“Los tangos son actas de comisaría con música” (Renato Leduc).
Las recientes elecciones legislativas en Argentina, entre otras cosas, se convirtieron en una apología de la peor versión de la Doctrina Monroe. La América para los americanos, que entiende Trump, significa la posibilidad de la intervención estadounidense, desde el Departamento del Tesoro hasta J. P. Morgan, en procesos que solo debieran ser de interés -en este caso- para las y los argentinos.
También es una poderosa llamada de atención a las poblaciones latinoamericanas que, en comicios intermedios o presidenciales, experimentarán jornadas electorales durante el tiempo que Trump permanezca en la Casa Blanca, por el cínico reconocimiento que este subnormal ha hecho de la intervención de su gobierno y de la empresa reina de la especulación en las citadas elecciones argentinas.
El retorno de un imperialismo estadounidense sin embozo ni rubor, y sin efectos perceptibles ni posibilidades de amedrentamiento en Asia, al percibir a la América Latina como su patio trasero, se convierte en una amenaza existencial para toda la subregión; en el caso de Argentina, especialmente de su vasto territorio, se declara la intención -ya en curso- de adquirir grandes extensiones, no solo en la Patagonia, en beneficio del Lobby israelí asentado en Nueva York y especialmente de sus apetitos sionistas.
El tema trae a colación la circunstancia de los bolcheviques interesados en comprender a un capitalismo muy distinto a aquel que le tocó vivir y estudiar a Carlos Marx tres generaciones antes y que, con considerable antelación a la elaboración estelar leninista, El imperialismo: fase superior del capitalismo (1917), contó con las aportaciones de Rudolf Hilferding (El capital financiero, 1910), de Nicolai Bujarin (La economía mundial y el imperialismo, entre 1914 y 1917) y de Rosa Luxemburgo (La acumulación de capital, 1912). El segundo, fuertemente apoyado en el primero, al que le añade el relevantísimo tema de la descripción del capitalismo de Estado, se convirtió para los bolcheviques en el más celebrado esfuerzo por describir a la economía post marxista:
“De esta manera surge el tipo final del estado ladrón imperialista moderno, organización de hierro que envuelve el cuerpo vivo de la sociedad en sus garras porfiadas y codiciosas. Es un Nuevo Leviatán, ante el cual la fantasía de Thomas Hobbes parece un juego de niños. Y aún más, non est potestas super terram quae comparetur ei (<<no hay poder en la tierra que se le compare>>” (Nicolai Bujarin, 1914, La economía mundial y el imperialismo, Ediciones Pasado y Presente, México, p. 167).
Tomando de la exitosa novela de Jack London, El talón de hierro (1909), que relata el advenimiento de un orden draconiano, protofascista, cuya oligarquía aplasta a toda resistencia, el imaginario de la bota talón, como metáfora del poder despótico del Estado sobre la sociedad, <<Bujarin miraba también al futuro y le asustaba lo que veía, a falta de una revolución socialista: Un capitalismo de Estado militarista>> (Stephen Cohen, 1976 [2017], Bujarin y la revolución bolchevique. Biografía política 1888-1938, Siglo XXI España, p. 48).
Resulta sobrecogedora la actualidad de un Estado de este tipo, justamente en el país que, sin alcanzar el éxito buscado, pretendió exportar la democracia después de cada una de las dos Guerras Mundiales y, hoy, la ha colocado en estado de putrefacción en su propio territorio; no hay que perder de vista la muy reciente instrucción de Trump a su <<secretario de guerra>> para reiniciar las pavorosas pruebas nucleares. Si Dios existe, este es el momento en que debe apiadarse de la sufrida humanidad.

