Varsovia, Polonia.– Rusia está jugando con Estados Unidos para ganar tiempo. Y en ese juego ha logrado que en Washington crean que Moscú quiere la paz… siempre y cuando haya negocio de por medio. “Están siendo muy ingenuos al confiar en ellos”, me dijo Witold Rodkiewicz, Senior Fellow del Centro de Estudios del Este, cuando le pregunté por el reportaje del Wall Street Journal que detalla las gestiones de Steve Witkoff —enviado y amigo personal de Trump— para explorar acuerdos económicos con Rusia a costa de Ucrania.
Tras mis días en Ucrania entendí algo que allá es casi un mantra: nadie quiere firmar un documento que huela a rendición, es decir, a ceder territorio o soberanía. Pero desde Polonia el diagnóstico es más crudo. Rusia no quiere la paz.
“Rusia quiere un acuerdo como si Ucrania ya hubiera perdido la guerra”, me dijo Radoslaw Sikorski, ministro de Exteriores polaco, minutos antes de volar a Bruselas para la cumbre extraordinaria de la OTAN. Sobre el papel de Washington hoy, fue igual de directo: “No estamos acostumbrados a este tipo de diplomacia encabezada por intereses semiprivados”.
Los europeos llevan años leyendo a Putin. Y su discurso reciente en Bishkek lo confirma: negó cualquier plan de paz formal con EU y condicionó un alto al fuego a que Ucrania retire tropas de los territorios que Rusia reclama. En paralelo, insiste en que el gobierno ucraniano es ilegítimo, argumento que Moscú utiliza para forzar concesiones imposibles.
Y nadie aquí cree que Putin se detendría ahí. Un acuerdo impuesto a Kyiv abriría la puerta a nuevas invasiones: Moldavia sería la siguiente pieza del tablero, y después podrían venir Polonia o los países bálticos. La lógica imperial rusa es conocida y temida en esta región.
Por eso debería ser obvio que la presión en las negociaciones debe recaer en el agresor, no en la víctima. Pero Trump insiste en presionar a Kyiv. El excampeón mundial de ajedrez Garry Kasparov lo resumió esta semana: si Europa cree que hoy es caro ayudar a Ucrania, dejarla caer será infinitamente más costoso cuando haya que defender Varsovia, Chisinau o Tallin.
¿Qué debe hacer Europa ante un Estados Unidos alineado con los deseos de Putin, una Ucrania agotada y una Rusia que cree que el tiempo juega a su favor?
Lo primero es liberar los 170 mil millones de euros en activos rusos congelados en la UE. Ese dinero permitiría financiar al menos dos años adicionales de defensa ucraniana. Para Moscú sería un golpe duro: el gasto militar ruso equivale ya a alrededor del 8% del PIB, su nivel más alto desde la URSS, según datos del Ministerio de Finanzas ruso y estimaciones del SIPRI, el Stockholm International Peace Research Institute. Mantener una economía de guerra cuesta. Los salarios de los soldados contratados rondan hoy los 4,500 dólares mensuales, cuando el sueldo promedio en Rusia apenas supera los mil dólares. A eso se suman las compensaciones millonarias a las familias de los caídos. Un modelo así recluta carne de cañón, pero estrangula al Estado.
Aun así, el tema divide a Europa. Bélgica, que administra buena parte de esos activos vía Euroclear, teme demandas futuras y exige que la UE comparta el riesgo legal. Hay voluntad de hacerlo, pero no bajo el mecanismo amplio que propone Bruselas. Y mientras tanto, desde Washington se presiona para algo radicalmente distinto: devolver parte de los fondos a Rusia y destinarlos a proyectos de “reconstrucción” en territorios que Moscú espera anexarse con utilidades para EU.
Negocios disfrazados de diplomacia. Diplomacia disfrazada de paz. Y en medio, un país al que pretenden orillar a aceptar una rendición tras casi cuatro años de ser el muro de contención de Putin.
Europa lo entiende. Ahora falta que actúe.
@AnaPOrdorica

