Por Carlos Corral Serrano

En noviembre de 1824, apenas consumada la Independencia, México enfrentaba un dilema que revelaba la tensión entre la unidad nacional y la autonomía de sus regiones: ¿dónde debían residir los Supremos Poderes de la Federación?La respuesta parece obvia hoy, pero en aquel momento fue una decisión compleja y polémica que cambiaría para siempre el destino de la capital del país.

Silvio Zavala —historiador meticuloso y lúcido— publicó en julio de 1991 una investigación excepcional: “Orígenes del Distrito Federal”. En ella reconstruye, a partir de actas, decretos y protestas de ayuntamientos, el proceso político que llevó a la creación del Distrito Federal, decretado por Guadalupe Victoria el 20 de noviembre de 1824.El texto permite mirar, con ojos de archivo, cómo nació la entidad política más contradictoria y poderosa del México moderno.

Un decreto que costó más de lo que prometía

El decreto de 1824 delimitaba un círculo de dos leguas (unos ocho kilómetros) con centro en la Plaza Mayor, dentro del cual los poderes federales tendrían jurisdicción exclusiva. La Ciudad de México dejaba de pertenecer al Estado de México para convertirse en territorio federal.Detrás de esa línea imaginaria se escondía un golpe simbólico y material: el Estado de México perdía su capital, sus rentas principales y una parte de su población más influyente.Y, a cambio, la federación ganaba una capital propia, una ciudad sin pertenencia estatal, pensada para representar a todos y no a ninguno.

Los documentos que Zavala rescata muestran que no fue fácil expedir ese decreto. Tanto el Congreso del Estado de México como el Ayuntamiento de la Ciudad de México protestaron con energía. El primero pedía indemnización; el segundo temía perder sus derechos políticos.El Ayuntamiento sostenía que “la ciudad es la madre legítima de las provincias” y advertía que declarar a México “ciudad federal” equivalía a reducir la representación de sus habitantes frente a los demás estados.Paradójicamente, la ciudad que había sido el corazón político del virreinato se sentía ahora despojada dentro de la nueva república.

Lorenzo de Zavala y la idea de la capital neutral

El debate fue intenso y, en muchos aspectos, moderno.El diputado Lorenzo de Zavala, una de las voces más influyentes del liberalismo temprano, defendió la medida con argumentos visionarios: México necesitaba una capital neutral, un territorio común que simbolizara la unidad nacional.Recordaba el ejemplo de Estados Unidos, donde Washington D.C. fue creado como un distrito independiente —cedido por Maryland— para albergar los poderes federales.

Decía Zavala: “Era una extravagancia pretender que una ciudad construida con las contribuciones y riquezas de todas las provincias pasara a ser propiedad exclusiva de un solo estado”.Su postura triunfó, pero dejó abiertas heridas institucionales que tardarían casi dos siglos en cerrarse.

Entre la modernidad y la desposesión

Silvio Zavala apunta que, tras el decreto, se vivió un periodo de confusión jurídica.No se sabía con claridad qué leyes aplicaban en el nuevo Distrito, ni qué autoridad debía gobernarlo.En 1826 se dispuso que el Distrito Federal se regiría como los Territorios Federales, una fórmula administrativa que lo equiparaba a regiones sin representación plena.Los capitalinos quedaron sin voz en el Congreso, sin capacidad legislativa propia y sin derecho a elegir a sus autoridades.Aquel vacío político se prolongó durante más de 150 años, hasta las reformas de 1997 que permitieron la elección del Jefe de Gobierno, y culminó en 2016 con la creación de la Ciudad de México como entidad federativa.

Zavala rescata detalles curiosos de aquel tiempo: los oficios aún se escribían con “Méjico” y “Vuestra Excelencia”; el Ayuntamiento imprimía sus actas en la imprenta de Alejandro Valdés; y los primeros gobernadores firmaban decretos con un tono casi monárquico.Detrás de esos formalismos sobrevivía una estructura virreinal que el nuevo federalismo apenas empezaba a desmontar.

Una capital sin estado, pero con historia

A través de los documentos del Archivo del Centro Histórico, Zavala muestra que el Distrito Federal fue más una consecuencia práctica que un proyecto político acabado.Nació de la necesidad de dotar a la federación de un asiento físico, pero también de la incapacidad de los estados para ceder espacios de poder.Su creación marcó un precedente único: la existencia de una capital que no pertenece a ningún estado, sino al conjunto de la nación.

La paradoja es evidente: la federación mexicana se fundó sobre una decisión centralista.Esa contradicción —un país federal con una capital dependiente del Ejecutivo— definió la historia política y urbana del país durante más de un siglo.

Tres lecciones para el presente

El texto de Silvio Zavala, leído hoy, adquiere un valor renovado.Más allá de la arqueología documental, revela tres lecciones que siguen interpelando a la Ciudad de México contemporánea:

Primera.- El centralismo como herencia estructural.El Distrito Federal nació para servir al poder central y no a sus habitantes. Esa tensión entre función nacional y vida local persiste hasta hoy en temas de gobernanza, presupuesto y autonomía.

Segunda.- El déficit democrático.Los capitalinos fueron ciudadanos sin plena representación durante más de siglo y medio. Su derecho a elegir gobernantes locales es reciente, frágil y aún en construcción.

Tercera.- La necesidad de reconciliar lo nacional con lo local.El nacimiento del Distrito Federal fue el intento de crear un símbolo común. La Ciudad de México actual, con su diversidad, sus contrastes y su papel metropolitano, tiene la oportunidad de cumplir —por fin— aquella aspiración de unidad que motivó su creación.

Epílogo

A doscientos años de aquel decreto, la historia parece cerrar un ciclo.La Ciudad de México dejó de ser un distrito para convertirse en una entidad con voz propia, pero su condición sigue marcada por su origen federal: centro político del país, pero territorio en constante negociación consigo misma.Como escribió Silvio Zavala, conocer los orígenes del Distrito Federal permite entender mejor los desafíos democráticos del presente.Porque la historia de la capital —como la de México entero— es, ante todo, una historia de poder, de resistencia y de identidad.

Es Director Ejecutivo de la Asociación Mexicana de Urbanistas, AC

contacto@amu.org.mx

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