“Cada uno es un niño y su cadáver”, dice el ingrato y bello aforismo de Franz Moreno. Mi madre, fiel a su espejo diario, me espetaba: “Te crees muy importante, pues también hay noche para ti”. Sus palabras no me ofendían porque aún a través de los insultos hablaba con la verdad. Jamás la escuché exclamar una calumnia, sólo relámpagos verbales cuyo estruendo te paralizaba algunos momentos antes de continuar inventando que habrías de dejar huella y que tu presencia resultaba indispensable más allá de la tumba o el caos de donde, sospecho, proviene todo movimiento. “Me estoy quedando sin necesidades”, se confiesa Franz Moreno, y de inmediato me sumo a sus carencias. En ese camino al ascetismo los amigos mueren y la luz disminuye, las emociones se congelan y la sorpresa de estar vivo se transforma en un fraude cotidiano. Eres “un polímero rancio sobre la tierra, un orificio en la médula del error, de donde nunca hubieras salido en búsqueda de piedad.” Escribió Antonio Calera-Grobet, en Sed Jaguar (Bonobos; 2018). Antonio murió hace unos días y no añadiré, por lo pronto, nada a su ausencia, ni tampoco crearé loas a su vehemencia y generosidad, a su inusitado amor hacia la literatura ni a las muestras de su piedad continua. El dolor me acecha cara a cara y su partida todavía me es ilusoria. Me tomaré un tiempo en verdad humano para contarles más adelante de nuestra amistad y su aventura: tomarme el tiempo que no me queda, el más valioso, claro, porque es el tiempo que se ha marchado.
Uno tiene el deber de saludar a los fantasmas, cuando se es uno de ellos. De lo contrario las muletillas de amistad entristecen y te dejan un sabor a maldad efímera, a fraude de huesos que no conocen la mecánica. Cuando alguien me pregunta: “¿Cómo estás?”, respondo: “Nosotros ya no estamos”, o les suelto abiertamente: “Me siento como una meada sobre la nieve”, o cualquier respuesta que se me ocurra. Si uno no se ha percatado de que la finalidad de las palabras es construir mentiras y, sobre todo, preguntas incapaces de ser respondidas (es su manera de imitar a la muerte), entonces no cabe duda de que ha gozado de fortuna. Las mentiras provocan a los muertos y los llevan a creer que respiran y poseen lontananza o destino, vaya tontería. Si uno sobra no es porque otros falten, es porque su venida al mundo se da a través de la misma puerta que antecede al principio. ¡Es un maldito juego! Y quien se lo toma tan en serio como si se tratara de una torta de chipirones no es más que un bruto. Los chipirones son reales, los perros calientes cuya mostaza ilumina la madrugada son más que reales (entren a las páginas de ese alud rabelesiano: Gula: de sesos y de lengua, de Antonio Calera-Grobet; Mantarraya Ediciones; 2009). “No sé donde leí que, en una separación, aquel que no ama es el que dice las palabras cariñosas”. Yo leí la frase anterior en un libro de Rubem Fonseca (Secreciones, excreciones y desatinos; Cal y Arena; 2003), y no tengo más que asentir a tal opinión e incluso podría dar testimonios acerca de tan contundente expresión. Los que aman son una lepra, el esputo en medio de la sábana. Deben aprender a disimularlo; no es sencillo; es una tarea ruinosa y a veces imposible. En cambio, no amar te auxilia a ser gentil y cariñoso; le debemos mucho a quienes no nos importan, ya que su presencia nos dota de una fortaleza mayúscula. Lo más conveniente es amar a medias y aguardar la traición, sea esta de cualquier dimensión o ralea. No soy ajeno al hecho de que mis citas literarias llegan a ser excesivas, pero es un recurso para atenuar mi soledad, y de paso la suya. El que cita convoca a la mesa a sus amigos, departe viandas y se emborracha. La mesa y la cama son territorios sagrados y es allá en donde nuestro ser efímero se revuelca de gusto. Esto lo sabía Calera; lo sé yo... y algunos otros.