Entiendo la lógica de quienes van detectando, día tras día, las señales infalibles del declive de Estados Unidos. Detectan debilidades económicas (ante el creciente poderío manufacturero chino), morales (la droga, los sin casa, la violencia), militares (la incapacidad de enviar tropas a combatir), ideológicas (entre el Islam, el Sur Global y la introspección, se desvanece la “civilización norteamericana”), políticas (el surgimiento de extremismos, los ataques a las instituciones, el autoritarismo en pleno auge), y finalmente geopolíticas (el fin del imperio, del dólar, de la hegemonía, el advenimiento de un mundo multipolar). Esto creen los más firmes partidarios de “los pueblos”, quienes piensan que “otro mundo es posible”, y que en vista del mal que Estados Unidos le ha ocasionado a buena parte de la humanidad, la tendencia debilitadora es bienvenida.
Entiendo también la lógica de quienes desean que dicha tendencia se confirme y se fortalezca. Desde la anexión de Texas y el despojo de más de la mitad del territorio mexicano, la imposición de un régimen semicolonial a Panamá, Cuba, Puerto Rico y Filipinas a finales del siglo XIX y principios del XX, hasta la Guerra de Vietnam, la de Irak, la de Afganistán, y el apoyo irrestricto a los crímenes de guerra de Israel en Gaza (sin mencionar múltiples otros ejemplos), el daño infligido por Estados Unidos al mundo entero justifica plenamente el deseo citado. Muchos de los simpatizantes con estas ideas dirán, como los racistas estadounidenses (o de cualquier otro país): “Yo no soy antiamericano; lo que es más, algunos de mis mejores amigos provienen de ese país.”
Se confunde deseo y análisis; se entremezcla antipatía por Estados Unidos con simpatía por sus adversarios. De allí la extraña postura de demócratas latinoamericanos, por ejemplo, que jamás aceptarían vivir bajo condiciones como las que imperan en China, en Cuba, en Irán, entre otras sociedades, pero que en el fondo de su corazoncito “le van” a estos países. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Esto es más frecuente en América Latina que en otras latitudes, pero este pensamiento permea buena parte del llamado Sur Global, a las izquierdas europeas (Podemos, La France Insoumise), y al wokismo en general. Detrás de tesis como la multipolaridad, la reforma del sistema económico y jurídico internacional, la equidistancia entre las dos superpotencias de hoy, figura este sentimiento.
El pequeño problema consiste en que más allá de la deseabilidad de sus objetivos —que obviamente no comparto— yace un abismal error de análisis. Ningún país del mundo es capaz hoy de instrumentar algo ni siquiera remotamente parecido a la operación Midnight Hammer de bombardeo de las instalaciones nucleares iraníes. La proyección de poder militar, el costo, la precisión quirúrgica, la anuencia (o complicidad) de aliados en materia de sobrevuelos y reabastecimiento en el aire, pocas bajas del adversario, inteligencia, no los tiene ni Jinping. Ciertamente, Estados Unidos posee esa capacidad y potencia sin igual en el mundo porque gastan en eso, y no en un sistema de salud decente y universal, en una educación de masas digna del nombre, en una infraestructura decrépita o en combatir la desigualdad. Esa es una opción de sociedad, que tampoco comparto, pero que resulta innegable.
Veremos si se cumplen las expectativas de Trump. Si los B2 destruyeron todos los componentes del programa nuclear de Irán; si no habrá represalias iraníes más adelante; si los amigos de Teherán —Hamas, Hezbollah, Houthis, Isis— despiertan y contraatacan; si Israel no se vuelve a pasar de lanza; si Rusia o China entran al quite. Pero por lo pronto la “Guerra de los doce días” ha demostrado que quienes anhelan el fin del imperio estadounidense deberán ser muy pacientes.
Si yo fuera China o Rusia, me identificaría con Pepito, cuando quería ser un pendejo y su papá le preguntó por qué. Respondió: “Quiero ser como ese pendejo con ese coche, con esa novia, con esa ropa, con esa casa”. Y yo agregaría: con esos aviones, esos pilotos, esas bombas, esos misiles, esa soberbia.
Excanciller de México