No fue sorpresa. A los 99 años, con problemas de salud, a solo tres semanas de haber dejado el hospital, el príncipe Felipe murió en su casa al lado de su esposa la reina Isabel II y hoy es su funeral. No habrá largos desfiles. No habrá masas de gente. La procesión será corta, la ceremonia íntima y discreta en la capilla de San Jorge detrás de las murallas del castillo de Windsor. Aparentemente todo fue coordinado por él mismo incluyendo el diseño de la carroza fúnebre. Además de la reina, lo sobreviven 4 hijos, 8 nietos y, 8 bisnietos. Su hijo Andrés el incómodo volvió a aparecer en el horizonte. Harry su nieto movió todas sus palancas para volar al Reino Unido desde la semana pasada; Meghan, embarazada, no podrá acompañarlos por recomendación de su médico. Mejor.

Nacido hace casi 100 años, el príncipe Felipe forma parte de esa generación ya en extinción en donde el sentido del honor, la honestidad, la responsabilidad y la lealtad tenían mucho más peso que hoy en día. Figura muy admirada dentro de la Mancomunidad Británica y patrón de futboleros, estudiantes y animales entre muchas otras cosas, el duque de Edimburgo también era piloto y buen velerista. No ha habido más que palabras amables de parte de diplomáticos, presidentes y demás VIPs que tuvieron la suerte de toparse con él en algún momento de sus 70 años de vida pública. Setenta. Se retiro en 2017. Vivió guerras, el fin del colonialismo, la locura de los sesenta, el caos político de los setentas, pero nunca jugo a la política, en cambio, hizo su deber tolerando paparazzi (“pinches reptiles”) e indeseables acompañado de un humor muy particular.

En estas épocas de corrección política y nuevas formas de enmarcar el pasado, muchos de sus comentarios suenan sexistas, racistas, de esos que erizan los pelos y dan pena ajena. El mismo dice haber creado el termino dontopedalogía, esto es, “La ciencia de abrir la boca y meter el pie dentro, lo que he practicado por muchos años”, o sea, meter la pata, regarla. Por ejemplo, cuando dijo que “Si tiene 4 patas y no es una silla y, vuela pero no es un avión y si nada sin ser un submarino, los cantoneses se lo comerán”. Mi papa seguramente se reiría a carcajadas al igual que todos los de su generación.

Philip Schleswig Holstein Sonderburg Mountbatten tenía toda una vida antes de convertirse en príncipe consorte. Dejo Grecia -nació en Corfú- por el Reino Unido en donde se crio entre parientes maternos e internados privados, más tarde se unió a la marina donde su carrera prometía mucho. Y luego se casó, sabiendo perfectamente en la que se metía. Dejo todo atrás por una vida de servicio a la reina y su país. Sus hijos no llevan su apellido y, en público, siempre se le vio varios pasos detrás de la reina. En este matrimonio los roles de genero tradicionales nunca aplicaron. Creo que fue una de esas personas que habría que haber conocido fuera de la pompa y circunstancia para realmente apreciarlo. Y como me hubiera gustado. Alguna vez se describió a sí mismo como “un príncipe balcánico desacreditado sin merito o distinción en particular” cuya opinión y apoyo eran muy importantes para la reina. Además, según Harry, su abuelo era rey de la parrillada en el jardín y un maestro contando chistes e historias en familia. Que a gusto pasar así una tarde de verano en el jardín principal del Palacio de Buckingham o el Castillo de Balmoral bebiendo Pimm’s rodeado de hijos, nietos y los corgis.

Google News

TEMAS RELACIONADOS