Es verdad que México concedió asilo diplomático a Betssy Chávez al amparo de la Convención de Caracas, obligatoria tanto para nuestro país como para Perú. Y, en efecto, corresponde solo al Estado otorgante —México— determinar si el solicitante, en este caso la ex primera ministra de Pedro Castillo, cumple con los requisitos. Sin embargo, el gobierno de nuestro país parece olvidar de nuevo que, a diferencia del asilo territorial y aunque parezca un contrasentido, para que la figura de asilo diplomático opere adecuadamente es necesaria la cooperación de las autoridades del Estado donde se encuentra el asilado. En otras palabras, para evitar un conflicto con Perú o un largo impasse era imperativo negociar con el gobierno de ese país, entre otras cosas para asegurar la obtención de un salvoconducto que permitiera la salida de Chávez.

Ni el rompimiento de relaciones de Perú con México ni la declaración de la presidenta Sheinbaum como persona non-grata ocurren en el vacío. Suceden tras múltiples provocaciones de la mandataria mexicana y forman parte de lo que se ha convertido en un patrón del gobierno desde el sexenio de López Obrador, sin precedentes en la historia diplomática del país. Se suman al rompimiento de relaciones con Ecuador y la declaración de tres embajadores mexicanos como personas non gratas en Bolivia, Ecuador y el propio Perú por la abierta e insistente intervención de México en asuntos internos de esos países, incluyendo el “heroico” rescate del ”hermano” Evo y al menos un intento de fuga en el maletero de un vehículo diplomático mexicano.

El gobierno argumenta que los asilos otorgados a personajes latinoamericanos de dudosa reputación forman parte de una “política exterior humanista”, subproducto del “humanismo mexicano” que López Obrador decretó como guía ideológica de la 4T. Lleno de lugares comunes como “el ser humano al centro de la vida” con base en “la historia, cultura y valores de México”, no es difícil concluir que “humanismo mexicano” es poco más que el concepto de siempre más un gentilicio. Lo extraño es que en México la defensa de la dignidad, los derechos y la capacidad de dar sentido a la vida a través de la razón y la libertad, o sea, el humanismo, había sido bandera de los jesuitas y, sobretodo, del PAN, no de la “izquierda”. No deja de ser interesante que Morena se haya visto obligado a abrevar de la doctrina de su antípoda política para definirse.

Con toda la nobleza que hay detrás de la filosofía del humanismo, el problema es que la 4T ha sido selectiva en su aplicación tanto doméstica como internacional. Únicamente los propagandistas del régimen podrían afirmar que los manifestantes, desaparecidos, enfermos, rivales políticos, periodistas, feministas o víctimas del crimen organizado han sido tratados por la 4T con humanidad. Tampoco ha sido el caso en materia de política exterior. Como elocuentemente ilustró Pascal Beltrán del Río en un artículo reciente, durante estos años nuestro país ha otorgado asilo solo a aliados del régimen o enemigos de rivales de Morena, dejando desamparados, entre otros, a valientes activistas nicaragüenses, venezolanos y cubanos en condiciones infrahumanas. La causa de los asilos a Betssy Chávez y Jorge Glass sería mucho más sólida si en la arena internacional el gobierno de México no discriminara, como hace, en función de sesgos ideológicos.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios