La maternidad y el mundo profesional son realidades que, en ocasiones, parecen incompatibles. O al menos, así lo ha diseñado un sistema que se niega a entender las necesidades más básicas de las mujeres. Lo viví en carne propia hace unos días. Tuve una audiencia en Barrientos, Estado de México, y como abogada en periodo de lactancia, llegué preparada con mi extractor de leche materna, una herramienta indispensable cuando las jornadas se extienden por horas. Pero un oficial me detuvo en la entrada para decirme que no podía pasar con "ninguna bolsa", solo con mi identificación.
Le expliqué que era un extractor de leche y que lo necesitaba urgentemente. Le comenté que mi audiencia podría durar varias horas y que era una cuestión de salud. Él, (un hombre, desde luego), me dijo muy amablemente que lo entendía, pero que no podía autorizarlo. Afortunadamente, se acercó una oficial que, con más empatía, fue a consultar con su supervisor y su intervención me dio un breve respiro de esperanza.
Pero en esa discusión, el reloj no se detenía. Faltaban 10 minutos para que empezara la audiencia. Corrí a dejar el extractor al coche y regresé apresuradamente. Una vez dentro, me informaron que gracias a la intervención de la oficial mujer, el supervisor había dado su visto bueno, pero la solución era absurda: podía entrar con el extractor pero dejarlo en un casillero, no ingresar con el a la sala de audiencias. Y si salía de la sala de audiencias (para ir por el extractor cuando lo necesitara), ya no me volverían a dejar entrar.
Yo me pregunto, ¿Qué se supone que debemos hacer las abogadas litigantes en periodo de lactancia? De nada sirve tener una sala de lactancia materna -como me presumió orgullosamente el oficial- si no te dejan entrar con tu extractor, ni te permiten salir a media audiencia para usarlo. Te obligan a una elección absurda: arriesgar tu salud con una posible mastitis, o abandonar tu trabajo, tu cliente y la audiencia. Es una paradoja que revela la profunda desconexión entre el diseño de las políticas públicas y la realidad de las mujeres. La respuesta de los oficiales, "yo lo entiendo, pero…", es la confirmación de que no lo entienden. No lo entienden porque ellos no viven la urgencia de la lactancia, el dolor de la leche que no sale, o el riesgo de una infección. No lo entienden porque las instituciones no están pensadas desde una perspectiva de género.
Este tipo de situaciones nos obliga a cuestionarnos dos cosas: La primera, la importancia de tener a mujeres en posiciones de poder, no por una cuestión de cuota, sino porque las mujeres piensan en problemas que los hombres, simplemente, no pueden prever. Como no lo han vivido, no está en su radar. Esas mujeres en puestos de liderazgo son las que pueden proponer protocolos de seguridad que consideren, por ejemplo, que una madre que litiga necesita su extractor de leche, así como cualquier abogado diabético necesita su insulina.
La segunda, y no menos importante, es que las políticas públicas deben ir más allá del papel. No basta con que exista una ley que proteja el derecho a la lactancia, o que se inaugure una "sala de lactancia" con bombos y platillos. Es indispensable que el personal, desde el oficial de seguridad en la entrada hasta el juez en la sala de audiencias, esté capacitado con perspectiva de género. Que entiendan que el derecho a la lactancia es real y que negarlo tiene consecuencias, tanto para la mujer como para el bebé.
De hecho, el Poder Judicial del Estado de México publicó orgullosamente en agosto de 2024 que ya contaba con salas de lactancia materna. Se celebró públicamente la existencia de estos espacios, y se publicó en varios medios de comunicación. Sin embargo, en la práctica, la falta de capacitación del personal y la rigidez de los protocolos hacen que estas buenas intenciones y esfuerzos de políticas públicas se queden solo en papel. Es una ironía que mientras se promueven este tipo de iniciativas, en la realidad se impida a las mujeres ejercer sus derechos más básicos.
Lo que viví en Barrientos es un recordatorio de que la lucha por la igualdad se libra en los detalles. El extractor de leche no es un capricho; es una necesidad que, al ser ignorada, convierte un acto tan natural como la lactancia en un obstáculo profesional. La lucha por la igualdad no solo se libra en las grandes reformas legislativas, sino en los detalles, y en cada espacio que exige a las mujeres que se adapten a un sistema que las ignora. Urge que las instituciones dejen de ver nuestras necesidades como un problema y empiecen a reconocerlas como lo que son: una parte inherente de nuestra existencia. Hasta entonces, seguiremos exigiendo nuestro derecho a existir plenamente en todos los espacios, sin tener que elegir entre ser profesionales y ser madres.
@daniancira