En la base militar de Quantico, Virginia, Donald Trump tomó el estrado frente a generales y almirantes con una propuesta que estremeció a la opinión pública: transformar ciudades estadounidenses en “campos de entrenamiento” para el ejército y la Guardia Nacional. No se trataba de simples simulacros, sino de librar una “guerra desde dentro” contra lo que él describe como una “invasión” en urbes demócratas como Chicago y Nueva York. “Defender la patria es la prioridad más importante”, afirmó, sugiriendo que el enemigo ya no estaba en tierras lejanas, sino cruzando la calle.

El discurso condensa las tensiones de su mandato: una retórica incendiaria, el despliegue de la Guardia Nacional en Washington D.C. bajo una declaratoria de emergencia, y operaciones extendidas a Portland y Memphis. En uno de sus pasajes más polémicos, Trump llegó a comparar la capital estadounidense con Afganistán —donde más de 2,400 soldados murieron en dos décadas de guerra—, asegurando que Kabul era más seguro que D.C. antes de la intervención federal. La declaración, realizada justo antes de recibir a familias de Gold Star, resultó ofensiva: ¿cómo decirle a una madre que perdió a su hijo en las montañas afganas que su sacrificio palidece frente al “caos” de una ciudad que, en realidad, ha visto descender sus homicidios a mínimos históricos desde la pandemia?

Los datos contradicen la narrativa apocalíptica. Según el FBI, las ciudades con mayores índices de criminalidad son Cleveland, St. Louis y Memphis, no Washington. La policía metropolitana de D.C. incluso reporta una baja generalizada en delitos. Sin embargo, la presencia de la Guardia Nacional se mantiene. Y no solo para patrullar: los soldados han sido destinados a “embellecer” parques, recogiendo basura, podando árboles o pintando cercas, en medio de recortes que han golpeado al Servicio de Parques Nacionales. Más de 2,200 efectivos desplegados acumulan cifras insólitas: 1,133 bolsas de basura y 6,030 libras de alimentos empacados. ¿Se trata de defensa nacional o de un espectáculo de limpieza para maquillar la gestión presidencial?

Las reacciones legales no se hicieron esperar. La fiscalía de D.C. demandó a la administración por una “ocupación militar involuntaria”. En Oregon, el gobierno impugnó el envío de tropas a Portland, acusando a Trump, a la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, y al excomentarista Pete Hegseth de abusar de sus poderes bajo un “pretexto hiperbólico”. “Portland no está bajo asedio de terroristas domésticos”, replican los demócratas, respaldados en reportes policiales que apenas documentan incidentes aislados, como un disturbio frente al edificio de ICE en junio.

Los expertos advierten que el riesgo es mayor de lo que parece. El general retirado Randy Manner, exsubjefe de la Guardia Nacional, resume el peligro: “ya no será ‘nuestro’ ejército, sino ‘esos tipos en uniforme, esos matones armados’”. Y tiene razón. Militarizar las calles no solo recuerda prácticas autoritarias: erosiona la confianza entre ciudadanos y fuerzas armadas, y convierte a una institución históricamente respetada en herramienta de disputas partidistas.

Esta visión trumpista de la seguridad [ciudades tratadas como campos de batalla y soldados como jardineros improvisados] refleja una profunda desconexión con la realidad. Mientras el crimen desciende y las protestas se desactivan, la retórica de “invasión” persiste, alimentando la división en lugar de promover unidad. ¿Estrategia política o puro teatro? En cualquier caso, es síntoma de una época en la que el servicio público se degrada a espectáculo y el heroísmo se mide en hashtags.

En el fondo, lo que se revela es la obsesión de Trump por un pasado idealizado, donde vestir el uniforme era sinónimo de deber y sacrificio al servicio de un país unido. Hoy, en cambio, los soldados aparecen en escenarios improvisados para fotos y titulares, desdibujando esa tradición. Tal vez haya llegado la hora de mirar hacia adelante y rescatar la esencia de las fuerzas armadas [una institución que debería inspirar respeto, no miedo] antes de que se pierda del todo.

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