Cincuenta y siete años después, la gente sigue saliendo a las calles para recordar una herida que no termina de cerrar. El 2 de octubre de 1968 no se olvida —y no debe olvidarse— porque fue el día en que el Estado decidió apagar con balas una voz juvenil que pedía libertades democráticas.

Cada año, miles de personas marchan con respeto, memoria y dignidad. Lo hacen con pancartas, con silencio o con gritos de justicia. Pero bastan unas decenas de violentos encapuchados vestidos de negro para que la noticia deje de ser la memoria del 68 y se convierta, de nuevo, en un parte de guerra.

El saldo de este año: 94 policías lesionados, tres de ellos de gravedad; 29 civiles heridos; comercios saqueados, bombas molotov y agresiones a periodistas. Los encapuchados —esa vulgar minoría grotesca que se infiltra cada año entre miles de manifestantes pacíficos— lograron, una vez más, imponer la narrativa del caos sobre la del recuerdo.

El 2 de octubre nació para denunciar la brutalidad del Estado contra los estudiantes. Hoy, esa fecha sirve para que un grupo de vándalos descargue furia y brutalidad contra policías que apenas pueden defenderse con escudos de plástico.

El símbolo se invierte: la víctima de entonces se transforma en cobarde victimario encubierto. Policías golpeados, acorralados, rociados con gasolina y atacados con bombas caseras. La ironía histórica es brutal: los “herederos del movimiento” se han transformado, al menos en una parte, en una turba que actúa sin conciencia ni causa.

Los encapuchados no gritan consignas: rompen vidrios, prenden fuego, saquean tiendas. La rabia que se suponía política se convierte en botín. El lumpen del bloque negro entendió que esta es una fecha perfecta para delinquir con certeza absoluta de impunidad.

Y mientras tanto, los verdaderos manifestantes observan cómo su marcha es invisibilizada por la violencia. La memoria queda manchada con los saqueos y las agresiones sin ton ni son. El caos disfrazado de rebelión.

El gobierno citadino parece mirar desde lejos mientras el guion se repite puntualmente: agresiones en cadena, comercios saqueados, policías heridos, periodistas en peligro… y, si acaso, un par de vándalos detenidos.

La Secretaría de Gobierno califica los hechos como “una provocación”; la Secretaría de Seguridad asegura que la policía actuó con “contención”. En otras palabras, la fuerza pública se deja golpear para no ser acusada de represión. Pero el resultado es el mismo: una marcha convertida en escenario de violento vandalismo ritual.

Cada año —repito, cada año— ocurre lo mismo: las bestias llegan, actúan, desaparecen. Nadie las detiene. Nadie las investiga. Nadie las identifica. Y el Estado, en su pasividad, termina siendo cómplice por omisión.

La estrategia de “contención” se ha convertido en un espectáculo predecible donde todos pierden: los manifestantes pacíficos, los policías, los comerciantes, los reporteros, la imagen del gobierno y la memoria misma.

La memoria histórica se defiende con verdad, con respeto, con conciencia de lo que significó aquella fecha. Lo que vimos fue lo contrario: una jornada emblemática convertida en un ritual de auténtica impunidad. Los encapuchados no protestan contra el autoritarismo: lo imitan, solo que desde las sombras.

¿Quién organiza, financia o protege a estos grupos? ¿Por qué logran escapar cada año, como si fueran fantasmas? ¿Qué sentido tiene permitir que la memoria del 68 se repita en forma de vandalismo? Son preguntas que el gobierno prefiere no responder, quizá porque hacerlo implicaría aceptar que la estrategia de “no represión” se ha convertido en una política de abandono.

Un Estado serio haría lo contrario: identificaría, infiltraría y desarticularía a los grupos violentos sin criminalizar a los manifestantes pacíficos. Protegería los comercios que generan empleos y pagan impuestos, y dejaría claro que la memoria se honra con justicia, no con saqueo.

El 2 de octubre no se olvida. Pero nuevamente fue vaciado de memoria y lo llenaron de humo, vidrios rotos y policías ensangrentados.

La impunidad enmascarada nada tiene de lucha social.

POSTDATA - La página en internet del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) de la CDMX fue deshabilitado por hackers durante la tarde-noche del pasado sábado. Hasta la entrega de esta columna, permanecía deshabilitado.

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