Benjamín Netanyahu declara “estamos cambiando la cara del Oriente Medio”, tres días después de haber empezado su ofensiva contra Irán. El 10 de noviembre del año pasado, publiqué en esta página de Opinión “Nuevo Gran Juego en el Oriente Medio”, para decir: “Israel parece decidido a realizar un regime change en toda la región… La tragedia del 7 de octubre de 2023 lo llevó a imaginar un cambio total del equilibrio regional. Abrió siete frentes, del más cercano al más lejano: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Irak, Yemen y, finalmente, Irán. Irán es la última meta, los otros seis blancos siendo todos instrumentados por Teherán”. Concluía: “¿Podrá Irán derrotar a Israel (y sus aliados confesos e inconfesos)? No tiene los medios, ni las ganas de una gran confrontación. Sabe que sus alianzas alternativas con Moscú y Pekín no son suficientes y no existe la confianza mutua. Hasta ahora Washington ha frenado Israel, le ha impedido atacar las instalaciones petroleras y nucleares y, se vale suponer, asesinar al gran ayatola. Ali Jamenei sabe demasiado bien que la caída de su régimen sería bien recibido en Arabia Saudita y… en Irán”.
Ahora sabemos que la decisión de atacar a Irán se tomó el 1 de octubre de 2024, que, de los seis aliados de los ayatolas, solo se mantiene el Yemen de los hutíes, que, prudente, firmó un acuerdo con EU. Han muerto los líderes de Hamas y de Hezbollah, ha sido derrocado Bashar Al-Assad que se refugió en Moscú, se han calmado los shiitas de Irak y Ali Jamenei le debe la vida a Donald Trump que vetó rotundamente su asesinato. No sabemos qué hará el camaleónico Trump, después de usar a Israel, sin comprometerse, para llevar Irán a firmar el pacto y renunciar al arma nuclear. No sabemos que hará Netanyahu, que, una vez más, subió las apuestas para lanzarse a la aventura sin tener estrategia de salida. No sabemos que pasará con el impopular régimen iraní.
Por lo pronto, Ucrania y Gaza son víctimas colaterales de esa nueva guerra que puede durar: los noticieros los olvidan, justo cuando la Unión Europea, después de una escandalosa y eterna parálisis, empezaba a reaccionar contra la masacre de palestinos, y a elevar su ayuda a Ucrania. Además, los EU anunciaron que van a desviar parte de la ayuda militar prevista para Kyiv hacia el aliado privilegiado, Israel… Y, de subir más y más el precio de los hidrocarburos, Putin podría financiar su economía de guerra, justo cuando las reservas rusas de liquidez han caído a 31 mil millones de euros, lo que no garantiza más de doce a quince meses para su esfuerzo bélico…
Sin embargo, Putin pierde al aliado iraní debilitado, después de haber perdido al aliado sirio. Ucrania recibirá menos drones Shahed y misiles balísticos Fath iraníes que Teherán proporcionaba masivamente a Moscú. Así, la ofensiva israelí fractura el eje Moscú-Pekín-Teherán-Pyongyang. Por cierto, Corea del Norte manda 5 mil “trabajadores” a reconstruir en el distrito de Kursk un tiempo ocupado por los ucranianos. En ese sentido, lo que hace Israel es mucho más que un ataque “preventivo” contra Irán y puede significar una ruptura geopolítica mayor en el equilibrio de las fuerzas mundiales. Pierre Raiman, historiador francés especialista de los totalitarismos, escribe el 15 de junio: “El eje Moscú- Pekín-Teherán-Pyongyang, privado de su brazo armado en el Medio Oriente y de sus ambiciones nucleares, sigue siendo peligroso, si bien debilitado. China tendrá que asumir el peso de la confrontación con Occidente a la vez que administrar aliados tambaleantes, y reevaluar sus ambiciones de conquista de Taiwán y expansión en el Mar de China. Y la guerra de Ucrania se juega ahora tanto en las riberas del Dnipro que en el estrecho de Ormuz o las profundidades subterráneas de Fordo y Natanz, revelando la interconexión fundamental de los teatros geopolíticos del siglo XXI”. Fordo y Natanz son los dos lugares donde irán, a una profundidad inalcanzable para Tsahal, donde se enriquece el uranio, en la etapa previa e indispensable para conseguir el arma nuclear.
Historiador en el CIDE