Aldous Huxley (1894-1963), conocido popularmente por sus novelas Un mundo feliz, o Ciego en Gaza, detestó México, o mejor: rescató algunas imágenes y experiencias personales de las ciudades que visitó, pero en esencia, a excepción de Oaxaca, escribió que comparado con Guatemala aquel país (México) podía pasar a segundo plano. Todo ello está descrito en su libro de viajes Más allá del Golfo de México (FCE; antecedido por un magnífico prólogo de Hernán Lara Zavala).
Es verdad que el escritor británico viajó ampliamente, como debe ser, sin embargo lanzó opiniones baladís y temerarias; confió en que su cultura le daría gravedad a sus juicios acerca de México y como consecuencia sus denostaciones fueron reiterativas y estúpidas. Un ejemplo de ello es el examen que hizo de la bella y oportuna catedral de Santa Prisca, en Taxco: “Es una de las iglesias más suntuosas y feas que existen. Nunca vi un edificio donde hasta el más pequeño detalle estuviese tan mal proporcionado.”
En su libro agrega también que la artesanía de los indígenas no tiene nada que ver con el arte y se lanza implacable contra la apariencia de las mujeres oaxaqueñas. Un verdadero bribón, además de mal crítico y apoyado por esa vena británica tan arrogante y suficiente. Los escritores hablamos de más, y sobre todo escribimos de lo que no sabemos; he allí la esencia literaria: mostrar la absoluta diferencia que habita la mirada humana.
Si de viajes se trata les sugiero leer, además de los textos que son considerados de cabecera, Viaje a la Nueva España (UNAM; 1883) del calabrés Giovanni Gemelli Carreri, aunque escrito más de dos siglos antes que el de Huxley, resulta ameno, menos pretencioso y más cercano a un profundo paseo por tierras extrañas.
Martín Waldseemüller, un modesto profesor y cartógrafo que vivió en Lorena, fue quien bautizó nuestro continente con el nombre de América. Ello, así se sabe, porque creía que Américo Vespucio tenía la noción de que se había descubierto un nuevo continente, en tanto que Colón murió creyendo que había llegado a las Indias Orientales y que Cuba era una extensión de Catay.
Américo fue un hombre rico, comerciante florentino, y pleno de ánimos científicos. Los viajes que realizó en compañía de Colón —y en la ausencia de éste— lo llevaron hasta el sur de Argentina (por azares o imprevistos no lo hizo, pero estuvo a punto de anticiparse a Magallanes), y navegar en el Océano Pacífico, divisado poco antes por Nuño de Balboa.
El fundamento de la historia es el accidente, la reiteración de patrones en aras de sobrevivir al caos: la comedia mítica. Uno tendría que saber que mañana habrá cerrado los ojos y el mundo será diferente; horizonte de otras imaginaciones. A raíz de ello me parece franco y necesario no ocuparse demasiado de los grandes hombres y mujeres, ni de los superlativos eventos históricos o de las gestas heroicas: a fin de cuentas no tenemos más que un puñado de relatos, mitos y retratos de personalidades.
Unos buscan la paz, el confort que promete la civilización, la habilidad de convivir; otros el poder, el dinero, la fama, la construcción y eliminación de los enemigos o contrarios. Tal vez esta certeza me ha llevado a no ver o escuchar ninguna conferencia mañanera, desde que la instaurara el poder ejecutivo en México. No me ufano de ello, sino que conozco su finalidad y dirección, la cual, además, es muy evidente, pero creo profundamente que los funcionarios deben trabajar, ser más pragmáticos, mostrar hechos que redunden en el bienestar público, más que atropellarse con ocurrencias o diagnósticos no sopesados en su perorata diaria; delegar sus instancias informativas a los funcionarios responsables y también aparecer alguna vez, o dos, o tres, al mes y en público con el propósito de ofrecer diagnósticos y decisiones trascendentes y bien aquilatadas, más que ofrecer diretes o predicaciones no reflexionadas.