En México hay dos tipos de adversarios de Claudia Sheinbaum. Los primeros son predecibles: los que la desprecian desde el clasismo, la misoginia, el racismo y el rencor. Son los que nunca toleraron que una mujer, científica, judía y de izquierda llegara al poder por el voto masivo del pueblo, pero también los que simplemente odiaban a AMLO. Ellos quieren verla fracasar y tienen un sesgo para ver todo lo que ella haga como un error, incluso si empata con su misma visión de mundo. Su rechazo no es ideológico: es visceral.
Pero hay un segundo grupo, más interesante. Son los adversarios que, con razones legítimas, no creen en el sistema político que edificó López Obrador. Que desconfían del presidencialismo carismático, del clientelismo institucionalizado, de la polarización constante y el aparato de poder autoritario que tejió AMLO y continuó Sheinbaum a través de la malhabida destrucción del poder judicial. Que están hartos de un discurso que divide entre pueblo bueno y élites malvadas. Son quienes desean un país más plural, menos concentrado en una figura, más institucional y menos personalista.
El problema de este segundo grupo es que han confundido el aparato con el personaje. Entienden a Morena como un monolito uniforme y a Sheinbaum como la responsable de los excesos y abominaciones del aparato. En teoría podría parecerlo, porque en el pasado el régimen presidencial siempre controló a su propio partido desde la presidencia. La cuestión es que en esta administración esto ha cambiado. Sheinbaum misma se encuentra en medio de una lucha interna por cotos de poder que buscan por momentos afectarla a ella y en otros momentos simplemente responden a intereses personales de los diferentes actores.
En varias ocasiones hemos visto prueba de que Sheinbaum no concuerda con mucho de lo que sucede a las entrañas del poder de Morena y busca, ella también, las formas más estratégicas para contener esto. Su reforma contra el nepotismo fue una carta de intención para sus propios compañeros, las cartas que ha mandado al partido sobre cómo comportarse y las críticas veladas que ha hecho a aquellos gobernadores que buscan censurar o abusar de su poder.
Y en ese sentido -sin minimizar los errores que ha podido tener la presidenta- estos adversarios de Sheinbaum se equivocan porque si de verdad su deseo es un México más racional, más abierto, más moderno, entonces Claudia Sheinbaum es —aunque les cueste trabajo admitirlo— su mejor oportunidad. No hay en el panorama político actual otra figura con su talante moderado, su honestidad y su disposición a rectificar. No es autoritaria. No es improvisada. No es una figura construida desde la rabia, sino desde la preparación.
Lo vimos esta semana con el episodio del G7. Por primera vez en mucho tiempo, un presidente mexicano electo fue invitado al foro. Pero más importante, Sheinbaum decidió nuevamente romper con la política de su antecesor y asistir al evento. ¿Qué no es esto lo que los adversarios le imploraban? ¿Rompimiento, visión propia y una presidenta que se abriera al mundo, que entendiera la importancia geopolítica de México?
Pero en lugar de reconocer ese gesto, la oposición prefirió fabricar escándalos. Circularon una foto de los miembros del G7 (un foro del que México no forma parte) y la usaron para decir que Sheinbaum no había asistido. Compararon su presidencia con la de Modi —acusado de genocidio— como si fueran equivalentes. Dijeron que Trump se fue para no verla, ignorando que su ausencia fue parte de una política de presión a Europa y que también canceló reuniones con Zelensky, Modi, y el presidente de Corea del Sur. Una narrativa basada más en el deseo de golpear que en el interés de reconocer.
Al atacar con falsedades, están atacando no a Morena ni a AMLO, sino a la única figura dentro de ese universo que representa una posibilidad hacia algo distinto. Están atacando a quien ha tendido puentes con el sector privado, con la comunidad internacional, con los sectores progresistas que no comulgan con la doctrina obradorista y quien ha reconocido cuando las críticas han sido razonables (la reforma de telecomunicaciones).
Una parte importante del rol de los adversarios políticos debe ser criticar lo criticable, pero cuando esto se traduce en una consigna, que es incapaz de reconocer aciertos ni a acompañar en momentos donde se requiere unidad, entonces, lo que demuestra la oposición no es que tenga ideas mejores, sino que le molesta no tener el poder. Que lo que los mueve no es un proyecto de país, sino una rabia mal digerida. Que no les interesa construir una alternativa, sino dinamitar todo lo que huela a continuidad. Lo que nos están diciendo, sin querer, es que su verdadero miedo no es que Sheinbaum falle, sino que le vaya bien.
Analista político