El Partido Acción Nacional decidió relanzarse “a la vieja usanza”: un acto masivo en el Frontón México, nuevo emblema, discurso de renovación y promesas de primarias abiertas. Pero más allá del espectáculo, lo verdaderamente relevante fue el anuncio de que el PAN competirá solo en las próximas elecciones. Jorge Romero, su dirigente, sentenció el fin de las alianzas electorales. No más coaliciones. No más PRIAN.
La noticia cayó en un contexto complicado, la presidenta Claudia Sheinbaum lo calificó como “insensible” y de simple operación de imagen. Sin embargo, lo importante no está en la forma, sino en el fondo: si el PAN cumple su palabra y renuncia a las coaliciones, lo que en realidad inicia es una nueva etapa para la oposición y quizá el principio del fin para el PRI.
Sin el salvavidas de las alianzas, el Partido Revolucionario Institucional llega desarmado a las elecciones intermedias de 2027. Sin la estructura panista que le daba presencia urbana ni la cobertura mediática de la coalición, el PRI enfrenta un escenario de soledad inédita. Morena y sus aliados gobiernan la mayor parte del país, y la aritmética electoral favorece al oficialismo cuando la oposición se divide: los votos fragmentados diluyen la fuerza del bloque y amplía la ventaja del partido mayoritario. En otras palabras, la decisión del PAN podría ser —aunque no lo parezca— una sentencia de muerte para el tricolor.
Podría decirse que esto beneficia a todos los mexicanos: un partido menos que mantener con recursos públicos. Pero, en los hechos, el beneficiario directo es Morena, que enfrentará una oposición dividida y desorganizada. Lo que se presenta como independencia estratégica del PAN puede terminar siendo el mejor regalo político que el oficialismo haya recibido en años.
¿Podría el PAN estar buscando vender esta decisión a la Presidenta a cambio de cierta estabilidad en sus gobiernos estatales? Chihuahua, gobernada por el panismo, es el ejemplo más visible. No hay evidencia de un pacto con Palacio Nacional, pero sí incentivos: en un mapa donde Morena controla 24 entidades, conservar los enclaves azules puede valer más que una alianza nacional de resultados inciertos. Tal vez, el PAN prefirió asegurar sus bastiones que seguir arrastrando el peso muerto de un PRI en decadencia.
Para que esta apuesta funcione, el PAN necesita como mínimo: organizar primarias creíbles que abran el partido a nuevos liderazgos; convertir su marca nacional en presencia local efectiva, y; atraer a los priistas de vocación administrativa que busquen refugio antes de naufragar con su partido. Si alguna de esas piezas falla, el intento de renovación terminará en atomización opositora y en un Congreso aún más alineado al oficialismo en 2027.
Porque la política, como la naturaleza, aborrece el vacío. Si el PRI se extingue, sus cuadros no desaparecerán: buscarán casa. Algunos se retirarán con dignidad; otros —los más pragmáticos— migrarán hacia Morena, donde encontrarán acomodo y presupuesto. Max Weber, en El político y el científico, distinguía entre quienes viven de la política y quienes viven para la política. Los primeros son profesionales del poder, dependen de él para subsistir; los segundos, actúan por convicción, incluso si ello implica el retiro. Cuando un partido deja de ofrecerles techo, los que viven de la política buscan un nuevo refugio. Y hoy el refugio más grande se llama Morena.
La decisión del PAN, por tanto, no solo marca su propio destino, sino el rediseño completo de la oposición mexicana. En un escenario con menos partidos, la supuesta “eficiencia” democrática se convierte en concentración del poder, menos partidos significa menos contrapesos y más espacio para el oficialismo. De cualquier forma, el PRI ya no fungía realmente como un contrapeso, sus gobernadores cambiaron su estado por una embajada o por el Senado