Por Jorge Moreira da Silva

Escribí este artículo hace pocos días desde Jamaica, donde observé la devastación causada por el huracán Melissa, la tormenta más fuerte jamás registrada en este país.

Ciento veinte comunidades se han visto afectadas, con daños por valor de unos 7.000 millones USD. Un tercio del PIB del país ha desaparecido.

Este es otro brutal recordatorio de lo vulnerables que son los pequeños Estados insulares en desarrollo ante una crisis que ellos no han provocado. Están pagando la factura climática por emisiones que no han producido.

Pero esta devastación también es una advertencia de lo que está en juego ahora que la COP30 comienza este fin de semana en Belém (Brasil). ¿Se mantendrán fieles los y las líderes mundiales al espíritu y al texto del Acuerdo de París, manteniendo el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 °C para finales de siglo? ¿O empezaremos a aceptar una nueva narrativa de “superación inevitable” y planearemos arreglar las cosas más adelante?

La primera es la única opción. Esto último no solo vulneraría el Acuerdo de París, sino que también socavaría la integridad de la cooperación internacional en sí misma.

Mi carrera está estrechamente relacionada con la acción climática.

A principios de la década de 2000, como miembro del Parlamento Europeo, ayudé a diseñar el régimen de comercio de derechos de emisión de la Unión Europea y fui relator para la ratificación del Protocolo de Kyoto por parte de la Unión Europea. Más tarde, como Ministro de Medio Ambiente y Energía de Portugal, participé en las negociaciones que condujeron al Acuerdo de París en 2015. Recuerdo muy bien cuál era el acuerdo: pasar del enfoque descendente de reparto de cargas previsto en el Protocolo de Kyoto a un sistema inclusivo y ascendente.

Cada país decidiría su propia contribución determinada a nivel nacional (CDN), pero todos trabajarían colectivamente para alcanzar la neutralidad en carbono para 2050 y limitar el calentamiento a 1,5 °C para 2100. Los avances se revisarían cada cinco años mediante balances globales. ¿Qué pasó en realidad? El balance global de 2023 mostró que nos encaminamos hacia un calentamiento de entre 2,5 y 2,9 °C, lo que nos aleja mucho del objetivo.

En virtud del Acuerdo de París, los países debían revisar sus CDN para 2025 con el fin de cerrar la brecha. Eso no ha sucedido. Para la fecha límite del 28 de septiembre, solo 120 países habían anunciado nuevos objetivos y solo 65 los habían presentado formalmente. El último Informe sobre la Brecha de Emisiones publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) confirma lo que se temía: el mundo sigue encaminado hacia un calentamiento de entre 2,3 y 2,5 °C para 2100. En lugar de reducir las emisiones en un 55% para 2035, los compromisos actuales solo permitirían alcanzar un 10%.

¿Y ahora qué? ¿Debemos aceptar “superar el ahora, arreglar después” como la nueva normalidad? Absolutamente no.

Llamémoslo por su nombre: Un fracaso colectivo y una vulneración del Acuerdo de París, desde el punto de vista moral, político y, posiblemente, jurídico (aunque algunos países hayan fijado objetivos ambiciosos y merezcan reconocimiento por ello). Este fracaso no solo socava la política climática, sino que debilita la integridad del propio Acuerdo de París.

La solución es clara: en lugar de dar un salto de fe incompatible con las pruebas científicas, los Gobiernos deben empezar desde cero y presentar nuevas CDN que se ajusten a una reducción de las emisiones del 55% para 2035 y al objetivo de limitar el calentamiento climático a 1,5 °C para 2100.

Pero la coherencia no consiste solo en hacer lo correcto en casa. El objetivo de 1,5 °C —que es un límite físico, no un consenso tecnocrático— no se alcanzará sin un impulso significativo de la solidaridad con los países en desarrollo. Esto significa aportar al menos 1,3 billones USD al año en financiación para la mitigación, la adaptación y las pérdidas y los daños.

La acción climática no solo es necesaria y urgente. También es buena para la economía. La energía limpia es ahora la fuente de energía más barata en la mayoría de los mercados. Las energías renovables impulsan la innovación, mejoran la seguridad energética y crean puestos de trabajo.

Por lo tanto, la pregunta para la COP30 es la siguiente: ¿tomarán los y las líderes las medidas decisivas que exige la ciencia, o iniciarán un nuevo discurso político sobre las posibilidades y trasladarán la carga a la próxima generación?

No culpemos al Acuerdo de París por su falta de resultados. Solo tenemos que cumplirlo. Belém debe volver a encauzar al mundo hacia el objetivo de 1,5 °C.

Información sobre el autor: Jorge Moreira da Silva es Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas y Director Ejecutivo de UNOPS. Cuenta con más de 20 años de experiencia trabajando en los ámbitos del cambio climático, la energía y el medio ambiente en los sectores público y de desarrollo. Anteriormente fue Director de la Dirección de Cooperación para el Desarrollo de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y Ministro de Medio Ambiente, Planificación Territorial y Energía de Portugal.

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