¿La marcha de la generación Z es un movimiento social genuino o es una campaña amplificada por algoritmos, bots y dinero? ¿A quién se le cree cuando la inteligencia artificial y las campañas digitales pueden fabricar tendencias en cuestión de horas? Vivimos en una era donde la verdad se ha convertido en una disputa técnica y emocional. Y México no es la excepción: lo que ocurre hoy en nuestras redes es parte de un fenómeno global que la literatura académica llama propaganda computacional.
Una de las conclusiones de esta rama de investigación es que las granjas de bots, el contenido automatizado, la amplificación artificial de contenido y la manipulación algorítmica se usan tanto para influir como para reprimir. Sin embargo, lo que antes parecía ser una diferencia de uso por tipo de régimen ahora parece ser algo que ocurre tanto en democracias como en gobiernos autoritarios. A esto se suma un cambio profundo: la llegada de la inteligencia artificial. Aunque se ha hablado mucho de la transformación de la política por medio de los “deepfakes”, lo que más está transformando las campañas de influencia es la “hipereficiencia” que viene con estas tecnologías. Y es que la IA ocasiona que la propaganda sea más barata, más fácil y más rápida de hacer.
En este contexto, el caso de la marcha del 15 de noviembre es revelador. Aunque la Presidencia aseguró haber detectado que la convocatoria estaba amplificada por bots, influencers y políticos opositores, se reforzó la seguridad en torno a Palacio Nacional y alrededores del Centro. Por otro lado, algunos de los análisis que reportaron el uso de bots utilizaron herramientas de inteligencia artificial para detectar estas cuentas, lo cual pone en duda los resultados de estos análisis. Y es que, aunque las herramientas para detectar automatización existen, se requieren modelos y validaciones serias con metodologías claras para demostrar cómo se determinaron estos números. Al final lo que vemos es una conversación profundamente polarizada, donde cada quien confirmó sus prejuicios sobre esta marcha.
Pero este fenómeno no se da solo de un lado político. Existen también redes coordinadas alineadas al gobierno, cuentas troll que atacan a críticos y bots que defienden la narrativa oficial. Tanto las cuentas progobierno como las cuentas críticas utilizan agencias privadas, financiamiento empresarial y medios de comunicación tradicionales para armar estas campañas. La manipulación digital es más parecida a un ecosistema en el que compiten actores políticos, económicos y tecnológicos por nuestra atención.
La literatura sobre la propaganda computacional advierte que la exposición a información creada e impulsada de forma artificial tiene efectos adversos. Por un lado, erosiona la confianza en los medios tradicionales, las instituciones electorales y democráticas. Por otro, aumenta la confianza en las ideas políticas propias, incluso si la información es falsa. La propaganda no pretende convencer a todos: busca reforzar a los convencidos y desmoralizar a los indecisos. Es un juego de poder disfrazado de flujo informativo. El diseño de las redes sociales amplifica este problema. Ya que sus algoritmos no están diseñados para promover discusiones, sino para maximizar tiempo de uso y ventas. Como la desinformación y el contenido polarizante generan más emociones e interacciones, las plataformas priorizan el contenido que manipula sobre el informativo.
La vida política de un país no puede sostenerse en esta ambigüedad constante. Necesitamos exigir transparencia metodológica cuando se habla de “millones de bots” y observatorios independientes que auditen campañas digitales. Porque al final, la pregunta central sigue siendo la misma: si todo puede fabricarse, ¿cómo reconocemos lo verdadero?

