Estampitas. La imagen desbordó el espacio cibernético con una mezcla de indignación, sarcasmo e inventiva visual de los cibernautas. La Presidenta, de espaldas, sola, en medio de una tragedia que afecta a decenas miles de seres humanos, que ha enlutado a decenas de familias y afectado patrimonios y fuentes de subsistencia. Un exceso de ‘esteticismo’ de los ‘estrategas’ de imagen de Palacio pareció naufragar en una técnica rudimentaria de fotomontaje para darnos una estampa de Claudia caminando sobre el fango, acaso tan rústica como las estampitas para niños de Jesús caminando sobre las aguas.

De proselitismos. Flexionada la pierna derecha como caminando, al filo de un charco ¿fotoshopeado? aparece la Presidenta con sus nuevos jeans convenientemente salpicados de barro en la parte inferior; impecable, la camisa blanca para resaltar el color del partido-gobierno del chaleco, la silueta posterior con su inconfundible arreglo del cabello. Pero por algo no ‘compró’ el Evangelio de San Lucas la historia de Jesús sobre aguas embravecidas. Secos sus ropajes; su rostro, radiante, y su cabello eficientemente agitado por el viento. Pero ambos pasajes dan para anotar la más notable, entre otras diferencias. En la narrativa cristiana, Jesús llevaba una misión práctica: rescatar a apóstoles aterrados en su barca al borde del naufragio. Y la difusión por siglos de esa imagen, con otras, cumplió un efecto clave de comunicación de la cristiandad: acreditar el poder divino del hijo de Dios, enviado por el Padre a dar su vida terrenal como prenda de su promesa de vida eterna para todos. Completo, este mensaje se lleva unos 10 segundos —algo menos que las mañaneras— y es el de mayor recordación en la historia de los mensajes proselitistas (más de dos mil años), reflexiona el especialista Antonio Ocaranza, amigo y creyente.

Artificio sin sentido. En cambio, si el propósito de la imagen analizada era exaltar un personalísimo talante de compromiso de la Presidenta con las víctimas, no lo necesitaba ni se logró. Sobran las imágenes de su presencia en las áreas más dañadas, incluso encarando, con un par de resbalones, el dolor y la inconformidad de las víctimas. Al sinsentido se unieron la indignación y las mofas cibernéticas que describían las huellas del artificio. Pero el peor efecto está en las connotaciones de una imagen así divulgada por la propia Presidenta. Sin damnificados: alejados o silenciados. Sin colaboradores a quienes dar indicaciones. Sin el ‘pueblo agradecido’ del que habló en una mañanera, con un giro frecuentemente parodiado por Monsiváis en el Priato. Y la connotación más crítica: caminando en dirección a ninguna parte. O, peor, directo a un par de ciénegas que rematan el ‘paisaje’.

Desastres e imagen presidencial. La anécdota pone de relieve el rol de los desastres a favor o en contra de la imagen de los gobernantes. Carlos Fuentes me trasmitió alguna vez, pasmado, la referencia que le hizo el entonces presidente Zedillo a las ganancias que le dejaba en las encuestas su involucramiento en las zonas afectadas. Con su fallido, ofensivo sentido del humor le sugería al escritor lo deseable que le podía resultar un desastre para emparejar sus números adversos en cada crisis. En contraste, López Obrador obedecía a la escuela contraria: alejar al gobernante de escenas de destrucción, caos, dolor e inconformidad, para evitar la asociación de su imagen a situaciones negativas. De allí su ausencia en Acapulco a la hora de Otis, la escenificación de su jeep atascado para no llegar y finalmente su arribo a la base naval del puerto sin tocar ni ser tocado por escenas ‘negativas’.

Facturas. A la presidenta Sheinbaum ya le sumó Roy Campos unas centésimas por su contraste con López Obrador. Ya vendrán las facturas, impagables con fotomontajes y encuestas.

Académico de la UNAM

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