Dos mujeres, Heidy Mares y Dheyna Brito, necesitaban hablar de la violencia que azotaba Sinaloa, pero, sobre todo, de la que vapuleaba a Culiacán. Esa necesidad de catarsis, de desahogar sus terrores e incertidumbres, las impulsó a contactarse, primero por WhatsApp. Luego les vino una idea más amplia para acoger a otras mujeres que padecían lo mismo, así que crearon el Club de Culichis que lloran, “un espacio de creación literaria y acompañamiento colectivo que busca documentar, procesar y resignificar las emociones derivadas de la violencia en la entidad”.
Qué bueno que lo hagan, así podrán consolarse y cobijarse entre todas, pero tiene mucho de triste que mujeres mexicanas se vean obligadas a crear un club como ese para procesar las tantas angustias derivadas de los asesinatos y desapariciones que provocan las guerras narcas, en particular las cruentas batallas intestinas del Cártel de Sinaloa desatadas desde el 9 de septiembre de 2024 entre las facciones de Los Chapitos y La Mayiza.
“Empezamos a trabajar con el miedo, con el trauma, con el desprendimiento, y finalmente con lo que queremos construir hacia adelante. Ha sido un ejercicio de memoria y colectividad, porque más allá de la escritura, nos acompañamos en un proceso muy difícil para todas y todos”, expresó Heidy el martes pasado, cuando se cumplió un año de iniciada la guerra, según leo en el portal Mesa Reservada.
“Durante 10 sesiones, los participantes compartieron experiencias, emociones y memorias, escribiendo desde la poesía, la crónica o el ensayo libre. El proceso no se enfocó únicamente en la técnica literaria, sino en la conversación, el desahogo colectivo y el análisis crítico de lo vivido”.
De ahí, de esos encuentros, nació un fanzine como memoria comunitaria. Hicieron muy bien: la palabra es lo único que nos puede salvar en tiempos canallas como los que padecen las y los culichis. Y la música: el taller también inspiró a Pau Matinée, quien prepara su próximo disco Memoria y desaparición inspirada en lo ocurrido: “Toda la situación de Culiacán y mi participación en el club me impulsaron a expresarme y escribir los temas del disco”, consigna Mesa Reservada, y apunta: “Su música refleja experiencias personales y colectivas frente a la violencia”.
Se trata de colectivizar la tragedia, no para normalizarla sino para adentrarse en ella y desarraigarla. Hablar de la violencia, consignarla, narrarla bien con toda su crudeza, contribuye a conservar la capacidad de asombro y ayuda a comprender en toda su dimensión esos abismos, a fin de extirparlos de nuestra sociedad.
Otro medio local, la revista Espejo, invitó a Heidy a escribir un texto justamente por el primer aniversario de esta guerra narca sinaloense que no cesa, y ella tecleó un artículo que tituló Un año bajo el pájaro negro, cuyos primeros dos párrafos dicen así: “Un pájaro negro se ha posado sobre Culiacán desde hace un año. Grazna a ratos, aletea, está ahí, como si fuera parte del cielo. A ratos creemos que se ha ido, pero basta escuchar un estruendo, un motor a deshora para que recordemos su sombra.
“El pájaro negro es la herida que no cierra: la ciudad sitiada, el estado de alerta permanente, la vida cotidiana trastocada. El pájaro negro es ese sobresalto que tenemos cuando escuchamos bajar una cortina de acero y nuestro primer pensamiento son las balas…”. La vida culichi, donde el primer pensamiento cada día es el de una bala. Una bala perdida que hoy te puede tocar a ti en cualquier calle. ¡Uf! Qué fuerte. Y no es exageración, vea usted el recuento que ha publicado EL UNIVERSAL esta semana: el parte de guerra detalla que la estela de luto es de mil 850 muertes violentas en un año, un promedio de cinco por día. Además, claro, el sello de la casa, el terror de las desapariciones: 1,161 casos, que son 1,161 personas levantadas, al menos tres vidas diariamente.
¿El gobernador de ese estado nos puede decir un año después de que iniciara esta guerrita que él y su gobierno han hecho algo tangible que disminuya la violencia? No. Y el gobierno federal, con su despliegue más de 14 mil elementos entre soldados, Guardia Nacional, Marina y policías, ¿pacificó la plaza? No. Si lo medimos en los daños patrimoniales que suponen los despojos violentos de 7 mil 810 vehículos de todas las marcas y modelos, normalmente utilizados para enfrentamientos y bloqueos, no, porque eso de secuestrar un promedio de 21 vehículos por día nos habla de un caos cotidiano que está lejos de extinguirse.
Y claro, también hay que hablar del deterioro económico: 2 mil 800 negocios de diversos giros cerrados, entre ellos, 75 restaurantes. La Coparmex estatal estima que más de 35 mil empleos se han perdido. Diría Javier Sicilia, dirigiéndose a los criminales: “¡Ya párenle, señores de la muerte, tengan tantita humanidad!”
Desgraciadamente, ellos sólo escuchan las voces internas de sus machismos.
Bajo fondo
Escribió Heidy: “La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué significa vivir con una cicatriz que nunca termina de cerrarse? La tragedia no es el balazo que suena, sino lo que se asienta después. El pájaro negro sigue ahí, suspendido sobre nosotros. Y la única certeza es que su sombra nos obliga a mirarnos de frente, a no olvidar que seguimos viviendo bajo un cielo sitiado”.
La guerra narca de Sinaloa, de Culiacán, una cicatriz que nunca cierra, la metralla de cada día, un pájaro negro que acecha siempre.
Qué duro.
Trasfondo
Una y otra vez, desde el sexenio pasado, se les dijo que no metieran a los militares mexicanos en tantas tareas de civiles que implicaban tentaciones insoportables para quienes no gobiernan la codicia. Nada, no escucharon, y ahí tienen ahora el lamentable resultado: la Marina, una de las instituciones más respetadas y con mayor prestigio, manchada, mancillada por la corrupción de los señores de los buques que a punta de cañonazos sedujeron a varios de los suyos y enfangaron a todos.
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