Hay dolores que no se pueden describir. Hay noches en las que el alma pesa tanto, que uno siente que no va a amanecer nunca más.

Yo he pasado por esas noches. Noches donde el cuerpo duele, el corazón se rompe silenciosamente en pedazos y la mente solo quiere escapar. Noches donde ni rezar consuela, ni dormir alivia, ni soñar salva. Noches en las que uno se siente perdido en un laberinto sin salida, preguntándose si alguna vez volverá a sentir paz.

Y a veces, esas noches no son solo noches: son días, semanas, meses, incluso años. Períodos más oscuros que una noche sin estrellas, donde parece imposible encontrar el camino de regreso a uno mismo.

Durante mucho tiempo creí que esas noches eran castigos. Pruebas que tenía que resistir para ser cada vez más fuerte y para "demostrar" que podía. Pero resistir no sanaba. Solo me agotaba más. Era como intentar detener una tormenta con las manos desnudas, como intentar apagar un incendio en un bosque con un vaso de agua.

Hasta que un día, en medio de una de esas noches interminables, entendí algo: No estaba siendo castigada. Estaba siendo transformada.

Así como el alquimista pone el metal en el crisol para purificarlo, mi alma también estaba siendo colocada en el fuego. No para destruirme. Sino, para limpiar todo lo que ya no era verdadero en mí.

La alquimia espiritual no es un proceso idílico. Es incómodo, crudo y brutalmente honesto. Duele más que una herida que deja la piel al rojo vivo. Primero te despoja de lo que creías que eras. Te quema los apegos, los miedos, los disfraces. Te arranca las capas que construiste para protegerte y te deja frente a ti misma, sin escapatoria.

Te hace atravesar el "nigredo", la noche más oscura del alma. Esa etapa donde todo se siente perdido, donde nada florece, donde el dolor es lo único real.

Pero lo que entendí, y que hoy te comparto con el corazón en la mano, es que en esa oscuridad no se muere tu alma. Se muere tu ego herido. Se muere tu necesidad de controlar. Se muere la ilusión de que tienes que ser perfecta para merecer amor.

Y cuando todo eso cae, lo único que queda es lo verdadero. Lo que no se quema. Lo que eres tú, en tu forma más pura: alma viva, amor desnudo, verdad incandescente.

Hoy sé que mis noches oscuras del alma no son castigo, sino redención. Son mi alquimia.

Me sacaron del personaje que otros esperaban. Me arrancaron las máscaras que yo misma me puse para ser aceptada. Me obligaron a ver mi luz, que yo creí extinta, o incluso que ya no quedaba nada más.

Y aunque todavía hay días donde el corazón duele, donde el cuerpo pesa, sé que ya no soy la misma. No soy la mujer que creía que valía por su éxito, por su imagen, por su capacidad de resistir.

Soy la mujer que entendió que valía simplemente por ser. La mujer que, tras abrazar su oscuridad, descubrió que su luz nunca había desaparecido; solo estaba esperando ser recordada.

Hoy tengo la certeza de que la vida no castiga, te forma, te quita todo lo que no eres, lo que no te sirve para que puedas brillar. El INGRIDiente secreto es que, cuando seas "invitado o invitada" a ese taller sagrado que te devuelve a tu esencia: "La alquimia de tu noche oscura", abraza con sabiduría y amor tu participación porque estás a punto de transformarte.

¿Tú también has vivido una noche oscura? ¿Pudiste ver en ella no solo el dolor... sino también la transformación? Escríbeme en Instagram en @ingridcoronadomx, te leo. Gracias por acompañarme una vez más.

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