De todos los derrumbes del sexenio pasado, el más silencioso, el más grave, es el de la educación. López Obrador echó abajo la por él denominada “mal llamada reforma educativa”, y con eso bastó para dinamitar años de esfuerzo por modernizar el sistema. Dicha reforma pugnaba por restar poder sindical -principalmente a la CNTE, la corrupta, bloqueadora de carreteras, asaltante de casetas y extorsionadora coordinadora de maestros-, por impedir que posiciones y recursos se vendieran o heredaran, por devolverle al Estado la rectoría sobre la enseñanza. No era perfecta, pero avanzaba. Fue sustituida por la “Nueva Escuela Mexicana” que, en el papel, prometía humanismo, pero en la práctica se tradujo en improvisación, ideología y retroceso.
El gobierno presumió haber devuelto “dignidad” a los maestros, pero en realidad devolvió el control político a quienes siempre lo tuvieron: los caciques sindicales. La educación dejó de ser prioridad para convertirse en consigna, designaron a un tal Marx -sí, Marx- Arriaga, que hizo de la pedagogía un campo de adoctrinamiento, desde su oficina salieron libros de texto llenos de sesgo, plagados de errores y de tendenciosa ideología, textos que exaltan a López Obrador y la Cuarta Transformación, repartiendo insultos velados a gobiernos anteriores – el “espurio” Calderón- y, que en lugar de despertar la curiosidad de los niños, los adormecen con un catecismo político.
La educación no necesita héroes de bronce, ni enemigos imaginarios, necesita ciencia, pensamiento crítico, civismo, matemáticas, lectura. Pero el gobierno sustituyó todo eso por consignas, dibujos de pancarta y un discurso moralizante, como si la educación fuera un instrumento para fabricar seguidores en lugar de ciudadanos. Los resultados están a la vista: peores niveles de comprensión lectora, abandono escolar, planteles en ruinas y un menguado presupuesto educativo.
El gasto público en educación ha caído año tras año, en 2018 representaba alrededor del 3.2% del PIB, hoy apenas supera el 2.8%. La SEP ha perdido más de 60 mil millones de pesos reales en seis años. La educación media superior y superior, pilares de cualquier sociedad moderna, han sufrido recortes que se disimulan con programas clientelares. Las universidades públicas sobreviven entre huelgas, falta de mantenimiento y presupuestos raquíticos. Las escuelas normales rurales, en vez de fortalecerse, se politizan y los maestros malpagados deben sostener un sistema que se derrumba desde arriba.
México carece hoy de un proyecto nacional de educación, no existe una política que articule la enseñanza con el futuro del país, no se convoca a los mejores pedagogos, científicos e intelectuales más capaces para repensar el rumbo. La educación es el tronco del desarrollo del México de mañana, tronco que en lugar de fortalecerse, se pudre por desinterés y dogma.
El secreto del desarrollo no está en el petróleo ni en las remesas, está en educar a la niñez. Lo sabía Vasconcelos -cuyo escritorio lo ocupa hoy el mediocre Mario Delgado-, al igual que los gobiernos que entendieron que la escuela es el corazón del progreso. Se confunde ideología con enseñanza, propaganda con cultura, discurso con conocimiento. Propiciemos una educación con libertad de pensamiento que transmita conocimientos, que desarrolle el carácter y los valores éticos, la capacidad de transformación social, una educación abierta, crítica, sin consignas.