Hace unos días, un grupo de senadores de Morena propuso una iniciativa para eliminar el uso de la toga en las audiencias públicas de la Suprema Corte por tratarse de un “símbolo de lejanía y elitismo”.
Los símbolos pueden ser riesgosos si se confunde la representación con lo representado: la sotana o el hábito con la religión, la bandera con el patriotismo o la toga con la justicia. Del mismo modo en que no hay que extralimitar el alcance de los símbolos, tampoco conviene banalizar su valor y suprimirlos caprichosamente porque, si bien ofrecen el inconveniente de confundir el signo con la esencia, abandonarlos lleva gradualmente a la degradación de lo que representan.
La toga no confiere por sí misma cualidades de jurista. Sin la virtud de la pericia jurídica y de la justicia, la toga no es más que un disfraz burlesco y estrafalario. Sin embargo, por lo que representa, la toga induce a actuar con prudencia, ponderación y buen juicio.
Para el jurista —y muy particularmente para el juzgador—, la toga recuerda a quien la porta que en el estrado representa la dignidad colectiva de todo el gremio al que representa. Aparece así la necesidad de ser más justo, más diligente, más honrado. Ese debe ser el peso de la toga sobre los hombros del jurista.
Portar la toga es, finalmente, un digno gesto de uniformidad y austeridad en busca de cumplir con la misión de impartir justicia. Muy lejos está la toga de pretensiones elitistas o lejanas, sino todo lo contrario. ¿Qué más cercano al justiciable que una sobria toga, libre de cualquier adorno, exceso o petulancia?
Es de innegable valía que comprendamos la austeridad moral y la sobriedad que significa portar una toga con dignidad. Hagamos votos para que las y los integrantes de la nueva corte estén a la altura de lo que significa la toga sobre los hombros del jurista.
Decano de la Facultad de Derecho Universidad Panamericana.
