La importancia de la Universidad en México ha sido patente desde la época de la Colonia, pero el peso de la Universidad Nacional, restablecida en 1910, es de tal magnitud que está en la memoria de todos los mexicanos, sobre todo de los universitarios.
El 20 de septiembre de 1910, gracias a la perseverancia de ese gran mexicano que fue Justo Sierra, la idea de una universidad surge bajo el nombre de Universidad Nacional de México.
Dos meses después, el 20 de noviembre, estallará el movimiento social denominado Revolución Mexicana, que transformaría no solo el equilibrio social del país y establecería los derechos sociales, sino que convertiría a México en un país mucho más moderno y actuante internacionalmente.
En ese momento surge un fenómeno difícilmente explicable; una institución recién creada, con alumnos y profesores que estaban ingresando a sus aulas, laboratorios en formación, bibliotecas con estantes vacíos y una estructura administrativa en desarrollo, se convirtió, de manera espontánea y explosiva, en el fermento ideológico del movimiento revolucionario.
A lo largo de la Revolución, en todas sus facetas y en todos los ámbitos, la presencia de los universitarios durante esas dos décadas dotará al fenómeno de contenido ideológico y doctrinal.
Hay que recordar a los universitarios que formaron parte de la XXVI legislatura, denominada “mártir” por las acciones asesinas de Victoriano Huerta y, junto con ellos, a escritores y literatos como Martín Luis Guzmán, luchadores sociales como Antonio Díaz Soto y Gama, técnicos como Pascual Ortiz Rubio y a esa pléyade de juristas que formaron, quizás, la generación de abogados más ilustres en México del siglo XX; dos serían a la postre Directores de la Escuela Nacional de jurisprudencia, Luis Cabrera y José Natividad Macías, e Isidro Fabela, encargado de las Relaciones Exteriores de la Revolución. Los tres, héroes civiles y santos laicos, no suficientemente reconocidos.
Desde entonces y hasta ahora la Universidad ha sido la conciencia crítica de la nación, el faro de orientación del país y la tribuna crítica de quienes han desempeñado el poder; quizá por eso la animadversión hacia la Universidad y hacia muchos universitarios. Este pasado y la situación presente nos obliga a defender con todo y contra todo a la institución pues, sin ella, el país sería distinto y, desde luego, no mejor.
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM

