Por Miguel Rubio Godoy

Investigador del Instituto de Ecología y colaborador para Celsius Media.

En estos días de calor extremo que ha dejado muertos en España, Francia e Italia, vale la pena recordar lo que ocurrió hace apenas un año, en la primavera de 2024, cuando otra ola de calor histórica colapsó la vida en varios puntos del planeta, incluso en algunos rincones selváticos en Tabasco, donde, como si se tratara de un relato de García Márquez hacía tanto calor que los monos se caían de los árboles… Y no es para menos, pues no es fácil sobrellevar temperaturas superiores a los 40º centígrados durante días y noches enteras – que fue justo lo que sucedió entonces cuando un domo de calor (nombre técnico para este sucedáneo del infierno) cocinó buena parte de Centro- y Norteamérica hacia fines de mayo del año pasado.

Los monos -y cualquier otro mamífero- se pueden morir de calor cuando la temperatura ambiente supera los 38ºC durante un periodo muy extendido, pues no pueden enfriarse eficientemente y mantener su temperatura corporal dentro del rango normal. Esto por simple física: la energía fluye de un sitio más caliente a uno menos, o sea que cuando el ambiente está por encima de los 38ºC, que es más o menos la temperatura corporal normal de los monos aulladores, los monos araña y los humanos, entre otros primates, es difícil (si no imposible) enfriarse – y menos cuando hay mucha humedad ambiental, que no permite que el sudor se evapore. Y cuando uno comienza a cocinarse vivo, pues empiezan a fallar los órganos y sistemas que soportan la vida: el corazón, los pulmones, el riñón, el sistema circulatorio, etc. Por eso, siempre hay caudas de mortalidad en las poblaciones humanas (y probablemente de otros primates y demás animales) después de una ola de calor; sobre todo, entre las personas más sensibles y frágiles, en ambos extremos de la vida: los infantes y los ancianos.

Si uno puede refugiarse en un sitio más frío, o refrescarse mediante un buen chapuzón, puede sobrellevar el reto; sobre todo si durante la noche refresca un poco. Si no, pues hay que tomar medidas extremas – como mudarse a un sitio más fresco, o arriesgarse a morir de calor. Para los pobres monos aulladores, quizás la mudanza no fue opción pues en Tabasco no hay muchos sitios donde encontrar refugios más frescos – además de que varios de los que dejaron las copas de los árboles, quizás en pos de lugares menos inhóspitos, murieron en las fauces de los perros domésticos o bajo las llantas de los coches que no se frenaron cuando intentaron cruzar las carreteras…

Quizás los monos no puedan mudarse a sitios más frescos, pero muchos otros bichos sí lo han hecho, escapando del calor al migrar a lugares menos calurosos, trepando las laderas de las montañas, o viajando hacia el norte. Algunos nuevos habitantes de las zonas montañosas pueden resultar llamativos: en los bosques de niebla de los alrededores de Xalapa, Veracruz, ahora es común ver tucanes y oropéndolas, cuando antes (no hace muchos años…) para verlos había que viajar a las zonas tropicales del sureste, Tabasco, Chiapas, Campeche… Pero la presencia de estas aves tropicales a una elevación de unos 1250 metros sobre el nivel del mar ejemplifica el drástico cambio en la distribución de los organismos que impulsan el cambio climático y el calentamiento global; y que también han desplazado a organismos menos carismáticos y un tanto más problemáticos, como las chinches besuconas, Triatoma infestans y los mosquitos Aedes aegypti. Ambos bichos, antes distribuidos en zonas bajas y calientes y ahora frecuentes en zonas cada vez más elevadas y norteñas, son vectores de enfermedades de cuidado: la chinche transmite el mal de Chagas, y los mosquitos una letanía de malestares causados por virus – fiebre amarilla, dengue, Zika, Chikunguña.

Si uno lo ve bien, hay muchos organismos que han modificado su distribución por el cambio climático: las algas marinas en la superficie de los océanos y muchas comunidades de peces se han alejado del tórrido ecuador, lo que implica grandes cambios – lo que antes se podía pescar en Veracruz ahora nada frente a Texas, y los peces que antes encontrabas frente a California ahora están por Alaska… Y no solo hay ejemplos animales, la migración para procurar mantenerse dentro del rango de temperaturas confortable también se ha documentado en plantas; por ejemplo, en la distribución cada vez más elevada y/o norteña de algunos árboles, que van empujando la línea de vegetación cada vez más alto, acercándose cada vez más a los pronto extintos glaciares de nuestros altos volcanes…

Si consideramos que prácticamente todos los seres vivos somos incapaces de sobrevivir temperaturas por encima de los 40ºC durante periodos prolongados, y que llegará un momento en que no haya tierras más alejadas del ecuador ni montañas más altas donde buscar el fresco, esta novela de realismo mágico puede convertirse en una distopía.

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