Luego de que la tragedia se hiciera presente el pasado 22 de septiembre en el CCH Sur, cuando un estudiante hiriera mortalmente a otro alumno y agrediera a un trabajador que intentó detenerlo, el tema de la seguridad en la UNAM volvió de manera natural, pero también artificial, a ponerse en el centro de la conversación pública.

De modo natural, porque obviamente a todos nos preocupa la seguridad en la Máxima Casa de Estudios del país y porque los hechos violentos ahí registrados pusieron de manifiesto una nueva y lamentable conducta de algunos jóvenes frustrados que se han refugiado en ciertos segmentos de las redes sociales donde sólo han encontrado más desorientación y decepción, los llamados “incel” (involuntariamente célibes).

Y digo que también de forma artificial, porque no han faltado quienes buscan usar este terrible episodio para dañar irresponsablemente la imagen de la UNAM y sus autoridades, o bien, generar (con cobardes amenazas desde las redes o por cualquier otro medio) un ambiente de histeria y miedo que perturbe el desarrollo de las actividades académicas.

Hubo incluso comentarios en algunos medios de comunicación que intentaron directamente culpar a las autoridades universitarias; otros, no menos insidiosos y falsos, señalaron la supuesta tardanza de la Rectoría de la UNAM en reaccionar frente a los trágicos sucesos. Todo esto en medio de una muy bien orquestada campaña en redes que llegó a paralizar la actividad en varias escuelas de bachillerato y facultades.

Ya Raúl Trejo, en un riguroso texto, bien informado y mejor pensado (Nexos, 30-IX-2025), deslindó a la Universidad de la responsabilidad por lo sucedido:

“Los incel son resultado de frustraciones individuales, desigualdades sociales, de la difusión en redes, desajustes familiares… son parte de la sociedad contemporánea y del aislamiento en el que caen algunos jóvenes. Es un despropósito atribuirlos a la Universidad tan sólo porque un alumno desquiciado cometió el asesinato en un plantel de esa institución. De la misma manera, la Universidad no puede remediar la propagación ni el efecto de conductas enfermizas como la del joven criminal. La oferta de ayuda psicológica, la posibilidad de que los alumnos conversen con otros sus preocupaciones y las medidas de seguridad para ingresar a los planteles son adecuadas, pero el problema es de la sociedad y no de las instituciones académicas”.

De igual forma, añado, la Universidad no puede tampoco, sin el concurso de los organismos de seguridad estatales, detener la campaña de llamadas y mensajes en redes sociales amenazando a la comunidad universitaria con futuros ataques, incluso con explosivos, en sus instalaciones. Toda esta operación infame, en sí misma constituye un delito que las fiscalías correspondientes deben investigar y castigar; supongo que ya lo están haciendo, pero sus resultados, como en otros temas, no parece que los vayamos a ver pronto. Tal vez no los veamos nunca, lo que desgraciadamente deja expuesta a la UNAM a nuevas amenazas.

A pesar de todo lo anterior, la respuesta de la comunidad universitaria y de las autoridades, así como de los padres de familia preocupados por estos graves sucesos, ha puesto en el centro el diagnóstico de las deficiencias, donde las hay, el recuento de los aciertos en este complejo tema, y la instrumentación de nuevas medidas para incrementar la seguridad en los planteles y facultades de la UNAM, especialmente en los de educación media, donde la mayor parte de los alumnos son menores de edad.

Poco a poco, la Universidad va retomando sus actividades y la ansiada normalidad. El rector, Leonardo Lomelí, ha estado personalmente atento a todo este proceso que ha puesto de relieve, una vez más, la principal fortaleza de la Universidad Nacional: el diálogo y el espíritu de solidaridad para enfrentar como comunidad las amenazas cobardes y los intentos de lucrar con la tragedia.

Correspondencia parda

El asesino del CCH Sur entró, dicen, encapuchado a la escuela. Paradójicamente, algunos de los jóvenes que protestaron luego “contra la inseguridad” iban encapuchados. Ya es tiempo de que quienes protestan legítimamente por cualquier causa sean los primeros en dar la cara. Ocultarla, siempre lo he creído, se presta a identificarse con los peores actos de violencia en México y el mundo.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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