Un cúmulo de literatura documenta el regreso del Estado autoritario. John Grey ha publicado recientemente el penetrante volumen Los nuevos leviatanes, para agregar al pesimismo. Este libro puede leerse paralelamente a nuestro proceso político en clave de la pregunta ¿por qué ha fracasado la era liberal que se anunciaba con el fin del comunismo soviético? Después del entusiasmo con la libertad (solo de mercado), con el individuo (solo individualista) y con la democracia (que no derrotó a la esperanza autoritaria), hemos visto la erosión de ese mundo engrandecido por las ilusiones, pero incapaz de albergar a las capas tectónicas de sociedades descontentas.

Repasemos lo nuestro, que en buena medida participa del conjunto global. Las transformaciones económicas para desmontar la voracidad del Estado en su modelo hegemónico ofrecieron al sector privado la posibilidad de expandirse como actor fundamental del crecimiento y el desarrollo económicos. Pudo contribuir al primero, pero escasamente al segundo. Grandes inversiones, un crecimiento más bien moderado en comparación con las glorias del “periodo clásico” del partido de Estado. Pero la deuda social que el nuevo orden neoliberal intentó paliar mediante ayudas públicas deglutió estas últimas sin ceder ni bastante ni rápido como para dejar de ser un riesgo para la democracia liberal que, por lo demás, llegó a la zaga del neoliberalismo.

Las reformas económicas desmontaron también los pilares del nacionalismo revolucionario. Al desplazarse a la oposición aportó considerablemente a la democratización política. Sin embargo, a la postre, su eje dominante encabezado por López Obrador se inclinó por el regreso al pasado. De ese modo puede ser vista la restauración del sistema autoritario en sus diferentes fases. Hasta agosto de 2024 la oposición a la regresión autocrática logró impedir algunas de las principales reformas, con excepción de la militarización y la revocación de mandato, a las cuales equivocadamente cedió, y de aquellas que la coalición morenista pudo hacer por mayoría simple, como la esterilización del juicio de amparo que inició en abril del año pasado y la re-estatización del petróleo y la electricidad.

El aluvión definitivo llegó en septiembre. Las reformas aprobadas por el morenismo entre septiembre de 2024 y el día de hoy completan las piezas del nuevo Leviatán -que no por nuevo deja de oler a viejo-. Solamente le falta la completar la demolición del sistema representativo, electoral y de partidos que Pablo Gómez anuncia para enero. Con estas medidas, la concentración casi total del poder en un solo movimiento-partido cuenta con todos los ingredientes para perpetuarse indefinidamente. Un aparato militar incontestable; un sistema de consultas públicas con el que puede legitimar a voluntad lo que se le antoje, sea para no juzgar a los “actores del pasado” o para revocar un mandato; un Poder Judicial que depende de la díada Ejecutivo-Legislativo y que desmonta la protección de los derechos humanos; la absorción de los estorbosos órganos autónomos bajo la autoridad presidencial, y una constitución con dictados a modo para hacerla monocrática e “inimpugnable”, fuera del alcance de todo medio de defensa.

El Leviatán tropicalizado viene envuelto en una narrativa que ha conseguido instalarse en las conciencias de amplios sectores de la población haciendo creer que el cambio beneficia al pueblo. Esa es la “revolución de las conciencias” que pregonó López Obrador. Su fundamento es la oposición amigo-enemigo, que hermana al populismo con el fascismo en la ubicación imaginaria de los malos, y su expansión actúa en la repetición abrumadora desde la tribuna presidencial hasta la campaña de saturación de la propaganda oficial que enseña que la nueva élite no es una élite, sino el mismísimo pueblo. Esta falsificación para creyentes (“gobernar es hacer creer” decía Maquiavelo) tiene sus primeros desmentidos en las alianzas con el crimen organizado y la formación de una costra criminal desde el Estado para extraer “el recurso” que el movimiento-partido no puede obtener legalmente y conlleva los habituales moches que se quedan en la nueva familia, esta vez no “revolucionaria” sino “transformaria”. Así se entierra nuevamente la democracia en México.

Investigador del IIS-UNAM @pacovaldesu

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