Estados Unidos está invirtiendo 28.6 mil millones de dólares al año en construir centros de datos. No es una errata: veintiocho mil seiscientos millones. Al año. Es 57 por ciento más que el año pasado. Y más del doble que hace dos años. En contexto: es más o menos lo mismo que gasta el país entero en construir restaurantes, bares y tiendas. Pero aquí no hay tragos ni luces de neón, solo bloques de cemento y toneladas de cables.

Pensemos en las filas interminables de computadoras de alto rendimiento (el cerebro del monstruo), los ventiladores, los cientos de componentes que hacen funcionar el sistema nervioso de esta nueva criatura. Tan solo el año pasado Estados Unidos importó más de 65 mil millones de dólares en grandes computadoras y piezas para ellas. ¿Qué tan grandes las computadoras? Tan grandes como las que entrenan inteligencias artificiales que prometen rediseñar el mundo y terminar redactando artículos como este.

El frenesí tiene nombre: Amazon, Google, Microsoft. Son los nuevos apóstoles de la era. Ellos solos aumentaron en más de 95 mil millones sus activos fijos en un año. Noventa y cinco mil millones. Todo para competir en la carrera por ver quién construye más rápido la mente artificial más poderosa. Lo que antes se hacía con 13 empleados en una oficinita (Instagram antes de que lo comprara Meta), hoy requiere naves industriales datos y una confianza casi religiosa en la computación infinita.

En 2024, Meta —antes Facebook— gastó 15.2 mil millones gastados en fierros solo en la primera mitad del año. ¿Para qué? Para darle casa a sus modelitos de inteligencia artificial. El futuro antes era software elegante y minimalista. Hoy el énfasis está en el concreto y las tarjetas madre.

La inversión empresarial en computadoras no solo rompió récords: creció 16.6 por ciento en un año, incluso descontando la inflación. Durante una década los números estuvieron estables, hasta que llegó el trabajo remoto por la pandemia y los números se movieron. Pero ahora no se movieron: estallaron. Vivimos el boom de la inversión en Inteligencia Artificial. Y la inversión ya no está concentrada en la parte intangible (el conjunto de instrucciones, datos y programas que le dicen a la computadora qué hacer y cómo hacerlo), el software, ya llegó al mundo físico, el hardware. Desde finales de 2023, la fiebre por la IA convirtió al silicio en oro.

Y no todas las computadoras son iguales. Las computadoras que entrenan IA son como templos. Necesitan chips diseñados con precisión atómica, fabricados por TSMC en Taiwán. De ahí vienen cada vez más nuestros milagros tecnológicos: 38 mil millones en importaciones en un solo año en EU, 140 por ciento más que el año anterior. Casi cinco mil millones solo en chips lógicos. El resto, cables, ventiladores y piezas que no impresionan pero sin las cuales el milagro se cae.

Así, el nuevo templo gringo no es la iglesia ni la universidad. Es el centro de datos. Con su altar de servidores, sus fieles programadores, y su dios, que aún no sabe pronunciar sentido común, pero que quizá pueda hacerlo en unos días.

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