En el golf, pocas competencias despiertan tanta pasión como la Ryder Cup. Este 2025, en el temido Bethpage Black de Nueva York, Europa volvió a desafiar la historia: Derrotó 15-13 a Estados Unidos y se convirtió en el primer equipo visitante en ganar en suelo americano desde 2012. Pero, paradójicamente, esta edición se recordará por lo que ocurrió fuera del campo.
Europa fue superior los dos primeros días y llegó al domingo con una ventaja de 11.5 a 4.5. La lógica parecía escrita. Sin embargo, Estados Unidos casi protagoniza un milagro: Arrasó en los singles, ganó o empató prácticamente todos los partidos. Shane Lowry fue el responsable de sellar la victoria para los del viejo continente.
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Del otro lado, la gran decepción fue Scottie Scheffler. El número uno del mundo arrancó con cuatro derrotas consecutivas, un récord amargo en la historia de Estados Unidos.
Hasta aquí, un poco de lo que sucedió. Pero la Ryder Cup 2025 fue mucho más que eso, fue también un espejo incómodo del deporte. El público estadounidense, famoso por su entusiasmo, cruzó la línea. Insultos personales, gritos a destiempo, latas de cerveza lanzadas al campo. Rory McIlroy, símbolo de resiliencia, tuvo que detenerse más de una vez para lidiar con el hostigamiento. Incluso, su esposa Erica fue agredida verbalmente y alcanzada por una lata arrojada desde la grada.
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La pregunta es inevitable: ¿Qué queremos del golf? Si este deporte se vende como elegancia, precisión y respeto, ¿podemos permitir que se degrade en un espectáculo de insultos?
Para México y Latinoamérica, donde seguimos construyendo nuestra cultura golfística, esta Ryder deja una lección clara: El éxito no depende sólo del talento, sino del espíritu con el que se juega y se vive.
Bethpage quedará en la memoria como la Ryder Cup que Europa conquistó con mérito, pero también la que nos obligó a preguntarnos si el golf está dispuesto a defender su esencia. Porque, al final, lo que distingue a este deporte no es quién grita más fuerte, sino quién respeta más, a pesar de las adversidades.
