Las elecciones judiciales de México se cuentan ya entre las más farsescas, absurdas y estrambóticas de la historia, pero también entre las más fraudulentas y dañinas. Los hechos hablan por sí mismos y sólo la propaganda oficial los intenta ocultar o interpretar a su manera, no menos aberrante.
El INE cuidó, hay que reconocerlo, que estas elecciones no se parecieran a las de Liberia en 1927, cuando un tal Charles D.B. King ganó por más de 200 mil votos a pesar de que el padrón electoral no llegaba a los 10 mil. Y lo consiguió. Pero esa institución que tanto trabajo y sacrificios costó crear para que fuera garante de la confianza e integridad electorales no pudo evitar que se perdieran paquetes, que muchas urnas fueran rellenadas ni que el ingenioso invento del “acordeón” estuviera presente en todo el proceso, antes y durante la elección de forma descarada, o que los resultados del proceso se dieran a conocer casi 10 días despúes (con los mismos ganadores y mismo orden anotados en los “acordeones” distribuidos por Morena y sus socios).
También, es cierto, el INE hizo posible que este proceso electoral no se pareciera a los de Corea del Norte donde siempre la dinastía Kim gana con el 100% de los votos. Más bien, lo que el INE y el partido en el poder consiguieron aquí es que el 90% de los electores no participara y que el 10% que sí votó no supiera por quién lo hizo.
Es decir, las elecciones que nos convertirían en el país “más democrático del mundo” (según la optimista expresión usada por Claudia Sheinbaum) no tuvieron ninguna legitimidad, pero nos acercaron brutalmente, eso sí, a un futuro donde sólo figurarán en la boleta los candidatos a jueces, magistrados y ministros de Morena (para que la gente ya no se confunda con los “acordeones”) y donde por supuesto ganen con el 100% de los votos, como se merecen.
La paternidad de este proceso electoral que consiguió dejar boquiabierto al mundo y a todos los observadores internacionales, corresponde sin duda al expresidente López Obrador, pero la ejecución del experimento es sólo mérito de la señora presidente y de un puñado de políticos y funcionarios retrógradas, pero sobre todo serviles, que instrumentaron la descabellada elección que sólo traerá más atraso, caos e injusticia en todos los órdenes.
Ahora bien, ¿de dónde sacaron los morenistas sus nociones “democráticas” que defienden como verdaderas? Sus ideas y prácticas a este respecto tienen claramente dos orígenes: las “asambleas generales” de las universidades públicas, comunidades campesinas, indígenas u otros sectores en las que algunos de ellos se formaron políticamente, así como el inconfundible y mágico “dedazo” priista. En las interminables asambleas que se autodenominaban “generales” (dando la idea de que representaban a todos), muchos morenistas aprendieron las reglas básicas de la manipulación y de la suplantación de la voluntad de cualquier colectivo. Ya en el poder, esa “voluntad general” –sin importar que no representara más que a una minoría– no podía ser otra que la del “pueblo”.
A esa visión le sumaron exitosamente la gran práctica del “dedazo”, aprendida de los muchos priistas que se sumaron a su movimiento y que ha conocido importantes adecuaciones y novedades como la del acordeón: listados previamente dictados desde la cúpula del poder para aparentar que serán electos democráticamente.
El golpe mediante el cual se hicieron de la mayoría en el Congreso y más tarde aprobaron las reformas que han acabado formalmente con la República es la coronación de esta perspectiva profundamente autoritaria que insiste, desde luego, en ser presentada como la expresión democrática más pura.
Después de la elección judicial –y tomando en cuenta las peligrosas señales que se vienen produciendo– es poco ya lo que nos queda en materia de garantías y libertades. En términos estrictos, como hemos visto, nada impide en este momento que, por ejemplo, el presidente del Senado demande y humille a un ciudadano públicamente a fin de obtener una disculpa; tampoco es imposible que una probable delincuente obtenga de parte del INE la dirección de un periodista como Héctor de Mauleón, para amenazarlo judicialmente y exigirle (lo mismo que a El Universal) que retiren lo publicado, que guarden silencio, que acaten la censura.
Estamos entrada a un país abiertamente autoritario. Digamos que nos encontramos en el vestíbulo, pero Morena tiene una gran ansiedad por llegar al comedor. La elección judicial, tan “exitosa” como la ven, les abre todos sus apetitos tiránicos.
Por lo demás, la destrucción del Estado de derecho hace que en el ámbito civil y penal nos encaminemos hacia la exacerbación del influyentismo, las “palancas” y la “mordida”. Paradójicamente, los pobres serán quienes menos podrán comprar, perdón, quise decir obtener justicia. La esfera económica y comercial entrará de lleno a la incertidumbre, sin reglas de competencia justas o mínimamente claras, sin seguridad ni garantías de ninguna índole para las empresas y los inversionistas. Montar un negocio será, como nunca, un riesgo.
Finalmente, con el Poder Judicial sometido a la servidumbre del poder político, nos acercamos a un terreno absolutamente peligroso para las libertades y los derechos. La persecución, la censura y, en todos los casos, la más siniestra impunidad, han quedando con las manos libres.
@ArielGonzlez
FB:Ariel González Jiménez