El sistema comercial internacional de México refleja en gran medida sus compromisos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). Entre ellos está el principio de Nación Más Favorecida (MNF por sus siglas en inglés), por el cual México debe garantizar dicho tratamiento a sus socios comerciales; es decir, cualquier beneficio otorgado a un país debe extenderse automáticamente a los demás miembros de la OMC, salvo que la imposición arancelaria provenga de una salvaguarda, cuota compensatoria, cupo o alguna medida de restricción no arancelaria.

Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, México no cuenta con un mecanismo para aplicar aranceles específicos por país, salvo que exista una investigación por prácticas desleales de comercio internacional.

Pongamos como ejemplo el caso de los zapatos de fabricación china. Existe una cuota compensatoria derivada de una demanda presentada por el sector nacional del calzado, que argumenta que dichos zapatos ingresan a México por debajo del costo de producción local, generando un daño a la industria. Sea este argumento genuino o no, corresponde a la Secretaría de Economía analizarlo. Si encuentra fundamentos (o recibe presión política) que sustenten que esas importaciones afectan a la industria nacional, puede imponer una cuota compensatoria que restituya la competitividad de los productos locales frente a los chinos.

En mi opinión, este mecanismo es bastante maleable, ya que no mide el grado real de competitividad de un sector industrial en México, sino únicamente su posición relativa frente a sectores similares en otros países. Puede ser que nuestra industria simplemente no sea competitiva y, al final, terminemos subsidiando su ineficiencia a costa de los bolsillos de la población de menores ingresos. No obstante, es el mecanismo existente, que ha sido utilizado, y en ocasiones abusado, en contubernio entre empresarios y gobierno.

Ahora bien, ¿podría un mecanismo como este aplicarse en otros sectores, como el automotriz o el de autopartes? En principio, sí. Pero aquí surge lo interesante: ¿cuáles serían los argumentos de la industria nacional (si acaso puede llamarse “nacional” a un sector dominado por inversión extranjera), considerando que la misma industria importa una gran cantidad de materias primas, partes y componentes de todo el mundo, incluida China?

Siempre se puede recurrir al argumento de la generación de empleo y el aumento de la participación de cadenas de valor locales. Sin embargo, este razonamiento pierde fuerza si consideramos que el sector ya exporta con gran éxito más del 60% de los autos fabricados en el país y cerca del 70% de las autopartes producidas en México. Entonces, ¿realmente está China subsidiando la fabricación de autos y autopartes como para representar una amenaza al mercado mexicano? ¿O, más bien, hemos terminado apoyándonos en las ineficiencias de fabricantes estadounidenses y europeos, construyendo nuestra fortaleza en su debilidad, con la única ventaja de la mano de obra barata y la cercanía a un gran mercado?

Podemos llegar a la misma conclusión que en el caso de los zapatos: al imponer aranceles compensatorios a autos y autopartes de origen chino, lo único que lograremos será encarecer los productos en la región, particularmente en México. Así, un auto que hoy cuesta 450 mil pesos podría pasar a costar 675 mil pesos con el arancel. ¡Explíquenle eso al padre de familia que estaba ahorrando para el enganche de su coche nuevo! Entonces, no le quedará más que seguir con su vehículo viejo (aunque también las refacciones subirán) o usar el transporte público.

No digo que el tema sea sencillo o que debamos dejarnos llevar sin más por el argumento del libre comercio. Lo que propongo es analizarlo detenidamente para determinar los mejores cursos de acción. Por ejemplo, podría imponerse un arancel alto a la importación de autos terminados, pero permitir que las empresas interesadas en vender en México reduzcan dicho arancel si se comprometen a realizar inversiones significativas en ensamble y producción dentro del país. De esta manera se fomentaría no solo la manufactura, sino también la creación de empleos, el fortalecimiento de cadenas de valor locales e, idealmente, la transferencia tecnológica y del “know-how”. Esto, a su vez, nos permitiría ser más eficientes y exportar a Centroamérica, Sudamérica e incluso Europa, aprovechando los tratados de libre comercio ya firmados.

De la misma manera, podrían diseñarse estrategias similares para otros sectores, tales como: equipos e implementos médicos (incluidos los consumibles), farmacéutico, semiconductores y equipo de cómputo, electrodomésticos, maquinaria o equipo pesado, materiales de construcción, construcción naval, entre otros.

Si bien enfrentamos una situación difícil con las amenazas de Trump y los retos internos de inseguridad, siempre existe margen para implementar acciones que promuevan el desarrollo y la seguridad económica nacional.

Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera, con más de 40 años de trayectoria en los sectores privado y público. gcanales33@hotmail.com

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