Encontré un billete azul de 20 pesos, con el rostro de Benito Juárez, en uno de los caminos arbolados del Jardín López Velarde de la colonia Roma. Fue más que una afortunada coincidencia: el Diario Oficial de la Federación acaba de anunciar que estos billetes han entrado en proceso de retiro desde el pasado 10 de octubre, y serán enviados al banco central para su destrucción.

Cuando un billete es descontinuado se lleva consigo un cacho de nuestras vidas, que pueden medirse según las familias de billetes lanzadas por el Banco de México. Conocí en la infancia billetes de 20 pesos fabricados en papel algodón, que mostraban en el anverso el severo rostro de la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez. Eran de la familia AA que fue la primera creada por el Banco de México en 1925 y que estuvo vigente hasta 1973.

Esos billetes, de coloración degradada de rojo a verde, circularon desde Calles hasta Echeverría. No recuerdo que ningún niño de mi época tuviera en su poder uno de esos.

A partir de 1973 llegaron billetes de 20 de color rojo, con el rostro de un Morelos que parecía un poco enflaquecido. En el reverso tenían la pirámide de Quetzalcóatl que está en Teotihuacán. Tras las crisis de los 70 fueron perdiendo valor. Las cosas llegaron a tal punto que en 1985 aparecieron unos nuevos billetes: ya no eran de 20, sino de 20 mil pesos, porque a resultas de las repetidas crisis, y de la galopante inflación, se había decidido agregarle tres ceros al peso.

Llevaban el rostro de don Andrés Quintana Roo y en realidad eran vistos con desprecio, pues alcanzaban para mucho menos. Tuvo mala suerte don Andrés, pero peor suerte los mexicanos que atravesamos aquello. No recuerdo durante cuánto tiempo circularon, solo que a principios de los 90 le volvieron a quitar tres ceros al peso y apareció entonces la leyenda de “nuevos pesos”.

Fue en 1994 cuando apareció por primera vez en los billetes de esa denominación el rostro del Benemérito. Los billetes tuvieron algunos cambios con el tiempo: dejaron de hacerlos con papel algodón y comenzaron a fabricarlos con papel polímero. Años más tarde, por ahí de 2007, se tomó la decisión de hacerlos más pequeños.

En 2021, finalmente, llegaron los que muestran en el anverso la entrada a la ciudad de México del Ejército Trigarante, que hace poco ganaron un premio internacional a consecuencia de su diseño.

Dije antes que no vi a ningún niño de mi generación con un billete de 20. Es que en ese tiempo los abuelos, por lo general, nos daban de “domingo” un billete de un peso.

Esos también los retiraron durante las crisis de los 70 y los sustituyeron por monedas. Ocurrió lo mismo con los de cinco pesos, que llevaban el rostro de la célebre “gitana”, y con los de diez, donde aparecía la famosa y sonriente tehuana Estela Ruiz Velázquez, quien se preciaba de que ninguna mujer había estado en manos de tantos caballeros como ella (el billete circuló durante casi 40 años).

Al final todos estos quedaron convertidos en monedas, que dejaron de ser de plata e ingresaron en el bolsillo de los mexicanos por medio de aleaciones corrientes.

Ocurrirá lo mismo con el billete azul de 20. Se ha convertido ya en moneda.

Hacía mucho tiempo que no me encontraba algo. La verdadera coincidencia no fue en realidad que hallara el billete tirado en el Jardín López Velarde, sino que justo a punto de irse para siempre, lo encontrara tirado precisamente en el Jardín López Velarde, que ha sido tantas cosas que se fueron para siempre.

Poco antes de morir, ahí fue a inaugurar Benito Juárez –otra coincidencia— el cementerio general de La Piedad. A diferencia del Panteón Francés de la Piedad, que se conserva enfrente, en el general iban a quedar los restos de los pobres de México. Altamirano, Prieto y García Cubas relataron las “orgías funerales” que se efectuaban ahí el Día de Muertos, al calor de los cirios, el pulque, la música, los pleitos, la comida.

El cementerio fue clausurado en el cambio de siglo y quedó en el más total abandono: al poeta López Velarde le gustaba caminar entre sus cruces rotas y sus ángeles descabezados. Ahí solía conversar con “la dama de la capital”, Margarita Quijano, una de sus musas, quien luego colocó sobre su tumba una placa de azulejos con unos versos: “Murió a los 33 años de Cristo / y en poético olor de santidad”.

José Vasconcelos construyó en 1925, sobre las ruinas del cementerio del que hoy se solo se conservan algunos viejos árboles, el flamante Estadio Nacional, donde se llevaron a cabo los Juegos Centroamericanos de 1926 y en donde varios presidentes –Calles, Ortiz Rubio, Cárdenas…— tomaron protesta del cargo.

También al estadio se lo llevó el viento cuando se decidió construir en ese sitio el centro habitacional más moderno de la ciudad: el llamado Multifamiliar Juárez, inaugurado en 1952 y formado por 19 edificios y 984 departamentos destinados a trabajadores del SNTE.

Hace precisamente 40 años todo aquello estaba vuelto un cementerio: de 19 edificios, solo 10 sobrevivieron al terremoto de septiembre de 1985. Lo que no se cayó, fue demolido. No hay certeza aún sobre el número de muertos. Del paso a desnivel decorado con las líneas ondulantes de Carlos Mérida, no quedó huella alguna de su existencia.

He encontrado muchas cosas en la calle y también he perdido muchas otras. Pero aquí he encontrado justamente el billete de 20 que se va. Veo difícil que salga alguna vez de mi cartera.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.