Esto no es una metáfora ni una exageración. Me encantan los magos e ilusionistas, pero esto sucedió en mi casa. Apareció dinero real, en efectivo, en una bolsita con cierre del tamaño de un sobre, que ya había vaciado y revisado dos semanas antes cuando no me alcanzó para pagar la tarjeta. Y aún así… ese dinero no estaba ahí. Lo recuerdo perfecto.

Te cuento.

Cuando empezó mi crisis financiera —la más fuerte que recuerdo— me quedé corta de liquidez para pagar mi tarjeta de crédito y me vi en la necesidad de buscar recursos por todos lados. Era eso o dejar de pagar. Entonces, abrí esa bolsita donde, desde hace años, guardo unos dólares “para emergencias”. Conté todo lo que había… y no alcanzaba ni de lejos. Me dio pena, me resistí, pero no tuve opción: por primera vez en mi vida, tuve que pedir prestado.

Pasaron dos semanas. Mi angustia ya no era la misma; algo se había soltado un poquito. Y justo ese día, fui a buscar la misma bolsita para cambiar unos dólares y cubrir algunos gastos de mis hijos… y ahí estaba. No había un billete escondido, era mucho más, como diez veces más de lo que había antes. Era mío. Y estaba ahí, esperándome.

No hay explicación lógica, no es que conté mal, era demasiada la diferencia. Era otra cosa. Y aunque no puedo explicar el cómo, sí tengo algunas sospechas. Ese dinero apareció justo después de que algo muy profundo cambió en mí.

Esa época estaba desangrada. No tenía trabajo y me había desgastado mucho haciendo todo lo que sabía. Puse en venta propiedades, lancé productos, moví cielo y tierra para generar ingresos… pero nada se movía. Al contrario: más trabas, más trámites, más gastos. Y lo peor no era eso… lo peor era la desesperación de sentir que nada funcionaba.

Hasta que un día, sin fuegos artificiales ni grandes revelaciones, tomé una decisión chiquita, pero poderosa: dejar de pretender ser la jefa del universo. Soltar el control, entregar la dirección y asumir un nuevo rol, más humilde pero infinitamente más sabio:

Ser la asistente del universo.

¿Y cómo se vive eso? Pues haciendo lo que toca. Sin drama, sin soberbia ni exigencias.

Si hay que hacer 20 llamadas, se hacen.

Si hay que mandar mil correos, se mandan.

Si hay que vender recuerdos, se sueltan.

Si hay que tener conversaciones incómodas, se tienen.

Si hay que respirar con miedo en el pecho, se respira.

Si hay que llorar en el camino, lloras.

Pero todo desde otro lugar.

No desde el “yo tengo que lograrlo ya”, sino desde el “yo estoy al servicio… y confío”.

Y eso fue lo que hice, me moví desde ahí con disciplina espiritual, con humildad, con el alma abierta y los ojos llenos de fe.

Y entonces… apareció el dinero.

No porque lo decreté con fuerza, ni porque lo merecía más que antes, ni porque hice la fórmula mágica. Apareció porque estaba lista para recibir, sin hacer del dinero mi dios, sin perseguirlo con angustia y sin apretar los dientes. Solo con confianza.

Y lo más increíble es que fue perfecto. Era dinero mío, no lo debía, no se lo pedí a nadie y llegó justo a tiempo.

Eso es abundancia sagrada.

El INGRIDiente secreto es este: Cuando dejas de pretender que sabes como hacer todo funcione y te pones al servicio como colaborador del universo, la vida te sorprende donde menos te los esperas. Cuando sueltas la exigencia… literal, aparece el dinero.

Escríbeme en Instagram @ingridcoronadomx y dime de que te gustaría que hablemos en este espacio. Gracias por acompañarme una vez más.

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