El debate político sin argumentos razonados, no construye; confronta, afecta, genera problemas y polariza el debate social.
Esto es riesgoso, pues cuando la sociedad se engancha, proliferan brechas y distanciamientos entre ciudadanos. La discordia entre las personas oscurece el alma de la nación.
En una democracia, esto no es saludable para avanzar en la solución de los grandes problemas que aquejan a un país.
México enfrenta una encrucijada de debate social, dividido entre quienes apoyan a quien está en el poder y quienes se oponen a que éstos siga gobernando y una gran cantidad de escépticos.
Mientras tanto, nuestro país sigue sumergido en problemas que ganan terreno: inseguridad, corrupción, impunidad, deterioro institucional, pobreza y más. De manera integral, perdemos la capacidad de construcción colectiva. Sin diálogo, la democracia es un eco vacío en el abismo de la división. La razón es clara: no hay diálogo para construir, solo confrontación, y esto no es positivo para que nuestro país progrese.
El debate sobre cómo dirigir México está estancado, sin acuerdos ni voluntad para discutir con argumentos de progreso nacional, hacia una democracia del siglo XXI como la que vivimos.
La clase gobernante previa a 2018 generó un enorme descontento social, y hoy, esa confrontación parece incrementarse, alimentada por la polarización. ¿Hasta dónde y hasta cuándo los actores políticos y representantes del Estado podrán hacer un alto? Sin abandonar sus ideales, deberían reflexionar con conciencia patriótica sobre cómo transitar hacia un empoderamiento político a través de la conciliación entre poderes.
Llevamos más de un lustro de enfrentamientos verbales entre los poderes de la Unión, lo que ha derivado en conflictos entre poderes públicos, estatales y municipales.
Esto no favorece el progreso, pues la sociedad también participa en la discordia.
Mientras los grandes problemas que frenan a México, tanto nacionales como internacionales, persisten. Los conflictos diplomáticos, especialmente con las medidas arancelarias de Donald Trump, afectan a los mexicanos. La unidad de una nación es el escudo frente a las tormentas globales.
No hemos logrado, entre sociedad, instituciones, poderes públicos, partidos y organizaciones civiles, formar un frente unido para enfrentar bloqueos de productos, amenazas al Tratado de Libre Comercio o problemas migratorios con Estados Unidos. La división nos debilita.
Si bien tenemos profundas diferencias ideológicas, en el siglo XXI debemos establecer un método de diálogo entre poderes federales, estatales y sociedad para unirnos, independientemente de nuestras posturas. Una democracia transformadora no impone, sino concilia para el bien común.
Esto implica trabajar por una democracia que cumpla las expectativas de todos, que respete los tratados internacionales, fortalezca instituciones, combata la pobreza, rechace la impunidad y garantice los derechos humanos, especialmente de grupos vulnerables.
Necesitamos una democracia que proteja derechos económicos, sociales y culturales, y que fomente una cultura de trabajo en la función pública con beneficio para la nación y la humanidad.
La confrontación nos aleja de resultados democráticos; la conciliación nos acerca al progreso. El poder no es un fin, sino un puente hacia la justicia social.
Debemos trabajar en una reingeniería profunda desde una visión transformadora.
Todos construimos el país, pero necesitamos saber qué requiere México para avanzar.
La división de poderes debe transformarse: cada poder y servidor público debe trabajar a conciencia para garantizar una democracia donde cumplamos nuestros deberes cívicos.
Si no cumplimos con nuestros deberes, no podemos exigir derechos.
Por ello, urge un plan de conciliación nacional entre poderes, clave para el progreso de México.
La confrontación solo nos distancia; la conciliación nos une para dialogar por el bien de México y la humanidad.
abogadoangel84@gmail.com