El anuncio del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado sacudió el tablero político internacional más allá de las fronteras venezolanas. La líder opositora, símbolo de resistencia frente al régimen de Nicolás Maduro, se impuso en una terna tan sorprendente como reveladora: entre los nominados estaban Donald Trump y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky. Al final, la Academia sueca decidió reconocer la perseverancia de una mujer que ha enfrentado persecución, censura y exilio con una firmeza poco común.
La noticia resonó en México, pero lo que más llamó la atención fue el silencio de Claudia Sheinbaum. Ante la pregunta sobre el reconocimiento a Machado, la presidenta prefirió no opinar. Su decisión contrasta con el discurso que dice enarbolar: el de la defensa de los derechos humanos, la justicia social y la igualdad de género. No se trataba de un tema ajeno ni de un dilema diplomático insalvable; era una oportunidad para mostrar coherencia entre el discurso y el gesto.
Machado representa una causa universal: la lucha contra la opresión y la exigencia de elecciones libres. Su Nobel no es una victoria partidista, sino un reconocimiento al valor de quienes enfrentan regímenes que asfixian la disidencia. Que una mujer haya sido premiada por defender la democracia en un contexto autoritario debería ser motivo de celebración para cualquier liderazgo que dice apostar por la libertad y la equidad.
En la terna, Donald Trump fue un nombre que generó ruido. Su presencia parecía un guiño político o una ironía del destino: el exmandatario estadounidense que en su momento amenazó con “todas las opciones sobre la mesa” frente a Maduro. Que no ganara no significa que saliera perdiendo. El premio a Machado también refuerza su narrativa, al reconocer, indirectamente, la legitimidad de su enfrentamiento con el régimen venezolano. Trump sabe leer los símbolos y seguramente capitalizará el mensaje: si el Nobel premia a la mayor víctima de Maduro, su discurso contra él cobra nueva fuerza.
Pero lo más relevante del Nobel a Machado va más allá de la geopolítica. Demuestra que la defensa de la democracia no pertenece a una ideología. Ser de izquierda no implica justificar atropellos cuando los comete un gobierno “amigo”. Lo ha dejado claro Gabriel Boric, presidente de Chile, quien desde su propia trinchera ha condenado con firmeza las violaciones de derechos humanos en Venezuela. Esa postura, lejos de debilitarlo, lo ha consolidado como un líder coherente y valiente.
Por eso el silencio de Sheinbaum sorprende. No se le pedía alinearse con Washington ni romper lazos diplomáticos, sino simplemente reconocer el valor de una mujer que desafía un régimen autoritario. En un continente donde tantas mujeres han sido relegadas o perseguidas por levantar la voz, callar ante un ejemplo así tiene un costo simbólico.
El Nobel a Machado es también una victoria para todas las mujeres que han enfrentado al poder sin renunciar a la dignidad. Y era una oportunidad para que la presidenta mexicana reforzara su propio discurso de lucha por la democracia y la igualdad. Pero al callar, dejó que el gesto hablara por ella.
Porque, al final, el silencio también comunica. Y en política, cuando se dice defender causas de libertad, ese silencio puede llegar a pesar más que mil palabras.