendo la principal fuente de ingresos fiscales.

El mismo país que grava los refrescos o el alcohol por razones “saludables”, ignora, de facto, la problemática económica que conlleva el periodo menstrual para millones de mujeres en el país.

Porque sí, menstruar cuesta.

Según el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred), los dolores intensos y la falta de acceso a productos de gestión menstrual son las principales causas de ausentismo escolar y laboral.

La encuesta de Dalia Empower lo confirma: 45 % de las mujeres ha faltado o intentado faltar al trabajo por molestias menstruales, y el 35 % sufrió descuentos salariales.

En pocas palabras: menstruar puede significar perder parte del sueldo. Y en un país donde el salario promedio de las mujeres es 20 % menor al de los hombres, ese costo no es menor; es estructural.

El Senado discute ahora la posibilidad de otorgar de uno a tres días de licencia menstrual con goce de sueldo.

Es un paso, sí, pero insuficiente. Porque el problema no es solo la falta de permiso, sino la falta de comprensión. Todavía hay empresas que consideran el dolor menstrual como “exageración” o “capricho”.

Todavía hay mujeres que se esconden para cambiar una toalla, que toman analgésicos en silencio o que aguantan turnos enteros fingiendo normalidad. El cuerpo duele, pero el sistema exige sonreír.

Escucho a algunos empresarios decir que la licencia menstrual podría “afectar la productividad” o “incentivar el ausentismo”, pero la desconfianza ante posibles abusos no puede cerrar de tajo la discusión.

Países como Vietnam, Japón, España o Portugal han avanzado en normas de flexibilidad laboral en el marco de la licencia menstrual. Algunos más flexibles que otros, ni siquiera tenemos que descubrir el hilo negro.

En un país donde se cobran impuestos “saludables”, también se ignora el dolor y se grava el cuerpo, menstruar se vuelve otro síntoma del mismo problema: la desigualdad.

Cada mes, millones de mujeres pagan por su naturaleza, su ciclo, su biología y su silencio.

Y mientras las autoridades hablan de “recaudar mejor”, siguen sin entender que la verdadera deuda no es fiscal: es moral.

DE COLOFÓN. En el marco del desastre por las lluvias, Claudia Sheinbaum dio la cara a una población desesperada que le reclamó, con justa razón, la ineptitud y negligencia de sus autoridades.

La presidenta debía escuchar más, faltó templanza y nació un mal gesto que la oposición aprovechó para dibujarla como intolerante y autoritaria.

La popularidad del claudismo va justamente por lo contrario, se le premia su apertura y diálogo.

Hubiera sido mejor ignorar el meme, pero parece que Sheinbaum ha caído en el juego opositor, hoy se le nota enojada e intolerante, llamar ruin a quien cuestiona el actuar de las autoridades la retrata muy mal.

Sheinbaum no es AMLO, ha demostrado tener mucha más altura de miras, no gana nada imitando lo peor del sexenio anterior.

@LuisCardenasMX

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