‘La transferencia de poder entre miembros de una misma familia es un hecho común en las monarquías o en los sistemas políticos tradicionales y la existencia de dinastías políticas suele asociarse con formas de gobierno patrimonialistas. En contraste con esto, se supone que las dinastías políticas no deberían ser muy frecuentes en una democracia, donde debería prevalecer la competencia partidaria y la alternancia electoral’ (https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/214614)
Los gobiernos patrimonialistas menudean en nuestro hemisferio.
En Estados Unidos, Donald J. Trump quisiera sucederse a sí mismo. Aun cuando tiene una Suprema Corte de Justicia con una correlación de fuerzas que le resulta favorable, resulta impensable que la reelección para un tercer periodo sea transitable. Sin embargo, la opción dinástica podría tomar otra vía. Es muy temprano para adelantar quiénes serán los candidatos republicanos a presidente y vicepresidente el 7 de noviembre de 2028, pero una opción podría ser J.D. Vance, el actual vicepresidente, a la cabeza, con Donald John Trump Jr. como compañero de fórmula.
En Nicaragua, la co-presidenta Rosario Murillo está purgando a los viejos militantes sandinistas, incluso a quienes han apoyado al orteguismo, para tomar ella una decisión unilateral en caso del fallecimiento de Daniel Ortega. La pareja ha preparado como delfín al hijo de ambos, Laureano Ortega Murillo.
En El Salvador, el gobierno de Nayib Bukele es controlado por un clan familiar que incluye a otros parientes del presidente en distintos círculos y puestos clave de decisión. Bukele se ha autohabilitado para la reelección indefinida; podría incluso alternar el poder con alguno de sus hermanos, principalmente Karim Bukele Ortez.
En México se llegó a manejar el escenario de que el segundo hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador protagonizara a futuro una solución dinástica. En realidad, esta opción se cayó (y se calló) antes de que pudiera ganar mayor tracción, y el problema se invirtió: ¿qué hacer con él para impedir que se sigan difundiendo historias de escándalos y abusos cometidos por él mismo y su clan durante el sexenio de su padre?
Lo que une a todos estos casos es el patrimonialismo político impune.
Donald Trump tuvo entre 2024 y 2025 el año más lucrativo de su vida; su fortuna personal se incrementó de $4,300 millones de dólares a $7,300 millones de dólares, principalmente a través de la emisión de su criptomoneda, y por regalos y donaciones de gobiernos extranjeros, ante lo cual él no ve (¿y el Poder Judicial tampoco?) conflicto de interés alguno.
Laureano Ortega Murillo acaba de estrenar una mansión en Managua valuada en 11 millones de dólares.
La fortuna y el enriquecimiento de la familia Bukele se ha incrementado exponencialmente a lo largo de la presidencia de Nayib.
En México, los hijos del expresidente mantienen un tren de vida muy elevado sin que puedan explicar el origen de sus ingresos; la magnitud de los recursos públicos involucrados en los contratos donde se mencionan sus nombres y los de su clan no tiene precedente en la muy larga historia de la corrupción en México.
Todos estos casos evidencian el ejercicio personalista y patrimonialista del poder en un marco de debilitamiento del Estado desde sus propias entrañas.
Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico